Streaming: «La infancia de un líder», de Brady Corbet (MUBI)
Tras la Primera Guerra Mundial, Prescott, de 7 años, se muda a un castillo en Francia con su madre alemana y su padre, un diplomático estadounidense. Cuando su padre se marcha, en 1919, para la Conferencia de Paz de París, el niño aprende a manipular a los adultos y desarrolla un ego aterrador. En MUBI.
Hay una especie de máxima que dice que los actores, cuando pasan a la dirección, tienden por lo general a hacer películas en las que lo principal pasa por el lucimiento actoral, como si pasarse de delante a detrás de cámara solo fuera una forma de probar que ellos pueden dirigir a sus colegas mejor que los cineastas. Y si bien hay muchas películas que confirman esta frase, hay un par de clásicos que la dan vuelta por completo, como LA NOCHE DEL CAZADOR, de Charles Laughton y hasta cierto punto EL CIUDADANO, de Orson Welles, por citar solo algunas. THE CHILDHOOD OF A LEADER es el intento de Brady Corbet de sumarse a esta tradición de películas cinematográficamente ambiciosas dirigidas por actores. Y si bien su opera prima está lejos de ser una obra maestra, es innegable que sorprende, impacta y marca la presencia de un director al que habrá que tener en cuenta en el futuro, casi con seguridad.
Algunos se preguntarán quién es Brady Corbet. El actor nacido en Arizona no ha hecho casi películas que puedan considerarse «comerciales» y se ha destacado, en cambio, por su trabajo en filmes de autor, independientes y en muchos casos europeos como A LOS TRECE, MYSTERIOUS SKIN, SIMON KILLER, MARTHA MARCY MAY MARLENE, MELANCOLIA, EDEN, SAINT LAURENT, la remake de FUNNY GAMES o EL OTRO LADO DEL EXITO. Pero su presencia es siempre imborrable, especialmente en SIMON KILLER, la película que lo hizo conocido en el mundillo art-house.
Su opera prima, sin embargo, ataca por el lugar menos esperado. Es una extraña, curiosa y falsa biografía de un niño que, el título nos adelanta, algún día se convertirá en un líder. ¿De qué? No lo sabemos hasta el final. El niño en cuestión, Preston, vive con su familia norteamericana en Francia, en medio de las negociaciones por la paz tras el cese de fuego en la Primera Guerra Mundial. Su padre (Liam Cunningham, el Davos de GAME OF THRONES pero sin barba) es un importante miembro de la delegación norteamericana que conduce el presidente Woodrow Wilson y que terminará armando el llamado Tratado de Versalles (lo que se nos muestra en la Obertura documental que abre de forma «germánica» el filme). Y eso lo ha llevado a Europa. Pero esa «paz» política que se busca afuera no tiene nada que ver con cómo se vive dentro de casa.
Con su padre siempre en París, el niño rubio, de pelo largo, con aspecto andrógino y unos diez años (que encarna, en su debut, Tom Sweet, quien de «dulce» tiene solo la apariencia) se aburre soberanamente en la enorme y bastante venida a menos mansión en la que vive con su desentendida y religiosa madre (Berenice Bejo), quien suele dejarlo al cuidado de una niñera que le enseña a hablar en francés. Pero el pequeño Preston es sutilmente inmanejable. De una manera perversa y malvada, no hace más que provocar y molestar a todos los que lo rodean. Claro que el abandono y desinterés de sus padres por lo que él hace o deja de hacer (sólo le prestan atención cuando hace algo horrible) explican muchas de sus actitudes, pero de todos modos la por momentos monstruosa personalidad del niño parece la encarnación de un Mal acaso más profundo.
El filme seguirá a lo largo de unas extensas dos horas las distintas circunstancias que van llevando a que el chico, su madre, su padre, su niñera y una mucama se vean envueltos en situaciones cada vez más inquietantes y violentas. Pero lo que más llama la atención, seduce, intriga y tal vez también irrita un poco es la manera en la que Corbet narra su historia cinematográficamente: con planos largos y puestas de cámara extrañísimas, con una banda de sonido excelente y hasta brutal de Scott Walker que lleva todo a un terreno apocalíptico y marcial, y con una preferencia por el misterio y la construcción de climas que por la narración clásica o el psicologismo de manual de guión.
La rareza persigue a la película –por la que Corbet ganó el premio al mejor director en la sección Orizzonti, en Venecia– de principio a fin. Entre los acuerdos diplomáticos que se cuecen por debajo, los affaires ocultos de sus padres (ahí es donde aparecerá Robert Pattinson, en principio), la extrema religiosidad de la madre y el aburrimiento perverso del niño todo va dando forma a lo que, uno intuye, es alguna forma de caos. Si bien es cierto que la película juega con temas similares a los de LA CINTA BLANCA, de Michael Haneke, las decisiones creativas de Corbet son más extravagantes y menos lineales que las del austríaco, y la película también es más irregular: por momentos brillante y en otros, simplemente, entre irritante y repetitiva.
La película toma el título y algunos temas de la novela breve homónima de Jean-Paul Sartre pero los modifica y altera muchísimo hasta tornarse algo totalmente diferente en lo narrativo aunque con similar desarrollo temático. A lo largo de las tres etapas en las que se divide el filme (y una impactante y brutal coda), Prescott va volviéndose cada vez más incomprendido y desafiante, y la única que parece estar de su lado es una mucama. Para el espectador, que ve las cosas casi siempre desde su punto de vista, la situación es doblemente incómoda, ya que uno puede entender las motivaciones de sus actos, pero de todos modos es imposible justificarlas del todo.
Pero Corbet, de todos modos, hace una apuesta con su filme mucho más amplia, una suerte de manifiesto/novela, casi un operístico y a la vez íntimo retrato de la Europa de entreguerras con un niño que cargará con esas «semillas de maldad» desperdigadas en la primera Gran Guerra, las que terminarán explotando unas décadas después y –uno podría pensar– continúan circulando hasta hoy a través de distintas y cotidianas manifestaciones de violencia. Y más allá de que aun su talento detrás de cámara no esté del todo a la altura de su enorme ambición, es innegable que se trata de un cineasta inteligente, creativo y con una búsqueda temática y estética muy personal, alejada de casi todo lo que se hace actualmente en ese ente extraño llamado «cine de autor internacional».
Crítica publicada originalmente en 2016