FICUNAM Online: crítica de «Scarlet», de Pietro Marcello (MUBI)
La nueva película del realizador de «Martin Eden», rodada en Francia, narra la historia de un padre y una hija enfrentados a los prejuicios de un pueblo rural.
Ya desde las primeras escenas, en las que se combinan imágenes de archivo de lo que parecen de soldados volviendo a casa tras la Primera Guerra Mundial con escenas filmadas por el propio Marcello enfocándose en uno de ellos, un barbado, robusto y silencioso hombre, uno ya sabe que está en buenas manos, entregado al talento de una persona que piensa y el ama el cine como una materia noble, generosa y, sobre todo, luminosa en todos los posibles sentidos de esa palabra.
L’ENVOL (SCARLET), adaptada muy libremente de la novela de Alexander Grin que es lectura escolar en Rusia, es un proyecto cercano a MARTIN EDEN en ideas y espíritu, pero en el que también hay lugar para la experimentación que Marcello trae de su obra documental. Por un lado, por el costado material de archivo que fue siempre una de las especialidades del realizador italiano. Y, por otro, porque en algún momento la película tomará algunas de las «convenciones» del cine musical de una manera absolutamente natural pese a ser un tipo de género y circunstancia que habitualmente no admite ese tipo de recurso.
En principio, SCARLET (tal el título en inglés, ya verán porqué) trata sobre Raphaël (Raphaël Thiéry), este señor que regresa rengo al pueblo de Normandía tras la guerra y se encuentra con que su mujer ha muerto y que, además, tiene una pequeña hija llamada Juliette que ahora está al cuidado de Adeline (Noémie Lvovsky), una amable vecina que le da casa y comida si el hombre aporta con trabajo.
Pero no será fácil ya que por motivos que iremos descubriendo de a poco Raphaël no es del todo bien recibido en el lugar. Muchos lo miran con sospecha y desconfianza y ese es otro de los misterios que se irán abriendo. Pero el hombre es un excelente trabajador, un artista de la madera y de a poco consigue un lugar a pesar de esas reticencias. Y la película pondrá ahí el eje en su relación con su hija Juliette, una chica simpática, vivaz, curiosa y también artísticamente dotada. El arregla un piano en el que ella aprende a tocar. Y las canciones no tardan en surgir.
Pasarán los años, la chica crecerá (de grande la encarna la encantadora Juliette Jouan), nuevos personajes se sumarán a la novelesca trama (Louis Garrel como un aviador, fundamentalmente, y un personaje que el film definirá como una «bruja»), habrá canciones y situaciones tensas pero la película será más que nada el retrato casi tono fábula de este grupo humano desde una perspectiva inteligentemente feminista, una mirada que va dejando saber (ante ciertos hechos del presente y del pasado), el peso del machismo en ese pueblo rural francés tradicional.
Pero lo que más se disfrutará será la propia factura cinematográfica de SCARLET: la belleza del grano fílmico y la manera en la que el ojo del director italiano está puesto en capturar detalles de ese mundo, desde la naturaleza a las miradas de los personajes, los momentos tiernos observados desde lugares inusuales y aún los duros y difíciles, que adquieren en sus manos dimensiones poéticas.
Pese a las circunstancias complejas en las que todos viven, es una película optimista y amable, generosa, con una protagonista brillante y entusiasta (la segunda parte del film pasa más que nada por la vida de la Juliette adolescente y veinteañera) que lidia con su propia fuerza vital, su descaro y su talento con el persistente oscurantismo que sigue existiendo en el pueblo. Y, vuelvo sobre lo mismo, es una carta de amor a las posibilidades expresivas del lenguaje cinematográfico cuando sirve para observar la vida a través los ojos curiosos de un artista que sabe mirar el mundo en toda su compleja y contradictoria belleza.