Cannes 2023: crítica de «L’Autre Laurens» («The Other Laurens»), de Claude Schmitz (Quincena de Cineastas)
En esta comedia policial belga una joven le pide a su tío, detective privado, que busque a su padre, que ha desaparecido misteriosamente.
La propia síntesis de este policial belga incluye una comparación que raramente se presenta tan directa pero a la vez críptica. Allí se explica que esta historia detectivesca evoca en estilo a «una pareja de mellizos», pero no queda claro a quiénes se refiere. Viéndola, podría hablar de los hermanos Coen, pero ellos no son mellizos ni nada parecido. Y por más que he pensado quiénes pueden ser esos directores que «combinan los códigos europeos y americanos del film noir» no se me ocurre otros que los directores de FARGO. Pero mellizos, no son.
Gabriel y François sí lo son. Encarnados por Olivier Rabourdin, al que conocemos es a Gabriel, ya que François está muerto o desaparecido. Gabriel es un detective privado de poca monta que se reencuentra con su joven y bella sobrina llamada Jade (Louise Leroy), a la que hace mucho no ve. Es ella la que le pide que investigue la muerte o el paradero de su padre. Y el hombre, un poco a regañadientes, lo hará, metiéndose en la curiosa vida que tenía su hermano.
Allí conocerá a una viuda estadounidense llamada Shelby (Kate Moran), que habla en inglés y a la que le contestan en francés pero de todos modos parecen entenderse igual, quien aparentemente tenía relación su padre. Luego aparecerá una banda de motoqueros, un par de policías torpes, un piloto afroamericano un tanto peculiar y de a poco Gabriel empezará a deducir qué pudo haber sucedido con François. Y se lanzará a resolver el entuerto, con previsibles (y no tan previsibles) sorpresas.
EL OTRO LAURENS funciona como comedia detectivesca que no es demasiado graciosa en sí pero que busca un tipo de humor asordinado, seco. Una película curiosa, con algunos momentos simpáticos y otros un tanto absurdos (la banda de motoqueros, especialmente, es la más prototípicamente cómica), en la que un tío y su sobrina tratan de ir develando los misterios que hicieron desaparecer a François.
En unos escenarios campestres, de rutas y pueblos chicos, se desarrolla este film por momentos entretenido, en otros absurdamente violento, que tiene algunas reminiscencias al cine de los Coen (que no son mellizos), pero que más que nada se inserta en la tradición de ciertos policiales de directores europeos que han visto mucho cine norteamericano e intentan aplicar sus modos a las costumbres y el tipo de personajes locales.
La película no llega a ser salvaje y disparatada –como algunas de estas mutaciones del policial a veces lo son– y rara vez se toma completamente en serio como para ganar en gravedad y peso emocional. Y ese medio tono es el que termina dejando en el espectador la sensación de haber visto un policial simpático y ligeramente entretenido. No mucho más, ni menos, que eso.