Estrenos: crítica de «Misión: imposible – Sentencia mortal: Parte 1», de Christopher McQuarrie

Estrenos: crítica de «Misión: imposible – Sentencia mortal: Parte 1», de Christopher McQuarrie

por - cine, Críticas, Estrenos
11 Jul, 2023 06:39 | comentarios

En la primera de las dos partes en las que se divide este capítulo de la saga con Tom Cruise, Ethan Hunt y su grupo combaten a una inteligencia artificial rebelde y peligrosa.

Hay una escena –menor, pero en algún sentido clave– que resume la filosofía de MISION: IMPOSIBLE o, quizás, hasta la de Tom Cruise. Cuando toda la información de seguridad existente online entra en riesgo por el potencial avance de un programa de inteligencia artificial que ha demostrado poder acceder a ella, las propias agencias de seguridad deciden hacer un back up analógico de todo. En una serie de planos se nos muestra una gigantesca oficina llena de personas tipeando en viejas máquinas de escribir toda esa información y apilando miles y miles de hojas. En un futuro que se parece mucho al presente, parece decir el séptimo episodio de la saga, habrá que volver al viejo mundo analógico si se quiere preservar algo de lo que existe.

Puede parecer un comentario un tanto retrógrado o nostálgico, pero en realidad se trata de una postura casi filosófica ligada, más que nada, a ese hilo que conecta al mundo con el cine. Esos dedos que apretan teclas y esas hojas que se acumulan son, en algún sentido, el equivalente a lo que Tom Cruise trata de hacer con sus películas. En casi todos los films en los que participa (esta saga y la última TOP GUN lo ponen en evidencia más que cualquier otra de las suyas), Cruise hace todo un credo con el hecho de hacer sus propias escenas de riesgo, al punto de que se ha tornado parte de la promoción de sus películas. Quizás lo haga para darse un gusto personal –o a modo de extraña terapia–, pero lo cierto es que, en el panorama de las superproducciones de las últimas décadas, solo sus películas le dan al espectador esa tensión, esa vibración y hasta ese miedo de saber que, más allá de todo, hay un tipo tirándose en paracaídas desde una moto o siendo perseguido en un auto por las calles de Roma. Que no se ha perdido del todo la conexión entre el cine y la realidad.

Es cierto. No somos tontos y sabemos que sus proezas personales están rodeadas de pilas de efectos digitales de última generación. Pero Cruise ya nos convenció de que, abajo de todas esas capas, puede estar él al borde de caerse con un tren al vacío o corriendo a toda velocidad por el techo de un aeropuerto. Seguramente hay dobles de riesgo y «actores» digitales y pantallas verdes –como pasa también en JOHN WICK 4, que hace una similar apuesta por el realismo físico–, pero estamos invitados a creer, a participar del mundo real, de su gravedad, su peso y de eso que los teóricos supieron definir como «la ontología de la imagen fotográfica«. Como Buster Keaton un siglo atrás, Cruise nos invita a volver a creer en el cine. Y la trama de MISION: IMPOSIBLE 7 juega con eso. Un día, todo lo digital puede desaparecer por el aire. Y solo nos quedarán las carpetas con los papeles archivados. Y las latas de película.

Sin llegar a ser un alegato contra la inteligencia artificial o los algoritmos, la película pone ese tema en el centro de la acción. En la larga serie de escenas expositivas que dan inicio a la película –antes de los créditos y, más allá de una imponente explosión, todo es una larga serie de explicaciones como si McQuarrie quisiera sacarse de encima todo el peso de la trama– queda en evidencia que, en los combates y batallas entre las potencias, quien logre controlar y manipular la información online y el mundo virtual lo controlará todo. Pero a todo eso el film le da otra vuelta de tuerca: ¿y si no sabemos realmente quién controla todo eso porque, en realidad, se controla solo? ¿Será que la Inteligencia Artificial es una nueva potencia mundial que hay que sumar a las que ya conocemos, una que no tiene rostro humano?

SENTENCIA MORTAL – PARTE 1 es solo la primera de las dos partes de este capítulo. En función de las declaraciones de Cruise de querer seguir haciendo más y más películas de esta saga habrá que pensar que no es, como lo fue en el caso de HARRY POTTER y tantas otras, un episodio de cierre estirado y dividido en dos partes, sino simplemente una secuela tan larga que hizo falta contarla en dos películas. Es por eso que la parte argumental queda en suspenso, a resolver en la película que veremos el año que viene, pero en los más de 160 minutos que se ven acá hay una enorme cantidad de información para ir masticando, probablemente demasiada y un tanto confusa. Pero en todas las M:I sucede lo mismo: entre traiciones, mentiras y organizaciones con nombres misteriosos es habitual perderse y encontrarse varias veces. Le pasa a los personajes, así que peor la tienen los espectadores. Pero la intensidad de la acción que la envuelve –y el cada vez más creíble peso emocional que McQuarrie le ha puesto a las películas desde que empezó a compartir con Cruise el timón de este barco– hace olvidar la confusión. Lo que el guión enreda, la acción desenreda.

Resumamos el asunto más o menos así. Todo comienza en un submarino ruso que es perseguido y atacado por otro, pero cuando lanzan sus misiles hacia el agresor se dan cuenta que la nave rival en realidad no existe, que sus torpedos se vuelven contra ellos y su propia nave explota. Lo que sobrevive, asumimos que en el fondo del mar, es una suerte de totémica inteligencia artificial (podríamos compararla con el HAL 9000 de 2001, ODISEA DEL ESPACIO) que ha producido todo este caos vaya uno a saber de qué manera. Lo cierto es que a ese sistema se accede con dos llaves similares que tienen que combinarse entre sí y –como sucede en otra saga estrenada hace poco– las dos toman caminos distintos… tampoco pregunten cómo. Una llega a manos de Ilsa Faust (Rebecca Ferguson) y la otra hay que negociarla en uno de estos complejos intercambios de materiales con misteriosos agentes en los que se especializa la saga.

Y allí aparece Hunt, quien recibe la misión de unir las dos llaves. El tipo viaja al desierto a salvar a Ilsa y luego se infiltra en una reunión de varias agencias de inteligencia en la que, básicamente, explican la trama de la película: que existe una inteligencia artificial a la que llaman «La Entidad» y que, al mejor estilo la Skynet de TERMINATOR, ha decidido manejarse por su cuenta, desoyendo cualquier control humano. Distintos grupos (terroristas, agencias de seguridad, hasta ladrones profesionales) quieren quedarse con esas llaves –que bien podrían haberse llamado McGuffin– y encontrar dónde está eso que ambas abren. Ethan y sus amigos (Benji/Simon Pegg y Luther/Ving Rhames) creen que lo mejor que se puede hacer si se encuentra La Entidad en cuestión es destruirla como si fuera el anillo de Saurón. Pero las agencias, los traficantes y hasta la propia Entidad que, no tengo idea cómo, se corporiza en un viejo enemigo de Ethan llamado Gabriel (Esai Morales), tienen otros objetivos.

Eso será la excusa para una extraordinaria escena de suspenso en el próximo a ser inaugurado aeropuerto de Abu Dhabi –en esa es la que más se usa a la inteligencia artificial para engañar a los participantes–, que llevará luego a otra espectacular y narrada a modo de comedia a lo largo y a lo ancho de Roma, y de ahí a Venecia, parando en el fabuloso Palazzo Ducale para una extrañísima fiesta en la que los distintos bandos se verán por primera vez las caras frente a frente. Es que además de Hunt, sus socios e Ilsa, a la caza de las llaves está una carterista llamada Grace (Hayley Atwell), la ya conocida «Viuda Blanca» Alanna Mitsopolis (Vannesa Kirby) y su celoso hermano, un grupo de agentes (liderados por Shea Whigham) que trabajan para las agencias de seguridad pero igual persiguen a Hunt, el enigmático Gabriel, una violenta rubia franco-asiática que lo secunda (Pom Klementieff, de GUARDIANES DE LA GALAXIA) y la aún más misteriosa Entidad que no está físicamente pero controla más cosas de lo que parece.

De ahí en adelante la película se olvidará un poco de la parte más, si se quiere, metafísica de su trama y se dedicará a lo que la saga siempre ha sabido hacer: persecuciones y más persecuciones, empezando por Venecia –la que quizás sea la más oscura y tenebrosa de la saga– y siguiendo en otras que, como ya vieron en todos los trailers y los materiales promocionales de la película, incluyen motos, trenes y paracaídas… al mismo tiempo. Habrá también más traiciones, disfraces y falsas identidades, pero lo fuerte aquí también pasará por el costado emocional ya que, en buena medida y como sucedía en el episodio anterior, el desafío para Hunt y los suyos pasa por tomar la decisión de poner en riesgo la vida de las personas más cercanas por ese elusivo bien común. Y no en todos los casos eso termina bien.

A su modo, lo que McQuarrie y Cruise –los dos autores de la película en todo sentido– hacen acá es un recorrido por todas las escenas de acción del Hollywood clásico, como si SENTENCIA MORTAL fuera un homenaje a esa escuela de gags prácticos dejada bastante de lado cuando los efectos digitales parecieron permitir hacer todo y terminaron generando algo así como la nada misma, como bien lo deja en claro casi todo lo filmado en eso que llaman The Volume. Así como hay escenas en la película que parecen salidas del cine mudo —Keaton es el gurú acá, pero también podría serlo Harold Lloyd–, otras retoman modos más propios del cine de animación o de las persecuciones automovilísticas clásicas de la era analógica. A tal punto apuesta la película a esas eras que el tren que usan para la escena de acción clave no es otro que el mítico Expreso de Oriente.

La propia trama de la película le propone a Cruise un problema casi filosófico: si su manera de entender el cine está ligado a lo físico, lo vivo y lo real, ¿cómo se combate a un enemigo que no tiene forma alguna? Habrá que esperar a la siguiente película para saberlo, pero esa defensa que el actor/productor hace, si se quiere, de lo analógico (tanto en no usar dobles en las escenas de acción como en su defensa de estrenar sus películas en salas de cine y su incomodidad ante las plataformas de streaming y las malas condiciones de las proyecciones caseras) es también una suerte de auto-defensa. Sin una realidad física que lo sostenga, en algún momento tampoco habrá necesidad de actores y quizás ni siquiera de técnicos. Cualquier inteligencia artificial lo suficientemente preparada podrá hacer una película –de hecho, ya circulan online muchos videos hechos por IA— y no notaremos la diferencia. A su modo siempre excesivo y que bordea lo místico/mesiánico, quizás Cruise se vea a sí mismo como el salvador de un arte en vías de extinción. Y una película como MISION: IMPOSIBLE 7, del modo más extraño imaginable, tal vez sea su homenaje a su admirado Stanley Kubrick.