BAFICI 2023: crítica de «When the Waves Are Gone», de Lav Diaz
En este oscuro relato criminal, un detective de la policía filipina sale de la cárcel tras una larga condena y planea vengarse de un discípulo suya, que lo denunció y envió allí. En la sección Trayectorias.
Una película breve en relación a las características del cine del realizador filipino, KAPAG WALA NANG MGA ALON (WHEN THE WAVES ARE GONE o CUANDO NO HAY MAS OLAS) es, además, especialmente en su primera y su tercera hora, algo parecido a un western urbano, un policial de cocción lenta pero intensa que va acercando de a poco a dos personajes enfrentados entre sí por asuntos del pasado. Siendo un film del realizador de películas de seis, ocho y hasta nueve horas no esperen acá un thriller de acción sostenido, pero sí queda claro que con el paso del tiempo el director filipino va intentando acercarse más y más a narrar la complicada realidad contemporánea de su país de un modo un tanto más accesible que lo acostumbrado en el pasado.
De similar manera a la de NORTE, THE END OF HISTORY –también, de las más breves y narrativamente simples de sus películas–, Diaz utiliza la estructura de la novela criminal en su versión europea, tradicional (Dostoyevsky, Camus, etc), en la que más que los asesinatos y las muertes en sí lo que pesan son las consecuencias éticas, psicológicas y físicas de esos actos, tanto entre los que los cometieron como en las víctimas o en sus familiares. A la vez, la película es una mirada muy directa y franca al estado policial que se vive en Filipinas bajo el gobierno del dictador Rodrigo Duterte, mirando especialmente a las fuerzas policiales, que se manejan liberadas para hacer uso de la fuerza de un modo indiscriminado.
Al principio, el film se dedica a contar en detalle la vida y situación del Teniente Hermes Papauran (John Lloyd Cruz), un investigador policial muy inteligente y reconocido que enseña a jóvenes cadetes y es muy respetado por ellos. El hombre, de todos modos, se conduce con los brutales permisos que tienen los miembros de su fuerza y se lo ve actuar violentamente. Más allá de ser capaz de debatir casi filosóficamente con un periodista acerca de qué es lo que le pasa por el cuerpo y la cabeza a un policía cuando está en una trifulca de ese tipo y no puede contenerse, a la hora de pasar al acto no tiene problemas en hacerlo. Eso, de todos modos, termina complicándose cuando el hombre es acusado de golpear a su mujer y separado de su cargo.
Luego vemos aparecer en la historia al Sargento Primo Macabantay (Ronnie Lazaro), quien fue su profesor y que acaba de salir de la cárcel tras cumplir una condena de diez años. Pronto sabremos que fue Papauran, su discípulo, quien lo denunció por abusos y logró que lo encarcelaran. El hombre busca vengarse, pero a la vez es bastante evidente también que el tipo no está del todo bien psicológicamente. Entre el delirio y el fanatismo religioso, Macabantay va de acá para allá en un plan redentor (contrata prostitutas para bautizarlas, por ejemplo) pero sin sacarse del todo de encima el deseo de ajustar cuentas con su ex alumno.
La película ocupará más de una hora –la segunda– en los recorridos en paralelo de los dos personajes mientras se aguarda lo que parece inevitable: un enfrentamiento final entre ambos, al mejor estilo Sergio Leone pero al estilo Lav Diaz. Papauran sufre de psoriasis y se va a la casa de una hermana en la playa a tratar de curarse, sin lograrlo. Y Macabantay sigue girando en su extravagante causa evangelizadora. Con sus bellas imágenes en blanco y negro, sus planos largos y sus oscuras y angulares composiciones callejeras, Diaz va armando un retrato de dos agentes de un sistema perverso, claramente dañados psicológicamente por sus propios actos y por el mundo en el que estuvieron inmersos.
No hay salida posible para ambos como no parece haber para un país que ha habilitado la fuerza bruta y la justicia por mano propia casi como ley. El propio realizador se ha mostrado sorprendido y hasta incrédulo en entrevistas en las que habló de cómo en Filipinas todos –hasta los intelectuales usualmente críticos– parecen aceptar las crueles reglas de juego tal como las ha planteado Duterte. Y películas como WHEN THE WAVES ARE GONE intentan abrir la discusión para pensar no solo en la bestialidad del ejercicio de la violencia descontrolada como norma sino en las consecuencias que deja en quienes la usan y la sufren.
Una constante de la película, entre curiosa y espeluznante, está ligada al baile. Macabantay, principalmente, pero luego también Papauran, tienen momentos en los que empiezan a danzar rítmica y alocadamente, sin música, casi como en un trance. Díaz deja esos bailes durante muchos minutos, sin cortes, tratando de que de alguna manera pinten un retrato psicológico de estas dos figuras desesperadas, que intentan así quizás liberarse de los fantasmas que los atraviesan. No hay héroes ni villanos aquí. Hay dos personas que se han vuelto monstruosas casi sin darse cuenta y que lidian, como todos los habitantes de un país envuelto en la violencia, con las consecuencias.