Series: crítica de «Los plomeros de la Casa Blanca» («White House Plumbers»), de Alex Gregory y Peter Huyck (HBO Max)
Esta comedia protagonizada por Woody Harrelson y Justin Theroux se centra en el grupo de ineptos conspiradores que efectuaron el fallido intento de espionaje que derivó en el famoso caso Watergate. Por HBO Max.
Las diversas historias que rodean el caso Watergate son fascinantes por donde se las mire. El problema es que, 50 años después que sucedieron, casi parecen menores en relación a los despropósitos que se han cometido en los últimos años, especialmente con el presidente Donald Trump. Esa distancia y diferencia permite tomarse aquellos muy graves asuntos en solfa, con humor. Y LOS PLOMEROS DE LA CASA BLANCA funciona como una parodia, por momentos como una mezcla entre una película de los hermanos Coen con LOS DESCONOCIDOS DE SIEMPRE, el clásico de Mario Monicelli. Es una serie sobre un grupo de torpes ladrones incapaces de hacer un trabajo en apariencia simple y cómo esa serie de errores terminarían haciendo renunciar a Richard Nixon de la presidencia de los Estados Unidos.
El caso se ha contado de mil maneras. De la clásica película de investigación periodística (la célebre TODOS LOS HOMBRES DEL PRESIDENTE) a la reciente serie GASLIT, pasando por muchas otras, entre ficciones y documentales, eligiendo distintos ángulos de un caso que alcanzó a tocar a todos los niveles del poder. Digamos que el elegido en esta serie es, dentro de ese mundillo, el más bajo. Se trata de contar las desventuras de los dos «encargados» de la tarea de entrar en el edificio Watergate para poner micrófonos y espiar en el comité del Partido Demócrata, y las cinco personas que los acompañaron en la tarea.
La serie se divide en tres partes: hay algunos SPOILERS de aquí en adelante si no conocen nada de nada del caso Watergate. El título de la serie viene a cuento del nombre que internamente se le daba al grupo integrado por E. Howard Hunt (Woody Harrelson), G. Gordon Liddy (Justin Theroux) y diversos colaboradores, quienes operaban para el Partido Republicano haciendo «trabajos sucios»: espiar a periodistas, desacreditar políticos, campañas de desprestigio, chantajes, etcétera. Lo suyo era la «plomería» política, en el sentido más vulgar del término.
Cada uno con su peculiar historia (uno había sido espía de la CIA y el otro, agente del FBI) y con una personalidad entre narcisista y ruidosa no especialmente apta para este tipo de trabajos –al menos es así como se los describe aquí y cómo la historia los recuerda–, Hunt y Liddy empezaron mal de entrada cuando tuvieron que hacer un trabajito para desacreditar a Daniel Ellsberg, quien había revelado públicamente los secretos Papeles del Pentágono, y les salió pésimo. Pero fueron efectivos en un segundo operativo (ya verán en qué consiste y qué famosa actriz aparece allí en un breve papel) y terminaron siendo incorporados al comité de campaña para la reelección de Nixon con la intención de llevar a cabo una de sus tantas ideas de desprestigio del rival: espiar sus comunicaciones.
Los dos primeros episodios cuentan las vidas y acciones de ambos antes del caso Watergate, quizás las más interesantes porque no son tan conocidas. La serie se apoya más que nada en Hunt, un personaje un tanto bizarro casado con una mujer que también trabajó para la CIA (interpretada por Lena Headey, la «Cersei» de GAME OF THRONES), con cuatro hijos, dos de ellos bastante hippies y rebeldes en relación a lo conservador, nacionalista y patriota que era Hunt, quien en su tiempo libre escribía novelas de espionaje y decía saber quién había matado a Kennedy.
El personaje de Liddy era una caricatura en la vida real. Y la serie se ocupa de él menos, ya que su historia es más conocida. De hecho, en GASLIT, Shea Whigham hace una inolvidable interpretación de este extremista, patriota y bizarro neonazi cuyo mayor orgullo era no ser nunca delator. Lo cierto es que para instalar los micrófonos en el edificio Watergate –algo que ocupa el tercer episodio, el del medio– se juntaron con una serie de perdedores iguales o peores que ellos y solo queda por decir que todo fue de mal en peor. Y la serie lo repasa en tono cómico, jugando con lo caricaturesco de los personajes y lo absurdo de las situaciones en las que se meten.
Los dos episodios posteriores se centrarán en las consecuencias de Watergate, también conocidas, pero contadas desde ángulos distintos a los usuales. El caso de Hunt fue particularmente espeso –ya verán porqué– y la serie se ocupará de eso y del otro gran problema que tuvieron que atravesar: si implicar a sus jefes hasta lo más alto o soportar las consecuencias silenciosa y estoicamente, yendo a la cárcel como principales culpables de lo sucedido y no como peones de un operativo político que venía de muy muy arriba.
La serie, creada por los guionistas Alex Gregory y Peter Huyck, y dirigida en sus cinco episodios por David Mandel (todos con pasado en la serie VEEP y otros hitos cómicos de la TV) intenta retomar el tono absurdo ligado a la política de aquel show protagonizado por Julia Louis-Dreyfus, pero no siempre lo consigue. Si bien Hunt y Liddy eran verdaderos «personajes» de la vida real, por momentos las caracterizaciones son tan ampulosas que el tono burlón se siente demasiado exagerado y obvio. El problema que genera eso es que soportar cinco episodios enteros en los que los protagonistas hacen una tontería atrás de la otra y son entre insoportables e irredimibles es un poco demasiado.
Esa exageración tonal termina, a la vez, dañando un poco lo mejor que tiene la serie que son los complicados problemas –éticos, familiares, morales, sociales– que ambos tienen antes y después de Watergate. Digamos que Liddy es impresentable por donde se lo mire, pero Hunt es un personaje con aristas complejas, marginado por distintos motivos de los círculos altos de poder y receloso de ese hecho. Cuando la serie debe presentarlo enfrentado a situaciones más dramáticas en los últimos dos episodios –en los que claramente Harrelson baja un cambio en su interpretación– se hace un poco tarde para empatizar con su conflicto y hasta con su sufrimiento.
LOS PLOMEROS DE LA CASA BLANCA es, de todos modos, una serie entretenida, fácil de ver (los cinco episodios se consumen muy rápidamente pese a que son largos) y con algunos momentos muy divertidos. Los que no conocen nada, o muy poco, de la historia que rodea al caso Watergate se divertirán más al enterarse de algunas de las conocidas torpezas que cometieron en su operativo, por lo que no es desestimable su interés por ese lado. Además de los actores citados hay lugar para Kathleen Turner, Domhnall Gleeson, Judy Greer, F. Murray Abraham, John Carroll Lynch y Kiernan Shipka (la hija de Don Draper en MAD MEN) en roles bastante secundarios pero claves.
De todos modos da la impresión que un poco se desperdicia la oportunidad de hacer una serie más inteligente sobre el tema: cómica, sí, pero no tan ampulosa como para solo funcionar a partir del chiste o el gag físico. Es cierto que, en relación a lo que sucede medio siglo después, todo esto parece un juego de niños. Pero a la vez estos hechos marcan también una manera de entender la política como juego sucio que se ha incrementado desde entonces a ahora. Las formas actuales pueden ser otras –más tecnológicas, virtuales, indirectas–, pero los objetivos son idénticos. O aún peores.