Cannes 2023/Estrenos: crítica de «Elementos», de Peter Sohn

Cannes 2023/Estrenos: crítica de «Elementos», de Peter Sohn

Una chica de Fuego conoce a un chico de Agua y comienza entre ellos una relación complicada en el universo paralelo que plantea la nueva película de Pixar. Estreno: 15 de junio

Forzada y trabajosa por donde se la mire, aunque tierna y cálida también pero en segundo plano, ELEMENTAL es una película que Pixar parece haber hecho por dos, acaso tres motivos. El primero, para probar técnicas de animación creando personajes que son, literalmente, representaciones físicas, antropomórficas, de los elementos Fuego, Agua, Tierra y Aire. Segundo, para seguir creando esos mundos alejados de cualquier tipo de realismo –como lo fueron INSIDE OUT o SOUL— que funcionan en universos con lógicas propias, versiones altamente simbólicas del mundo real. Y el tercero para poder hablar de asuntos políticos –el racismo, la xenofobia– sin meter la cabeza de manera demasiado directa en esos asuntos.

Dirigida por Peter Sohn, ELEMENTAL (ELEMENTOS, en castellano) transcurre en un planeta (o un universo, no es claro) cuyos habitantes representan a los cuatro elementos en cuestión. Tienden, por lo general, a vivir divididos en tierras separadas y cuando conviven en una misma ciudad, como es el caso de Element City donde transcurre la historia, lo hacen en barrios distintos, casi ghettos en los que raramente se mezclan con los otros elementos.

Los protagonistas son los del elemento Fuego (flamígeros, fogosos, no tenía subtítulos en castellano en la función de Cannes), los últimos en arribar a Element City y los que tienen más problemas en integrarse ya que, se sabe, el suyo es un elemento que puede ser peligroso y destructivo si no se lo controla. El resto de los elementos los margina y segrega, por lo que ellos se sienten un tanto encerrados pero felices en un barrio integrado casi por completo por personas tan «fogosas» como ellos. No hay una identidad étnica específica a la que compararlos y la película los presenta como un combo de características de inmigraciones de muy distintos orígenes.

Al llegar hablan con un idioma gutural y responden a nombres un tanto raros, como Útrí dár ì Bùrdì y Fâsh ì Síddèr. A ellos, como a muchos inmigrantes, pronto se los conocerá con nombres «americanizados», como Bernie y Cinder Lumen. Tendrán una niña a la que llamarán Ember, se mudarán a una casa abandonada y la transformarán en vivienda y próspero negocio (al llegar, cuando quieren alquilar casa, todos les cierran las puertas en las narices), pasarán los años y todo estará dispuesto para que la ya adulta Ember tome el control del local.

El problema es que la chica es, bueno, fogosa. Esto es: se pone muy nerviosa y tensa cuando está a cargo del negocio y más de una vez termina incendiando todo. Un día su reacción ante una turba de compradores de ofertas es excesiva, casi prende fuego el local familiar y termina rompiendo cañerías que inundan el subsuelo. Esto será descubierto por Wade Ripple, una persona de Agua (¿un Acuático tal vez?) que trabaja como timorato y culposo inspector, controla el estado del negocio y levanta una multa que podría hacer que a la familia de Fuego le cierren el local.

Esto llevará a que Ember intente convencer a Wade de darle una segunda oportunidad, evitando la suspensión del negocio. Y a través de esos recorridos, negociaciones y literales viajes por la ciudad tratando de descubrir filtraciones de agua y taparlas, el Fuego y el Agua se conocerán y ya saben qué pasa con esas cosas. Solo que acá, por motivos obvios, se trata de una combinación combustible o inundable o directamente peligrosa. Para ellos y para los demás. La metáfora, se sabe, está servida.

En lo que respecta a sus ideas sobre un mundo más armónico y de integración entre razas (perdón, elementos), la película es un tanto simple, hasta banal, pensada para chicos muy chicos y con juegos de palabras sobre los nombres de las cosas que ya son básicas en el inglés original y quizás lo sean más cuando se doblen al castellano. Curiosamente, tanto los personajes ligados al Aire (con forma de regordetas nubes, acaso representando a los blancos de cierta posición económica) y los de Tierra (que son como Arboles de todo tipo, quienes quizás en esta metáfora sobre los Estados Unidos sean algo así como el resto de la población «trabajadora» blanca o de inmigraciones previas), tienen muy poco desarrollo en ELEMENTOS. Son literalmente elementos secundarios.

Lo que funciona mejor que la gran alegoría es el romance entre Ember y Wade, que pasan de rechazarse a llevarse bien y que, cuando «las papas queman» (mis chistes son tan malos como los de la película) no les queda otra que «tirarle un balde de agua fría» (perdón) a la relación. Ella debe lidiar entre su atracción por Wade, sus deberes familiares –clásico tema de la animación Disney– y el temor por la reacción de sus padres al saber que ama a un ser de Agua. El, en tanto, tiene a una familia progre (¿serán eso los Acuáticos?) que acepta a la chica como potencial novia y tienen la costumbre de llorar excesivamente ante cualquier tontería, acaso la única repetida broma de la película que funciona muy bien.

En esa zona la película funciona bien y llega a ser tiernamente emotiva sobre el final. Pero para eso hay que atravesar una larga serie de aventuras que bien podrían ser las de un plomero (es que en el fondo lo que hacen es tapar caños rotos por la ciudad) y soportar una serie de chistes malos que transforman situaciones del mundo real en otras muy parecidas en este «americanizado» universo paralelo que hasta tiene su especie de Super Bowl, su Black Friday (acá es Rojo) y así.

Y el otro «elemento» que funciona bien es, previsiblemente, el trabajo de animación. ELEMENTAL crea un mundo fascinante y por momentos dan más ganas de perderse en el background que en seguir ciertos detalles de la remanida historia. Esta creación de universos alternativos le permite a Pixar explorar técnicas, hacer que personajes y fondos convivan mejor entre sí, y detenerse en eso mejora, seguramente, la experiencia. Pero no es algo que todos harán, menos aún los más chicos. A ellos les quedarán más claras las ideas centrales del relato y seguramente saldrán de verla con ganas de ser más amables con el prójimo o, en su defecto, estudiar Química en la universidad.