Series: crítica de «Juntas hasta la muerte» («Dead Ringers»), de Alice Birch (Amazon Prime)
Rachel Weisz interpreta a dos hermanas mellizas, obstetras y ginecólogas, en esa versión de la historia que fue llevada al cine, en 1988, por David Cronenberg. En Amazon Prime.
Cualquier cinéfilo que se precie de tal recuerda y seguramente admira el clásico film de 1988 DEAD RINGERS, dirigido por David Cronenberg. En él, Jeremy Irons interpretaba a dos hermanos gemelos, Elliot y Beverly, ginecólogos ambos, que tenían una relación personal –y con la profesión– bastante particular. La película del realizador de LA MOSCA se basaba en un caso real de dos gemelos ginecólogos que, a su vez, ya había sido contado en la novela TWINS. A esa cadena de adaptaciones le llega ahora una última y previsible etapa: la serie de televisión. Y si bien todo hace sospechar algún tipo de subproducto oportunista, hay que decir que esta versión de la historia funciona muy bien por sí misma y lo hace de una manera que, si bien nunca llega a la altura de la original, es casi tan densa e impactante.
En los últimos años se están haciendo decenas de adaptaciones a series de películas de los años ’80 y ’90: es un territorio fértil para la explotación comercial de los llamados «IP» (por propiedad intelectual), títulos que la gente ya conoce. Pero JUNTAS HASTA LA MUERTE (el título de la película, al menos en la Argentina, había sido PACTO DE AMOR) tiene otro origen y otra búsqueda. Producida por el sello Annapurna y con sus seis episodios dirigidos por realizadores del cine independiente (la impronta de Sean Durkin, que dirige tres, es la más evidente, pero también está Karyn Kusama), esta adaptación creada por Birch (NORMAL PEOPLE) pega un giro fuerte sobre la historia anterior al convertir a sus protagonistas en mujeres.
Beverly y Elliot, ambas interpretadas por una excelente Rachel Weisz, son hermanas gemelas, trabajan juntas en una clínica y sueñan con abrir un centro dedicado exclusivamente a partos, con investigaciones ginecológicas incluidas. Son idénticas, viven juntas, no se separan nunca pero son radicalmente diferentes en personalidad. Beverly (para que el espectador no se pierda es la que usa casi siempre el pelo atado) es la más seria, responsable, tímida y profesional. Conflictuada y temerosa, muchas veces se deja pasar por encima por Elliot, que es todo lo contrario: voraz, salvaje, despreocupada, consume alcohol y drogas y vive siempre en el borde del caos, sin importarle el qué dirán.
Más allá de esas obvias diferencias funcionan juntas muy bien, en un modo entre el ying y el yang pero también en el borde de la co-dependencia. Elliot sale con hombres y mujeres para luego dejárselxs a su más tímida hermana (Beverly parece preferir las chicas, a Elliot todo le viene bien) mientras que Beverly está un tanto preocupada por algunos excesos éticos en las investigaciones que Elliot hace en la clínica. El otro tema importante que las reúne es conseguir dinero para abrir su propio centro. Han logrado interesar a una familia de farmacéuticos millonarios (inspirados en los Sackler, causantes de la epidemia de opioides), pero la conexión con esta inquietante familia incomoda mucho a Beverly. A Elliot, no tanto. Casi parece sentirse a gusto entre gente tan perversilla como ella.
Pero el gran conflicto entre las hermanas pasa cuando Beverly se enamora de Genevieve (Britne Oldford, el nombre del personaje está inspirado en Genevieve Bujold, que hizo ese papel en la película de Cronenberg), una famosa actriz. Ese romance y el deseo de Beverly –a la que hasta ahora le ha costado quedar embarazada– de tener hijos con ella es para Elliot una traición imperdonable. Las hermanas son tan unidas que la sola presencia de la amable y sensata Genevieve hace explotar todo por los aires. En el caso de Elliot es más que evidente. Pero para Beverly, por más enamorada que esté, tampoco es sencillo separarse de esa otra mitad que lleva al lado desde su nacimiento.
DEAD RINGERS es una serie oscura, densa, bastante salvaje e intensa, con escenas que pueden no ser fáciles de ver por algunos espectadores que no se lleven bien con complicadas situaciones en hospitales –hay mucho parto, mucha sangre, muchas inyecciones, experimentos fallidos y los realizadores meten la cámara en medio de la acción–, pero lo central no pasa tanto por ahí sino por seguir el devenir psicológico de esta relación difícil de dividir y, por momentos, casi imposible de entender. Es tan fuerte la conexión entre ambas que por más monstruosos que sean los comportamientos de una de ellas y lo que haga sufrir a la otra a esta le costará muchísimo cortar lazos. Y eso, inevitablemente, llevará a más complicaciones.
Weisz hace un enorme desgaste físico y emocional al encarnar a estas dos mujeres tan distintas. Beverly es reservada y dubitativa, pero Elliot es por momentos tan salvaje y desquiciada que testea la paciencia del espectador. Birch, Durkin y el resto del equipo tratan de mantener el tono de la serie dentro de cierto realismo excesivo, pasado de rosca, pero sin perder del todo el contacto con la credibilidad. En algunos momentos DEAD RINGERS pasa esa frontera (en especial en las escenas entre las hermanas y la familia farmacéutica y su bizarro mundo), pero aún en esos desaforados momentos la tensión se mantiene. Para eso ayudan las actuaciones de Jennifer Ehle, Emily Meade, Michael McKean y Poppy Liu, todos parte de los segmentos más inquietantes de la serie.
La influencia de la película de Cronenberg es indudable, pero la puesta en escena y algunas situaciones por momentos recuerdan al cine de Stanley Kubrick, con la gélida perversión que caracteriza a algunos de sus films, desde LOLITA a OJOS BIEN CERRADOS pasando por LA NARANJA MECANICA. Por momentos, de hecho, Elliot parece un «ángel de la muerte» al mejor estilo de los personajes de esa clásica película y su mirada entre pícara y cruel resuena por ese lado. Y hasta ciertas escenas y momentos de la serie tienen una inspiración cinematográfica que la aleja de las convenciones del streaming: planos largos y a distancia, encuadres curiosos y un trabajo sobre los colores que aleja al show de cualquier atisbo de realismo. La única elección que no funciona es la extraña decisión de poner canciones pop en cada episodio, a modo de comentario de lo que va pasando. Son innecesarias.
Alrededor de la trama principal, lo que la serie hace de una manera inteligente es echar una mirada crítica sobre ciertos excesos del mundo farmacéutico-médico, explorando también una zona que la película de 1988 no cubría demasiado. Lo que Birch, Durkin (realizador de THE NEST) y compañía han logrado acá es tomar un clásico y versionarlo creando una obra que se sostiene muy bien por sí misma. Nada hará olvidar a Jeremy Irons y a sus mellizos, pero esta relectura es un ejemplo de cómo se pueden revisar ciertos títulos del pasado sin explotarlos ni banalizarlos de manera hueca. JUNTAS HASTA LA MUERTE es una serie audaz, inteligente, adulta, compleja y políticamente incorrecta. No hay muchas así en el panorama serial contemporáneo.