Series: crítica de «Diciembre 2001», de Benjamín Avila y Mario Segade (Star+)

Series: crítica de «Diciembre 2001», de Benjamín Avila y Mario Segade (Star+)

Esta serie de seis episodios se centra en el detrás de la escena de lo que sucedió antes, durante y después del estallido social que tuvo lugar en la Argentina a fines del 2001. Por Star+.

El detrás de escena de los grandes hechos políticos tiende a ser fascinante, especialmente cuando destacan (o destapan) zonas oscuras y poco conocidas, esos manejos palaciegos que van haciendo girar la realidad en momentos claves de la historia. Esa es la intención de DICIEMBRE 2001, serie de seis episodios dirigidos por Benjamín Avila y escritos por Mario Segade en los que se intenta enhebrar, en base al libro de Miguel Bonasso, «El palacio y la calle», lo que pasó durante el último año de gobierno del presidente argentino Fernando de la Rúa que concluyó, como muchos saben, en la renuncia del mandatario rodeado de una situación de caos socioeconómico y político.

Es acaso un plan demasiado ambicioso para los seis episodios relativamente breves que tiene la serie pero, más allá de la imposibilidad de cubrir bien todos los frentes, DICIEMBRE 2001 logra ser convincente en lo central. Esto es: pintar una época crítica (es esa pero podría ser ésta o casi cualquier otra) en la que los partidos políticos y sus principales referentes fueron incapaces de encontrar algún punto en común que permitiera al país intentar salir del pozo. Más aún: hicieron todo lo posible para que ese cadalso se produjera sin pensar en las víctimas y con la cabeza solo puesta en sus beneficios políticos, partidarios y personales.

El formato tiene algo de los clásicos thrillers políticos de los ’70, entre TODOS LOS HOMBRES DEL PRESIDENTE, TRES DIAS DEL CONDOR u otros dramas de internas políticas en las que decenas de hombres no hacen más que complicar algo que ya se presenta complicado de entrada. Todo arranca con el gobierno de De la Rúa ya enredado en un mal momento a partir de la renuncia del vicepresidente «Chacho» Alvarez y la designación de Ricardo López Murphy como Ministro de Economía, puesto en el que duraría muy poco y durante el cual haría crecer el descontento social. Un De la Rúa perdido pone la solución de todo en manos de un confiado y casi delirante Domingo Cavallo, quien promete acceso a dineros del FMI, pero nada de eso funciona y la situación se sigue complicando.

La serie va y viene de diciembre a los meses previos para ir mostrando cómo cada paso dado por el gobierno es equivocado y, especialmente, cómo la oposición (fogoneada por Eduardo Duhalde y su esposa Chiche, en plan «Lady Macbeth») presiona, complica, moviliza a la gente y hace todo lo posible para que el gobierno se hunda aún más en sus propios enredos. Y eso derivará, de a poco, en lo que ya sabemos: un fin de año caótico, con medidas económicas brutales, gente en las calles, marchas, saqueos, muertes, renuncia presidencial y los ya célebres cinco presidentes en once días, acaso un récord mundial.

El guión de Segade enhebra bastante bien –al menos para los que tenemos cierta memoria de la política argentina de esa época; quizás un espectador extranjero se pierda un poco– las distintas piezas que van jugando su juego mientras la gente pasa hambre, algo que la serie muestra de una manera un tanto tangencial, sin hacer demasiado hincapié en la calle. Es cierto que los diálogos son funcionales, económicos y se caracterizan más por lo informativo que otra cosa, pero dentro del contexto son efectivos, especialmente si se los compara con otras series que intentaron ofrecer una mirada del mundo político local –real o imaginario– que bordeaba lo risible.

La serie inventa (o ficcionaliza) un par de jóvenes personajes (interpretados por Diego Cremonesi y Nicolás Furtado) que funcionan como asesores de De la Rúa y de Duhalde, respectivamente, y el primero, especialmente, es algo así como el protagonista de la historia, el que va viendo lo que sucede a modo de testigo privilegiado, pero no logra hacer nada para mejorar la situación, ni siquiera la de su madre (Cecilia Rossetto), desesperada por saber qué hacer con sus ahorros. Pero es poco lo que la serie sale al exterior, acaso por limitaciones presupuestarias, utilizando archivos televisivos para las manifestaciones callejeras y eventos similares. El foco está puesto más que nada en los pasillos de la Casa Rosada, de la Quinta de Olivos y de un par de residencias privadas.

De hecho, casi que un foco más cerrado podría haber funcionado aún mejor. Cuando la serie se pone detallista y específica (los extraños giros y cambios de presidente en el último episodio, especialmente una situación en Chapadmalal con Adolfo Rodríguez Saa) encuentra zonas grises que en un repaso más tradicional del día a día no se advierten. Viendo esas escenas hasta uno podría desear que toda la serie se hubiera enfocado solamente en lo que pasó en esos últimos quince días del año. Lo demás, tácitamente, se podría dar por sobreentendido.

Quizás DICIEMBRE 2001 no tenga una profundidad mayor a la de uno de los tantos libros políticos que se han escrito sobre la época, pero a la vez sale de un paso complicado de una manera digna, con integridad. Para los actores es muy difícil ser del todo convincentes como personalidades que conocemos y hemos visto hasta hace muy poco, pero a la vez no hay grandes pasos en falso en ese terreno. De hecho, quizás lo más problemático ahí son las pelucas y los maquillajes, no del todo creíbles. Pero es un tema menor. Tanto Jean Pierre Noher (De la Rúa) como Luis Machín (Cavallo), César Troncoso (Duhalde), Luis Luque (Chrystian Colombo), Fernán Mirás (“Chacho” Álvarez), Jorge Suárez (Adolfo Rodríguez Saa), Manuel Callau (notable como Raúl Alfonsín) y los otros personajes centrales lidian más que dignamente con la complicada tarea de interpretar a personajes de la política argentina reciente.

Será, claro, una serie que cada espectador mirará desde su personal punto de vista político. No es la misión de esta crítica ubicarse o analizarla desde ese lugar. Avila y Segade presentan un universo en el que casi no hay héroes sino más bien una mezcla de villanos y personas que solo piensan en sus propios intereses, sin preocuparse por otra cosa. Y en ese sentido la serie toca una fibra que se conecta con lo que pasa dos décadas después, ya que los paralelos entre ambas situaciones –políticamente diferentes, pero paralelos al fin– son muchos y bastante obvios. Y quizás funcione como «cuento con moraleja» a la hora de pensar en la importancia de la estabilidad democrática por sobre todas las cosas.