Cannes 2023: crítica de «Légua», de Filipa Reis & João Miller Guerra (Quincena de Cineastas)
Este drama se centra en tres mujeres de distintas generaciones cuyas vidas están ligadas al cuidado de un elegante caserón desocupado en el norte de Portugal.
Un caserón elegante y bello ubicado en una pequeña ciudad en el norte de Portugal. Las vistas son soñadas pero adentro del lugar las cosas son un tanto más rutinarias, entre serenas y algo tristes. Los dueños de la casa brillan por su ausencia: viven en Lisboa y raramente la visitan. Pero de todos modos tienen a una encargada que se ocupa de mantenerla en estado impoluto por si a ellos en cualquier momento se les da por ir. Algo que no pasa casi nunca, pero la misión que recibe Emilia es muy clara. O, al menos, ella se lo toma así. No puede fallar.
Emilia ya ronda los 80 años y en la casa la ayuda Ana, que no es su hija pero por edad podría tranquilamente serlo. Ana es su amiga y colabora con la señora mientras su marido trabaja en la construcción y, de vez en cuando, se toma un tiempo para estar con ella. La «pata» que falta en esta historia aparece luego. Se trata de Mónica, la hija veinteañera de Ana que se la pasa todo el tiempo con su mejor amiga yendo a una fiesta y ya pensando cuál será la siguiente, aún cuando siguen con resaca de la noche anterior.
Emilia es puntillosa y quiere que todo esté perfecto, obediente servidora de los dueños que no quiere nada fuera de lugar, ni se atreve a quebrar regla alguna, algo que a Ana le parece excesivo, casi ridículo. El conflicto principal de LEGUA se produce cuando Ana, a instancias de su marido, decide irse a vivir un tiempo a Francia, a trabajar allí. El problema es que la decisión coincide con un rápido deterioro en la salud de Emilia. Para Ana es una decisión fuerte la que tiene que tomar: ¿dejar a esta cada vez más frágil señora sola cuidando la casa o cambiar de planes y quedarse con ella?
Un drama portugués de cámara, en el que –salvo por un evento social y una fiesta– casi nunca hay más de dos o tres actores en escena, LEGUA es un retrato multigeneracional femenino en el que se ponen en juego temas como la solidaridad, el cuidado de los mayores pero también la posibilidad de romper con determinados compromisos y deberes sociales. A Ana le cuesta entender que Emilia sea tan obsesiva y obediente con sus «patrones» y a Mónica le cuesta entender que Ana se sacrifique por Emilia, en una especie de cadena de deberes en la que, finalmente, los poderosos (eso que algunos llaman «patriarcado») miran de afuera y no participan.
Sin poner el acento ahí, LEGUA incluye una crítica socioeconómica ligada a la relación con esos patrones (mantenida estrictamente fuera de campo) y una que conecta a esas tres generaciones de mujeres con la comunidad en la que viven, algo que aparece especialmente cuando algo así como «los cuervos» de los bienes raíces se acercan a ver qué pueden hacer con una propiedad que parece no estar nunca en uso. En cierto momento algunas escenas más «metafóricas» entorpecen el flujo de la historia y su realismo si se quiere crudo, pero no son demasiadas y da la sensación que pronto los realizadores recuperan el control del tono del relato.
Pero más que nada –y esto es central en la segunda mitad de este relato–, es una historia de cuidado, de amistad y solidaridad, que pone el eje cada vez más en la atención que Ana le dispensa a la desmejorada Emilia, cuyo estado de salud se complica más y más. Y si bien esa parte es la más dura y difícil de ver, hay una honestidad física y una cercanía de la cámara respecto a lo que narra que se siente en el cuerpo. No es lo más fácil de digerir –especialmente para aquellos que atravesaron situaciones similares–, pero la película no esconde la mano nunca. Expone el dolor y la fragilidad de los cuerpos pero también el afecto, la empatía y hasta eso que llamamos amor.