Cannes 2023: crítica de «Rapito», de Marco Bellocchio (Competencia)
Un niño judío es secuestrado por la iglesia católica en la Bologna de la década de 1850, llevando a sus padres a encarar la muy dificultosa tarea de recuperarlo.
La iglesia católica ha sido objeto de muchas y muy variadas críticas a lo largo de la carrera cinematográfica del italiano Marco Bellocchio y RAPITO («Rapto», en castellano) no solo se incluye dentro de ellas sino que es una de las más directas y brutales. Esta historia real que en algún momento pensó filmar Steven Spielberg es una descarnada muestra de los abusos de poder de la iglesia, en este caso a mediados del siglo XIX con una familia judía como su víctima principal, aunque no la única.
Todo parece normal en la vida de la familia Mortara, un matrimonio judío que vive en Bologna y que la historia toma en 1850, mostrando a uno de sus bebés muy enfermo. Pasan unos años e inesperadamente las autoridades religiosas tocan la puerta de la casa con intención de llevarse a uno de los muchos hijos (son ocho, aparentemente) de la pareja, llamado Edgardo. Siendo la actual Italia en esa época un Estado Pontificio en el que las decisiones papales eran leyes, los curas tienen ese poder. Pero ni Momolo (Fausto Russo Alesi) ni Marianna (Barbara Ronchi), los padres, entienden los motivos de esa decisión que luce claramente como un secuestro.
Tras un momento de dudas se les «explica» lo sucedido. En los registros figura que Edgardo ha sido bautizado y, según las reglas de la Iglesia, eso implica que es católico y que hay que sacarlo de ahí. Cosa que, pese a los distintos reparos legales y vueltas que intentan ponerle los Mortara, los ejecutores de esa ley hacen a la fuerza, llevándose al pequeño a Roma, a lo que parecen ser las cercanías del Vaticano (el Papa Pío IX visita el lugar seguido y es el más insistente en no negociar su «devolución»), lugar en el que Edgardo (Enea Sala) es puesto junto a otros chicos en similar situación. Allí empezará un proceso de forzosa conversión a la que a este frágil niño le cuesta combatir.
A la par, los Mortara junto a amigos, colegas, políticos y críticos del sistema papal empiezan una complicada campaña, tanto nacional como internacional, para recuperar a Edgardo. Algo que prueba ser bastante difícil, por errores propios pero, fundamentalmente, por la irracionalidad de la iglesia para suponer que se puede, simplemente, raptar a un niño de una familia y llevárselo. Pueden visitarlo, de vez en cuando, pero el niño empieza a volverse un tanto más distante y no se sabe si lo hace a modo de resguardo o porque empieza a ser seducido, de a poco, por la propia narrativa –épica, fantástica, misteriosa– de la conversión religiosa.
RAPITO está contada con la maestría habitual de un realizador que, a los 83 años, está más vital que nunca. No solo en términos de actividad (el año pasado estrenó acá una miniserie política de cinco episodios) sino por la potencia y energía que tienen sus films, quizás más directos y accesibles ahora de lo que lo fueron durante un par de décadas, con una furia que se transmite en cada plano, en las actuaciones que de a poco se van volviendo más desencajadas, en una música que lo domina todo y que convierte el relato en un clásico melodrama histórico a la europea.
El film de Bellocchio está a la altura de lo que promete y del peso de una historia cuyas repercusiones impactaron políticamente a Italia y ayudaron a ir limitando –regionalmente primero y en todo el país después– el poder eclesiástico, algo de lo que la película se ocupa más directamente en la segunda mitad. Además de una dura crítica a la iglesia el film es, a la vez, una franca mirada al antisemitismo, algo que se comprenderá mejor en la película cuando se sepan los motivos de ese bautismo, y que se continúa a lo largo de toda la trama, con sus muchos tristes y amargos tragos posteriores.
En un momento, las autoridades le dicen a la familia Mortara que hay una sencilla forma de recuperar a su hijo Edgardo. «Si todos se convierten al catolicismo él podrá volver con ustedes», le explican. Esa frase resume mucho de lo que tiene para decir esta gran película del maestro italiano.
El director y guionista italiano MARCO BELLOCHIO (n. 1939) es un virtuoso en el manejo de la cámara y es un narrador potente que sabe cómo llegar al espectador con sus historias.
En este caso se basa en un hecho real que es el rapto de un Edgardo MORTARA, un niño judío de 6 años en el año1858. Ese rapto fue ordenado por el Papa Pío IX con el argumento que el niño había sido bautizado católico y eso implica que no puede vivir en un hogar judío.
Esto genera trastornos muy severos en la vida de una familia donde EDGARDO tenía una familia numerosa y en su propia vida donde sufre las consecuencias del adoctrinamiento religioso
La película abarca un período de 20 años caracterizado por un crecimiento de la oposición al Santo Papa y en momentos que se desarrollaba la lucha por la independencia de Italia.
La mayor fortaleza de la película es la descripción del cuadro familiar y en el derrotero del niño con una excelente actuación de ENEA SALA (EDGARDO), además de la solidez de todos los rubros técnicos habitual en e cine de BELLOCCHIO.
Aparecen algunas debilidades en la caracterización del Papa PÍO IX que se parece a un villano del cine norteamericano y en un final algo forzado que pudo ser mejor.
Pese a algunos reparos, el balance de la película de este inoxidable director es MUY BUENO (8/10)