Cannes 2023: crítica de «Retratos fantasmas», de Kleber Mendonça Filho (Special Screenings)
Este documental del realizador brasileño de «Aquarius» se centra en su relación con la cambiante ciudad de Recife, en la que vive y en la que filmó casi toda su obra.
Cada cineasta enfoca este tipo de proyectos de una manera diferente, ligada a su propia historia. RETRATOS FANTASMAS es, más que cualquier otra cosa, un documental autobiográfico del director de BACURAU, uno en el que nos cuenta quién es, cómo se compone su familia, cómo empezó en el cine, el lugar en el que vive e historias de iniciación personal. En el caso de Kleber, además, su documental tiene algo equiparable a sus ficciones: una sensación muy precisa de lugar. Como SONIDOS VECINOS y AQUARIUS se trata de películas con una profunda conexión con la ciudad de Recife, en la que nació, creció, vive y trabaja. De ese modo, el film se vuelve una doble biografía en paralelo: el del crecimiento (bienvenido) de un cineasta y el de (no tan bienvenido) de una ciudad.
En su primera parte la película funde las biografías y ahí se nota la conexión evidente. Fotos e imágenes históricas de un barrio de la ciudad de Recife van centrándose en la calle en la que él vivía entonces y sigue viviendo ahora. Esas fotos de época pegan un salto temporal y vemos que hoy ese mismo sector se ha convertido en una masa enorme de torres altísimas entre las que han sobrevivido pocas zonas residenciales. La de su familia es una de ellas. Y a partir de esa sensación de lugar, la historia. O las historias.
Kleber hablará de cómo su casa fue cambiando con el correr del tiempo, cómo cambió el barrio, su familia y de a poco aparecerá el propio director, como protagonista de esta historia, ya que en esa casa y calles aledañas filmó sus primeros cortos amateurs y sus ya conocidos largos, especialmente O SOM AO REDOR, que se filmó en gran parte en su residencia. Ese segmento presentará esos primeros «fantasmas»: las personas que ya no están (su madre, que murió joven), las casas vecinas que fueron devoradas por termitas, aquel perro que no callaba y hasta alguna lúdica «aparición» que se colará en una escena. Es un proceso de cambios personal, profesional y barrial.
La pintura se abre en el segundo segmento de la película para hablar de los cambios en la ciudad de Recife, centrándose más que nada en la desaparición de la mayoría de las grandes salas de cine del centro de la ciudad y, de hecho, del centro en sí como lugar de encuentro y de reunión popular. Se trata de una decadencia ligada a lo económico, a los cambios culturales y a las maneras en la que la burguesía se fue moviendo a los suburbios abandonando, como sucede en muchas grandes ciudades del mundo (el área urbana de Recife tiene 4 millones de habitantes), los viejos centros urbanos.
Es una zona que Kleber adora, que le trae muchísimos recuerdos (la cinefilia aparece aquí también ya que en esa zona estaban las distribuidoras de los estudios de Hollywood) y que va describiendo del mismo modo –entre lo personal y lo social– que la primera parte. Es un retrato crítico de una transformación urbana y social que es bastante parecido al de sus películas de ficción (AQUARIUS es el caso más evidente) y que evidencia, sino la desaparición, al menos la atomización del mundo en el que el cineasta creció, el de una cierta burguesía progresista ligada al arte y a la cultura que se conectaba fuertemente con la historia de la ciudad.
Detalles de las salas de cine, entrevistas a proyectoristas, escenas muy graciosas de los rodajes de sus propias películas, los recuerdos de latas y fotogramas abandonados en volquetes (acá sucedía lo mismo), de las alteraciones de su casa y de los mapas de la ciudad son algunos de los elementos con los que Mendonça Filho juega en este documental de clara inspiración pandémica y fuerte contenido emocional y personal. Quizás sea raro que un realizador con apenas tres largos de ficción en su carrera haya hecho ya un documental autobiográfico de este tipo, pero el realizador pernambucano ya es una figura consagrada que promedia su quinta década y es lo suficientemente inteligente para saber meter su propia historia en un contexto más grande, que lo excede.
No es RETRATOS FANTASMAS parte de ese ombliguismo cinematográfico tan de moda que, a partir de la popularidad de las cámaras digitales y la edición casera, permite que cualquier proyecto de director sienta que su biografía amerita un largometraje. Kleber contextualiza su historia en la de su ciudad, la de su país y la del cine, o la del consumo cinematográfico. A los que atravesamos los cambios de estas décadas (tenemos con el realizador casi la misma edad) nos es difícil no sentirnos afectados y hasta emocionados ante la desaparición de ese mundo que conocimos y la llegada de otro al que tratamos de adaptarnos. No dice Kleber aquí que todo tiempo pasado fue mejor ni nada parecido. Lo que muestra es un proceso de cambios que torna irreconocible eso que conocimos y supimos querer. Pasa con las ciudades, pasa con las películas, pasa con las personas.