Series: crítica de «Grandes esperanzas» («Great Expectations»), de Steven Knight (Star+)

Series: crítica de «Grandes esperanzas» («Great Expectations»), de Steven Knight (Star+)

El creador de «Peaky Blinders» aplica su estilo, oscuro y contemporáneo, a este clásico relato de iniciación escrito por Charles Dickens a mediados del siglo XIX. Desde el 28 de junio en Star+.

Enésima adaptación de la clásica novela de Charles Dickens que ya se ha llevado a la pantalla en cine y televisión, en series y películas, lo que tiene para ofrecer esta nueva relectura de GREAT EXPECTATIONS es la mirada oscura y moderna del creador de PEAKY BLINDERS, que alterará en parte la trama, la organización y ciertos aspectos de los personajes clásicos dándole además a toda la historia la violencia, densidad y negrura propias de sus otros trabajos. Sigue siendo la historia de iniciación de un chico huérfano de bajos recursos que es «educado» para convertirse en un gentleman, pero el acento está más puesto en reconfigurar algunas ideas de la original que en armar una atractiva narración.

De ese modo GRANDES ESPERANZAS funciona más que nada analizando los temas que desarrolla a lo largo de la historia –y en cómo se separan, se desmarcan y comentan los temas de la novela original de 1861– que en el momento a momento de la trama. En ese sentido es una curiosidad: un producto para televisión en el que son más interesantes las decisiones formales, audiovisuales y el contexto que la trama en sí. No es una mala idea ya que muchísimas personas conocen al menos los pasos básicos de las desventuras de Pip. El problema es que Knight no le pone fácil al espectador la posibilidad de llegar hasta el final. Si lo hace, tendrá su recompensa. Pero, ¿amerita ver seis oscuras horas de crueldades y miserias entre las clases sociales en la Inglaterra de mediados del siglo XIX para llegar a eso? Eso será algo que cada espectador deberá determinar.

El protagonista es, claro, el famoso «Pip» (Fionn Whitehead, de adulto), un chico huérfano que vive con su hermana bastante mayor que él y el marido de esta en un sector de bajos recursos de Kent, en medio de la pobreza. Son herreros y campesinos que viven con poco y nada. Es por eso que cuando reciben la propuesta económicamente generosa de enviar a Pip –un joven inusualmente curioso e inteligente para su edad y el lugar en el que vive, o al menos eso cree su amarga hermana– a «entretener» a Estella (Shalom Brune-Franklin, de adulta), la hija adoptiva de la misteriosa Miss Havisham (Olivia Colman), envían al chico a pasar sus días allí sin dudarlo.

Previo a eso –tema que no será menor– Pip se las tendrá que ver con dos ladrones y asesinos que se odian entre sí y que se han escapado de un barco que los llevaba a la prisión en Australia. Presionado, Pip ayuda a uno de ellos (un tal Magwitch) a sobrevivir esa noche y a escapar. Poco después estará acompañando a Estella en una suerte de «educación» en los usos y costumbres de los gentlemen ante la mirada siempre cruel y burlona de ambas, especialmente de la perturbada Havisham, que usa hace años el vestido de bodas con el que la dejaron plantada en el altar. Pip no podrá evitar enamorarse de la distante Estella, pero la chica no solo no demuestra interés sino que sabe que le corresponde casarse con un caballero de verdad y no con un joven de bajos recursos reconvertido como el chico.

Eso será el inicio –o la primera parte– de la educación en los modos de los ricos, los empresarios y los «caballeros» de la alta sociedad. Pip se convencerá que ese debe ser su futuro y luego irá a Londres donde será aprendiz de un oscuro hombre de negocios llamado Jaggers (Ashley Thomas), que lo introducirá en las más crueles formas del comercio internacional y, en especial, en el desinterés por el otro. Lo suyo será casi una escuela en el desarrollo de la pérdida de empatía. Todo esto, Knight mediante, sucederá en medio de escenas de alcoholismo, consumo de opio generalizado, prostitución de todo tipo, sodomizaciones varias y esa iluminación tan «realista» que apenas permite adivinar los rostros de los personajes entre las sombras.

Además del distinto peso que Knight le da a los elementos de la historia, otro cambio importante que seguramente fastidiará a los puristas tiene que ver con lo racial, ya que aquí se ha cambiado la raza de varios de los personajes. Si uno no es un tradicionalista que cree que a Dickens no se lo puede tocar, no hay realmente nada malo con eso. El problema, digamos, es que muchas veces esos cambios son tan caprichosos como contradictorios, parecen más puestos para contentar el tipo de mirada actual (políticamente correcta, digamos) que por necesidades reales de la historia.

Donde Knight acierta, en parte al menos, es en la manera en la que plantea un mundo aún más áspero y violento que el ofrecido por Dickens. Para Pip la vida con Havisham y luego con Jaggers prueba ser un cúmulo de situaciones entre violentas y humillantes que ponen en cierta perspectiva, al menos para el espectador, el tipo de vida que quiere llevar el relación a la que llevaba de origen. El joven, obsesionado en convertirse en un hombre de sociedad para que Estella se fije en él, no querrá ni podrá verlo de ese modo. Y llegará más lejos de lo conveniente en ese camino de ida en el que lo han metido y del que no logra salir.

Si bien está más oculto, Knight conserva algo que es central en esta y en otras obras de Dickens. Es cierto que gran parte de los personajes son terribles y crueles pero el autor les reserva algún grado de humanidad, la que va saliendo de a poco (tardíamente, además) y que permite ver que también ellos han sido víctimas o no están del todo seguros del camino que han recorrido. Knight retiene de la novela el peso que en ella tienen los personajes de Magwitch y su rival Compeyson, quienes volverán a ser importantes en la vida de Pip –y de los demás personajes– en los últimos episodios.

Son seis horas que, sí, por momentos se hacen densas y un tanto tediosas, pero que van metiendo de a poco al espectador en las experiencias de Pip, llevándolo a conocer junto a él las zonas más oscuras y peligrosas, en todo sentido, de la Londres de la época. Quizás Whitehead no tenga el carisma suficiente para sostener todo el relato (cuando no están Colman o Thomas la tensión baja a la par de la iluminación), pero Knight se las rebusca, como lo hacía Dickens, para que sea el mundo en el que ellos habitan y su específica circunstancia histórica la que cuente la historia cuando los protagonistas se vuelven parte del decorado. Quizás, quién sabe, «el decorado» sea el verdadero protagonista de estas GRANDES ESPERANZAS.