Estrenos online: crítica de «The Plains», de David Easteal (MUBI)

Estrenos online: crítica de «The Plains», de David Easteal (MUBI)

Este relato de tres horas filmado desde adentro de un auto observa la vida de un hombre a partir de sus viajes de regreso del trabajo a su casa. Estreno de MUBI.

Viendo THE PLAINS recordé los viajes en coche en mi infancia, largos, desde las afueras de Buenos Aires hasta la ciudad, a la que mi padre iba por trabajo y nos llevaba, a mi madre, a mi hermana y a mí. Una suerte de paseo regular que implicaba visitar familiares y, quizás, alguna salida a comer o a tomar un helado. Era un viaje largo para un chico, una hora o quizás más. Y lo que uno hacía –faltaban muchos años para la llegada de los teléfonos celulares– era escuchar lo que hablaban entre los adultos o, llegado el caso, la radio. Había otra opción: mirar el paisaje. La calle, la ruta, la autopista, la calle otra vez y así. Nada demasiado bello ni original. Siempre el mismo recorrido, los mismos edificios o lo que fuera, conversaciones similares, autos adelante y a los costados hasta llegar a destino. Así y todo nunca me aburría. Si me preguntan qué hacía, no lo sé. Pero no me aburría. Nunca.

Algo así me pasó viendo THE PLAINS, un film de tres horas narrado, casi todo el tiempo, mediante una cámara montada en el asiento de atrás de un Hyundai, justo en el medio, siguiendo el regreso a casa desde el trabajo de un tal Andrew, un abogado australiano que vive en Melbourne y que todos los días, a las 17 horas, vuelve desde su oficina en las afueras de la ciudad hasta su casa que queda, aparentemente, en una zona más céntrica. Su viaje empieza todos los días casi a la misma hora y consiste en más o menos lo mismo: llamar a su madre de más de 90 años que está internada en un geriátrico y sufre de demencia, hablar un poco con su mujer, escuchar un poco la radio y manejar a través del tráfico.

Los viajes vienen, además, en dos modos distintivos: solo o acompañado. Es que a veces le da un «aventón» a un tal David, un compañero más joven de la oficina, un tipo discreto pero inquisitivo que le pregunta a Andrew todo el tiempo cosas acerca de su vida, información que le sirve al espectador para ir armándose una idea de quién es este hombre y cuál es su historia. Es poco lo que sabremos de David (interpretado por el propio director) pero mucho de Andrew Rakowski, un hombre que aparenta rondar los 60 y al que le gusta mucho hablar. No es que tenga nada particularmente impactante para contar. No. Sus expresiones más constantes y consistentes son «fine«, «oh, I don’t know» o «well, it’s ok«.

Andrew es la definición del hombre común, profesional de clase media, que va de casa al trabajo y del trabajo a casa. Casi nunca le vemos la cara (salvo por el espejo retrovisor y unos poquitos planos con drones que cortan apenas tres o cuatro veces la mecánica del viaje a casa) pero después de un tiempo uno siente que lo conoce de toda la vida. Es que THE PLAINS nos muestra pedazos –once en total: algunos más largos, otros más breves– de esos viajes, realizados a lo largo de lo que parece ser un año, o más, a juzgar por los cambios de vestimenta o la luz que hay a una misma hora. De a poco iremos sabiendo más y más cosas de su vida, cosas que no conviene adelantar por más que no sean particularmente llamativas. Lo que sí se puede decir es está casado, no tiene hijos y tiene con su mujer una casa en una zona campestre cercana a Adelaida, la ciudad de la que es oriundo y en la que su madre vive. El resto de lo que narra son historias, sensaciones y comentarios mientras nosotros lo escuchamos, miramos la ruta, lo volvemos a escuchar y así, durante tres horas que pasan curiosamente muy rápido.

Es la clase de proyecto que debería tener todo para fracasar, pero es fascinante. O, prefiero decir, a mí me resultó fascinante. Y lo que uno se pregunta, mientras lo ve con enorme atención, es porqué. ¿Qué es lo fascinante de este rutinaria y, en algún modo, tediosa serie de viajes en un auto con un tipo que no tiene nada de particular, de relevante, de llamativo y al que casi ni le vemos la cara? Es difícil encontrar una respuesta. Creo que una puede estar en la movilidad, en el constante ir del auto hacia un destino que nunca llegamos a conocer, al hecho de que alrededor del protagonista (o de los dos, convengamos que cuando está con David los viajes son más interesantes) existe un mundo en funcionamiento, una ciudad que uno no conoce, algo así como la realidad.

Pero creo que, en el fondo, el secreto es otro y tiene que ver exactamente lo opuesto a lo que se supone que necesita un buen drama: su falta de excepcionalidad. Andrew es, a todas luces y salvo que oculte enormes secretos, un tipo común, normal. Se puede decir que parece sensato, coherente, conversador, amable y que, salvo por algunos conceptos un tanto antiguos sobre ciertos temas, no presenta aristas controvertidas. Podría ser un tío, un primo, un amigo, un familiar. Seguramente no será uno de esos tipos memorables, por uno u otro motivo, con los que uno se topa en su vida. Será, más bien, ese familiar decente, confiable, amable y quizás hasta olvidable que todos tenemos. Y esa «normalidad» es, acaso inexplicablemente, lo que lo vuelve atractivo, ya que refleja la manera en la que mucha gente se ve a sí misma y su forma de estar en el mundo. De casa al trabajo y del trabajo a casa, «como un hamster en la rueda» le gusta decir.

Easteal dirige, escribe, actúa, produce y edita un film que se apoya en su experiencia real como abogado en un estudio y en sus viajes con el tal Rakowski, que parecen haber sido así como se ven aquí. Y Andrew se interpreta a sí mismo, aparentemente tal como es en su vida real, con su propia historia. ¿Ficción basada en hechos reales interpretada por sus propios protagonistas? ¿Reconstrucción de conversaciones reales para ser filmadas? ¿Un híbrido construido con los mismos materiales que algunas películas iraníes de Abbas Kiarostami? Las definiciones son lo de menos. Lo que importa, lo que trasciende de esta fascinante rareza cinematográfica, es la manera en la que captura algo así como un punto ciego en la vida de un hombre, una experiencia de transición, acaso intrascendente, pero que ocupa mucho tiempo en nuestra vida, como es ir o volver del trabajo. En ese axis de tiempo y lugar, en ese espacio negativo de la vida, quizás puedan entenderse muchísimas cosas acerca de quiénes somos.