Cannes 2023: crítica de «La Chimera», de Alice Rohrwacher (Competencia)
Un hombre sale de la cárcel, regresa al pueblo en el que vivía y atraviesa una extraña serie de aventuras en esta comedia dramática de la directora de «Lazzaro felice».
Hay más cine en un par de planos de Alice Rohrwacher que en la mitad de las películas vistas en las distintas secciones del Festival de Cannes. LA CHIMERA apenas empieza y uno ya se da cuenta que está en buenas manos, las de alguien que no solo sabe lo que está haciendo sino que ama ese arte que llamamos cine y al que actualiza en sus películas. No es el de Rohrwacher un cine retro ni uno de homenajes sino el de alguien que, conociendo la historia y la tradición –especialmente la de su país, Italia– la reconfigura y transforma en algo propio. El suyo, como el que hacen algunos de los protagonistas de la película, es una especie de trabajo de exhumación de cadáveres: Rohrwacher se conecta con el pasado para hacer películas que hablen del presente.
El británico Josh O’Connor es el sorprendente protagonista de esta película muy italiana en la que sus actores principales no son de allí. El actor que interpretó al ahora Rey Carlos en la serie THE CROWN es aquí un tal Arthur, un tipo que de entrada parece amargo y de pocos modales que viaja en un tren en el centro de Italia por los años ’80. Luego nos enteraremos que sale de la cárcel y que regresa al pueblo en el que vivía con Beniamina (Riparbella, en la Toscana), quien en apariencia desapareció del mapa, aunque su madre, Flora (una irreconocible y muy graciosa Isabella Rossellini), la espera pacientemente.
Al regresar Arthur allí no quiere ni verse con su grupo de amigos, una peculiar banda de tombarolis (ladrones de tumbas) quienes se dedican a vender lo que encuentran en antiguas, ocultas o abandonadas ruinas, tumbas y cementerios etruscos a un misterioso sujeto llamado Espártaco. Arthur va de su casita de chapa a visitar a Flora –no es el único, también están ahí media docena de sus otras hijas– mientras trata de curarse de una indefinida enfermedad que parece ligada a la tristeza. Allí conocerá a una alumna de canto de la mujer, una joven llamada Italia (la actriz brasileña Carol Duarte, excelente), muy simpática, bastante mala cantante y que tiene sus propios secretos.
Pero Arthur no tardará en volver con los ladrones de tumbas –el tipo tiene una rara y mágica habilidad para detectar donde hay cosas para llevarse– y meterse con ellos en algunos líos más grandes, que involucran más dinero y a la vez, potencialmente, mayores problemas. Si bien es importante en más de un aspecto –especialmente en su segunda mitad, más clásicamente narrativa–, la trama es secundaria al mundo creado por Rohrwacher, que parece ubicarse en una zona rara entre el cine de Federico Fellini, las películas animadas, el neorrealismo en su variante ligeramente fantástica y algo que es propio y muy personal.
Si vieron LAS MARAVILLAS o LAZZARO FELICE, con las que conforma una especie de trilogía, sabrán a qué me refiero. De todos modos LA CHIMERA apuesta a algo más bizarro y extravagante, entre luminoso y cómico, con cámaras aceleradas, actuaciones desbordadas (u otras muy para adentro, como la del protagonista) y un par de historias de amor en el centro: la que Arthur tiene con Beniamina, acaso «la quimera» que da título al film, y la que va desarrollando con Italia, en apariencia más lúdica y menos tortuosa.
La fotografía de Hélène Louvart es excelente, usando diferentes formatos analógicos de una manera por momentos sublime. Y el diseño de producción y la dirección de arte logran crear un universo a mitad de camino entre la realidad y la fantasía más pura, una suerte de fábula popular en la que el pasado y el presente se conectan permanentemente de maneras inesperadas.
LA CHIMERA puede tener algunas inconsistencias o reiteraciones, es cierto, pero es un cine abierto, generoso, que respira, transmite vitalidad, amor por el mundo y por la gente que lo habita. Acá no hay héroes ni villanos ni juicios de valor acerca de los personajes, algo que otros directores dejarían en claro de entrada. Aquí hay gente que se enamora, que extraña y que se deja llevar por esa quimera a la que nunca se renuncia del todo: la de vivir en un mundo mejor, aunque haya que inventarlo.