Cannes 2023: crítica de «The Goldman Case», de Cedric Kahn (Quincena de Cineastas)
Este film, que transcurre casi en su totalidad en un recinto judicial, desmenuza el caso de un militante judío de izquierda acusado de un crimen que, asegura, no cometió.
La película de juicio es un clásico subgénero cinematográfico. Hay casos, muy pocos, en los que un director decide filmar toda o casi toda la película adentro de la sala donde el juicio tiene lugar. En EL CASO GOLDMAN, salvo por la primera escena, todo transcurre dentro de un recinto de este tipo, siguiendo el particular sistema legal francés que tiene mucho más de teatral y virulento que el más controlado y conocido estadounidense.
La reciente película de Alice Diop, SAINT OMER, iba por un lado parecido pero Kahn es más extremo: pantalla casi cuadrada y testimonio tras testimonio para dar a conocer un famoso caso de los años ’70. Pierre Goldman era un joven judío, militante de izquierda, que fue a la cárcel tras ser encontrado culpable de tres crímenes entre 1969 y 1970. Dos de ellos fueron simples robos y un tercero, el asesinato de dos personas en una farmacia. Goldman admite su culpabilidad en los dos robos pero se declara inocente en el caso de los asesinatos. Después de varios juicios y seis años en prisión, su apelación tiene éxito y se lo vuelve a enjuiciar por los tres casos. Dos de ellos, de todos modos, son asunto cerrado. El enigma es con el otro, el que lo condenaría a pena de muerte.
Goldman (Ariel Worthalter) es un personaje particular: intenso, directo, no muy amigable, capaz de pelearse con sus propios abogados e intelectualmente muy preparado. En el recinto lo acompaña un grupo de fans y famosos artistas e intelectuales (Simone Signoret, Regis Debray), ya que el hombre además escribió un libro estando en prisión que lo hizo conocido. Pero enfrente tiene rivales pesados: abogados de renombre, testigos que dicen haberlo visto cometer el crimen y familiares apesadumbrados de las víctimas. Su única coartada es, dice, haber estado en ese momento con un amigo que confirma ese dato. «Soy inocente porque soy inocente», asegura. No parece mucho.
La película pasará de contar la historia de la vida de Goldman –algo que hace el juez al preguntarle por su pasado, para la irritación del acusado– para ir a la precisa descripción del crimen de las farmacéuticas. La primera parte es la más atractiva y la que le da al film su peso y su cierta importancia en la discusión política de entonces y en la actual. Hijo de padres que se escaparon de pogroms, militantes de la resistencia ante los nazis, Pierre siempre fue un hombre de apoyar y defender causas, digamos, «progresistas». Pero en un momento –tras viajes militantes a Cuba y a Venezuela– el hombre vuelve a Francia, se queda sin dinero y empieza a tener problemas. Allí tienen lugar los crímenes.
EL CASO GOLDMAN es efectiva y directa, acumulando testimonios feroces con acusaciones cruzadas, ya que en el sistema francés parecen permitirse interrupciones, gritos, que los acusados hablen, los abogados les contesten y nadie «llame al orden». En esa farragosa cadena de discursos quizás lo más interesante pase por pensar cómo la historia se conecta con el antisemitismo en Francia, ya que el film deja en claro que Goldman se siente par de árabes, negros, hippies y militantes de izquierda, lejos de los enfrentamientos que hoy parecen separar y dividir en ese país, especialmente, a judíos de árabes. Goldman está en contra de los poderosos como todos ellos y la policía lo incluye en su mirada racista. Muchos testigos aseguran haberlo visto pero equivocan o mezclan razas («parecía mulato», «era igual a un árabe», dicen) dejando en claro que los judíos en Francia eran/son vistos como una amenaza también por los poderosos.
Cuando el caso se vuelve más «minuto a minuto» puede tornarse un tanto repetitivo, más cercano a algún drama judicial televisivo que a otra cosa, pero esos momentos son pocos. Sin ser un film apasionante, el director de L’ENNUI y ROBERTO SUCCO –una de las grandes promesas de la renovación francesa de los ’90 cuyas películas no tuvieron luego igual repercusión que las de colegas generacionales suyos como Arnaud Desplechin o Olivier Assayas– se las arregla para crear un drama judicial de esos que funcionan porque, también, tienen a una figura central llamativa.
Goldman no intenta caer simpático, es por momentos pedante y bastante agresivo, pero por lo general tiene razón y pone el dedo en la llaga de muchos de los males que aquejaban y siguen aquejando a la sociedad francesa. No solo en relación con el antisemitismo sino con todas las clases y formas de racismo que impactan en el sistema legal creando condenas basadas en pura especulación. Cuando sus abogados y testigos de la defensa dicen que «algunos policías son racistas», Goldman los interrumpe y contradice. «No son algunos, son todos», grita. Sus convicciones le puede llegar a costar caro, pero está dispuesto a pagar el precio necesario para sostenerlas.