Series: reseña de «Succession Ep. 4.6: Living+», de Jesse Armstrong y Lorene Scafaria (HBO y HBO Max)

Series: reseña de «Succession Ep. 4.6: Living+», de Jesse Armstrong y Lorene Scafaria (HBO y HBO Max)

Una jornada en la que los hermanos deben hacer una presentación en Los Angeles ante un grupo de inversionistas es el centro de este nuevo episodio de la serie protagonizada por Kieran Culkin, Sarah Snook y Jeremy Strong.

Poder y respeto no son la misma cosa. Uno se puede tener por ocupar un cargo. El otro hay que ganárselo con acciones, con hechos. Roman y Kendall Roy tienen lo primero –bueno, creen que lo tienen– pero no lo segundo. Ocupan los dos el cargo principal de Waystar RoyCo en esta transición, tratan de manejarse como «reyes del mundo» y no siempre les sale bien. A tal punto les gustó el nuevo papel, el que desearon durante tanto tiempo, que ahora que lo tienen no están dispuestos a cederlo. Ya lo vimos en el episodio pasado: ninguno de los dos quiere realmente vender la compañía. Cuando Papá Logan vivía parecía una buena idea, pero ahora no tanto. ¿Por qué no aprovechar ese momento bajo los reflectores?

El problema de ambos –más de uno que de otro, pareciera al final de este episodio, SPOILERS de acá en adelante– es que no es fácil ejercer ese poder si no se es respetado por sus pares y, aún peor, por sus empleados. Dicho de otro modo: los dos pueden actuar como dueños, pero si nadie los toma realmente en serio –del modo en el que tomaban a Logan–, ¿lo son en realidad? Roman reacciona de la peor manera cuando no se siente respetado o temido: ante el primer desafío, la primera mirada de «no entendés nada«, el tipo usa la táctica Donald Trump y despide gente como si fuera Nerón. Lo hace con la jefa de los estudios Waystar y luego con Gerri. Quizás ninguna de esas acciones se sostenga mañana, pero el impulso es, ante un desafío al ego, sacar el bastón de mando o, bueno, mostrar quién la tiene más grande, algo que le volverá como un boomerang sobre el final.

Kendall parece estar en la misma, pero al final prueba ser capaz de controlar sus peores impulsos. Quiere entrar en guerra con Mattson, inventar números absurdos para hacer crecer el valor de la compañía e impedir su compra al precio propuesto, montar un show bastante ridículo en la presentación de la compañía a inversionistas que es el centro y el punto culminante de este episodio, pero cuando parece que la mampostería se le va a derrumbar encima, se controla, ajusta los objetivos, se ubica y, por primera vez en mucho tiempo, tiene un momento en el que está más o menos centrado. Roman lo quiso exponer borrándose del escenario y al final salió perdiendo. Punto para Ken.

En las idas y vueltas comerciales del episodio la que parece ir en camino de conseguir las dos cosas, poder y respeto, es Shiv. A su manera, desde un costado, errando también, pero operando entre Lukas Mattson y sus hermanos para estar ubicada en el mejor lugar posible cuando llegue la caballería. Ella sí quiere vender y sabe que en ese nuevo espacio tiene un lugar, pero tiene que saber también cómo hacer para que sus hermanos no tiren al diablo el negocio, la empresa, la valuación, todo. No es fácil su desafío y cuando no sabe qué hacer se encierra en un cuarto, a una hora programada con su asistente, para llorar.

Lo más fuerte, como siempre, de los episodios de SUCCESSION pasa por el lado personal, humano, sentimental. Y aquí Shiv lidia con su marido Tom con el mismo tono irónico e indirecto con el que casi siempre lo hace. Lo empuja, lo aleja, por momentos hasta lo humilla pero termina haciéndolo volver, como si fuera un cachorro. Nunca es del todo claro si opera sobre él o no sabe bien qué es lo que siente, si tiene todo bajo control o si las cosas se les van de las manos. Por lo pronto lo que es obvio es que Tom no tiene nunca idea de qué se espera de él, si ser modosito, amable y aplicado o, literamente, morder más fuerte que los demás. Acá, al menos, deja claras sus intenciones. Quiere dinero. Amor, sí, también, quizás, puede ser, pero más que nada «nice things»

El episodio lidia con un nuevo producto bastante bizarro llamado Living+ en el que Logan estaba trabajando antes de morir, algo parecido a una serie de barrios privados modernos, tecnológicos, hechos a medida de gente de cierta edad que quiere vivir cómoda, segura y, gracias a «los avances farmacéuticos», cinco o diez años más de sus expectativas. Es un proyecto raro, oscuro, un tanto delirante, que Mattson desprecia y lo hace saber tuiteando una hiriente frase que relaciona al proyecto con Auschwitz en medio de la presentación de Kendall. Cuando todo parece que el conflictuado Ken se derretirá en escena, el tipo encuentra una respuesta aceptable y sale del paso de un modo inesperado, casi noble. A tal punto que Lukas termina borrando el agresivo tweet.

Que el legado empresarial de Logan que Kendall quiere sostener sea la construcción de una casa que preserve la vida y la armonía familiar por años y años es un gesto de una devastadora ironía viniendo de una persona a la que nunca le interesó hacerlo, que trataba a sus hijos de idiotas y no confiaba en ellos. Seguramente Logan tenía razón –con lo de idiotas, con lo de casas y barrios privados quizás no tanto– y ahora es Kendall el que lo sigue en esa ilusión óptica que quizás termine siendo el peso que hunda a esta versión de Waystar. Si no pudieron construir un hogar para ellos –los créditos de apertura lo dejan en evidencia– difícilmente puedan hacerlo para los demás.

¿Qué sucederá de ahora en adelante en la lucha por el poder, por la famosa sucesión? A juzgar por el episodio de hoy Roman perdió bastantes puntos, Kendall venía en la misma pero al final los recuperó y Shiv sigue esperando que ambos se autodestruyan para entrar por la red carpet como la nueva emperatriz. ¿Sucederá eso? ¿O ahora Kendall, agrandado por la sensación de haber conseguido algo de ese respeto que se le negaba, insistirá en presentar batalla, no vender la empresa y seguir como su CEO? Difícil saberlo. En este juego de ajedrez que es SUCCESSION hay lugar para las sorpresas hasta el último segundo.