Estrenos online: crítica de «Flamin’ Hot: El sabor que cambió la historia», de Eva Longoria (Star+)
La opera prima de Eva Longoria se centra en Richard Montañez, un trabajador de la empresa Frito-Lay que revolucionó la industria de los snacks con un invento derivado de los sabores mexicanos. Desde el 9 de junio en Star+.
Una historia –una fábula, en más de un sentido– que el cine estadounidense, y Disney especialmente, viene contando hace décadas, FLAMIN’ HOT es algo así como la versión «políticamente correcta» aunque históricamente dudosa acerca de cómo un joven chicano, esforzado empleado de limpieza de Frito-Lay –la empresa de snacks dependiente de PepsiCo– llegó a inventar los Flamin’ Hot Cheetos, una versión picante de esos snacks conocidos en la Argentina como chizitos. Longoria, en su debut como realizadora, no pretende nada parecido al realismo sino que abraza ese cuento de hadas latino de entrada y lo mantiene hasta el final, dándole a su película un carácter de simpática fantasía que de otra manera no tendría.
Todo empieza, casi, como una película de animación de esas que Disney últimamente saca con personajes «étnicos». Richard Montañez es un niño que vive con su familia campesina en el interior de California, a principios de los años ’60. Marginado racialmente en la escuela, de a poco va aprendiendo a hacer negocios allí, se pone de novio con Judy, pero no tarda en ingresar en la vida criminal, robando y vendiendo drogas. Pese a la dificultad de conseguir trabajo, finalmente gracias a la ayuda de su mujer presenta una aplicación en Frito-Lay donde consigue un puesto limpiando la fábrica de snacks de Rancho Cucamonga. Y ahí se queda, durante años, imposibilitado de avanzar tanto por las crisis económicas como por la poca atención que le prestan a sus iniciativas y deseos de progresar en la empresa.
En la que quizás sea la mejor parte de la película, Montañez (a esa altura interpretado por el muy simpático Jesse Garcia) entabla una rara amistad con Clarence (Dennis Haysbert), un afroamericano también limitado en su crecimiento profesional por similares cuestiones. Pero ni su mayor conocimiento de las labores en la empresa, ni la ayuda de su mujer (Annie Gonzalez, de adulta), le permiten avanzar de un puesto en el que sigue por décadas. Su padre –un alcohólico vuelto religioso– lo vapulea psicológicamente del mismo modo que antes lo hacía físicamente, y el hombre entra en crisis.
Hasta que un día, al ver cómo todos los latinos de su barrio se la pasan poniéndole picantes a los snacks, tiene una idea mágica: «¿por qué no venderlos directamente ya picosos?» Y allí comienza el cuento de hadas (disputado por notas periodísticas que aseguran que Montañez nada tuvo que ver con el invento) que lleva a que el humilde barrendero se conecte con el CEO de PepsiCo (Tony Shalhoub), le transmita la idea, le haga probar el producto, lo convenza de su potencial y, ante las dificultades iniciales, encuentre hasta la forma de comercializarlo. Hoy, se sabe, los Flamin’ Hot Cheetos son una marca con peso cultural propio y con billones de dólares de ganancias. El sueño americano que le dicen, en versión un tanto apócrifa.
Longoria sabe que está contando una fábula y lo hace con estilo, mezclando a veces lo que ellos dicen que es realidad y lo que más claramente es fantasía. Con la ayuda del director de fotografía argentino Federico Cantini (EL ESTUDIANTE) y música de inspiración latina de distintos géneros a lo largo de las décadas que narra la película, FLAMIN’ HOT es como una versión para niños de películas como la reciente AIR, de Ben Affleck, que también celebraba a un underdog que logró salvar y renovar a una compañía en crisis a partir de una idea novedosa. Lo que aquel film tenía de inteligente y adulto, este lo tiene de inocente y algo ñoño. Es una decisión estética, de última, y respetable como tal.
Claro que eso no convierte a FLAMIN’ HOT en una gran película ni mucho menos. De hecho hasta su costado supuestamente «progresista» es, digamos, un tanto turbio –por no decir contradictorio, y eso sin hablar de los reales componentes que tiene el producto en sí–, pero Longoria y su encantador elenco (García y González son creíbles y queribles como pareja que se apoya en todo) hacen llevadera la propuesta y dejan al espectador con una sonrisa más allá de las debilidades y los clichés que la película presenta. Es que de ilusiones también vive el cine. Bueno, las plataformas de streaming.