Series: reseña de «Succession Ep. 4.7: Tailgate Party», de Jesse Armstrong, Shari Springer Berman & Robert Pulcini (HBO, HBO Max)

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Una brutal discusión matrimonial entre Tom y Shiv es el centro emocional de este episodio en el que el poder parece cambiar de manos todo el tiempo.

Faltando diez minutos para el final, sinceramente creía que este era un episodio flojo de SUCCESSION. Los motivo los iré explicando más adelante pero esa era mi sensación, de ligera decepción. Hasta que, SPOILER ALERT, ni me hace falta decirles qué sucedió y de golpe un episodio menor se transformó en uno muy fuerte, emocionalmente tenso y hasta violento. Allí, la única pareja que aún parecía tener un mínimo grado de atracción mutua (difícil definir qué pasaba entre ellos pero en el fondo de alguna extraña manera eran el uno para el otro) se tiró en la cara todo lo que se venían guardando adentro por años. En una escena extraordinaria, cassavetiana por su virulencia emocional, Tom y Shiv parecen haber terminado para siempre. Y de la peor manera posible.

Es una escena que se extiende poco más de seis minutos y necesité verla tres veces seguidas luego de terminado el capítulo. Es tanto lo que pasa ahí, tan consistente en cuanto a la historia de reclamos, reproches, humillaciones, broncas, deudas pendientes y otros horrores que uno termina tan devastado como los protagonistas. Hubo, hay y habrá cientos de peleas de pareja en las series estadounidenses, pero no recuerdo una tan brutal como esta, más aún sabiendo las cosas que sabemos (que Shiv está embarazada) y que claramente Tom desconoce. ¿Qué pasará con eso luego de esto? ¿Hay alguna salida a ese pozo ciego de amargura y decepción?

Hasta llegar esa escena mi sensación con el episodio era que todo se había vuelto demasiado obvio y abierto. No sé como son las fiestas y eventos entre millonarios, dueños de medios, políticos, empresarios y otros personajes de esos mundos pero me costaba creer que las internas de una empresa se jueguen tan abiertamente frente a la mirada ajena. Los ataques entre todos los participantes de la cada vez más complicada adquisición de Waystar por parte de GoJo se hacían a los gritos, a la vista de todos, en el que quizás sea el peor ejemplo que una empresa que no quiere dejar de ser tomada en serio debería dar.

Sí, es cierto, están todos desbordados y Ken quizás hasta quiere armar algo de caos. Y sí, es cierto también que Lukas es o parece ser inmanejable y es capaz de comportarse como se comporta. Pero en cierto momento el descontrol «táctico» era tal que se me hizo un poco falso, manipulado por el guión. Que la jefa de prensa de Mattson cuente así como así, por fastidio, secretos de los números falsos de la compañía en India. Que Roman y su hermano Connor discutan embajadas en países en medio de la gente como si fueran dos chicos jugando a los gritos. Y ni hablar de la discusión entre Lukas y Ken. Todo es importante en la historia, claro que sí, solo que me costaba creer la absoluta pérdida de control. Y que, encima, todos los demás siguieran en medio de ese cóctel como si nada pasara.

Al margen del «cómo», que es lo que menos me gustó, lo que sucedió fue violento, intenso, de consecuencias radicales. La campaña de Ken y Roman por tirar por la borda la venta de Waystar parece ir ganando terreno (al final Ken, entusiasmado, ya propone que sean ellos los que compren GoJo y él solo lidere la nueva empresa), Lukas se enreda más y más en el caos, y quizás sea cierto que hay mucho de falso en su propuesta y, vamos, en su persona. El problema más grande ahora lo tiene Shiv, que en un momento decidió apostar por Lukas traicionando a sus hermanos y ahora está empezando a sentir que eligió el equipo equivocado.

En ese momento entra en contacto con Tom quien, a su manera un tanto untuosa y que bordea lo desagradable, venía de ofrecer sus servicios a Mattson y se iba dando cuenta que en el futuro no tendrá un lugar destacado o más bien ninguno en su compañía. Los dos están en llamas y así como vienen, chocan. Nada puede salir bien de todo eso. Y no sale, claramente. En la lógica de tobogán que tiene la serie, los protagonistas pasan de estar en lo más alto a lo más bajo en un par de días. Ese es ahora el derrotero de Shiv. Parece difícil de remontar, pero todo puede suceder. Hay una elección mañana y de su resultado dependen muchas cosas.

Ken está en esa zona peligrosa que ya le conocemos: esa inflación de ego que le agarra cuando las cosas parecen salirle bien. Y en los dos últimos episodios la sensación que tiene es la de ir ganando su batalla personal y ahora quiere ir por todo. Es un riesgo, se sabe. Roman parece haber perdido las líneas y circula como un boxeador cansado en los últimos rounds tirando golpes a quien se le ponga enfrente sin mucha idea de cómo salir de su sensación de no estar a la altura de las circunstancias y compensar maltratando a los demás. Pero ya nadie parece tomárselo en serio.

Y así llegamos de vuelta a Tom, a Shiv y al verdadero drama que quedó como el corazón emocional de SUCCESSION tras la muerte del patriarca. Los demás no parecen tener tiempo para otra cosa que no sea el trabajo (el encuentro de Ken con su ex termina mal pero él se olvida enseguida), pero en ellos algo sobrevive. De un modo incomprensible casi, pero sobrevive, mezclando sexo, fastidios, irritación y cariño en partes desiguales. Después de la fiesta, difícil pensar cómo se puede salvar algo ahí. La devastación es total y no hay resultado electoral o giro empresarial que pueda cambiarla. ¿O sí?