Estrenos: crítica de «Oppenheimer», de Christopher Nolan

Estrenos: crítica de «Oppenheimer», de Christopher Nolan

por - cine, Críticas, Estrenos
20 Jul, 2023 07:56 | 1 comentario

La nueva película del realizador de «Interestelar» es una biografía del creador de la bomba atómica, Robert Oppenheimer. Con Cillian Murphy, Robert Downey Jr., Emily Blunt y Matt Damon. Crítica publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires.

“Me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”
Robert Oppenheimer

En un cuarto pequeño y desolador, ocupado solo por una mesa y dominado por una luz cegadora que todo lo abruma, Oppenheimer responde a los cuestionamientos de un interrogatorio agotador, reiterativo y humillante. Corre 1954, pleno macartismo y las distintas preguntas –expresadas muchas de ellas en el más agresivo de los tonos– van por el mismo lado: “¿usted fue miembro o simpatizante del Partido Comunista?”. Con inexpresiva calma, el científico va respondiendo. Pocos años antes, Robert Oppenheimer era considerado un héroe nacional en los Estados Unidos. Tapa de revistas, ícono de la ciencia, se lo veía como el hombre que había terminado de una vez por todas con la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo? Gracias a un programa que lideró –el llamado Proyecto Manhattan y su principal sede física, en Los Alamos, New Mexico– y que culminó, en agosto de 1945, con el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón. ¿Qué pasó en esos años para que se diera ese cambio radical en su imagen pública?

Esa es una de las tantas preguntas que se hace y que, en algunos casos, intenta responder “Oppenheimer, la película de tres horas que Christopher Nolan le dedicó al hombre que, él considera, fue el más importante en la historia, el que inventó un arma letal capaz de aniquilar a la humanidad toda. Es un recorrido fascinante por el siglo XX contado a través de las experiencias de un hombre metido en el centro de la encrucijada entre la ciencia y la política, entre la teoría y la práctica; una película intensa de principio a fin que funciona como una ópera –dramática, recargada, misteriosa– que es, a la vez, trágica y espeluznante. Una película de terror disfrazada de biografía. Un cuento para asustar a los niños por las noches. Y a los adultos también.

El interrogatorio es el marco, clásico si se quiere, para que Oppenheimer cuente su historia. Nolan lo utiliza como uno de los pivotes de una recargada narración que va y viene en los tiempos y que incluye también a otros personajes y perspectivas –esas se verán en blanco y negro– en este intento de cubrir casi todos los ángulos que atravesaron la vida de su protagonista: el joven solitario que descubre su pasión por la física cuántica en la universidad y visualiza átomos y partículas en su mente, el tímido científico que explora su atracción por las mujeres, lidiando con una esposa y dos amantes; el solidario profesor de Berkeley que apoya causas de izquierda en los años ‘30, el impensado director de un laboratorio creado en una ciudad secreta en medio del desierto con miles de empleados a su cargo, y el responsable principal, finalmente, del invento más aterrador de la historia.

¿Cómo conviven todas esas personas en Oppenheimer? ¿Cómo es que un inteligente, sensible y humanista profesor universitario crea una bomba capaz de liquidar a cientos de miles de personas al instante y, en ese paso, habilita a que se creen otras, más grandes y destructivas? ¿Y cómo un hombre que hizo eso vive después con su conciencia? En esta especie de “El ciudadano”, con curioso Rosebud incluído, que arma el director de “Interestelar e Inception”, son más interesantes las preguntas que se abren que las respuestas que se encuentran. Si hay tres ejes centrales en la películas estos podrían dividirse en el personal, el político y el científico. Si bien se combinan entre sí, cada uno de ellos abre una perspectiva diferente para conocer y entender al hombre.

El primero de ellos pasará por su relación con su esposa Katherine (Emily Blunt), madre de sus dos hijos, una mujer fuerte y combativa que no estaba dispuesta a dejarse pisotear por nadie; y por su complicada historia de amor con Jean Tatlock (Florence Pugh), ocasional amante que fue clave en su vida y con quien tuvo una impensada conexión emocional. Este eje no se utilizará, por suerte, como una zona en la que encontrar explicaciones a sus comportamientos. No hay aquí un trauma infantil que lo justifique todo ni una frustración personal ni nada por el estilo (el libro en el que se basa sí lo tiene, Nolan lo descarta). Es el retrato de la incómoda vida íntima de un hombre que se presentaba al mundo como un amable, aunque un tanto reservado, científico. Algo así como un nerd con estilo.

Nolan le dedicará aún más tiempo a los distintos contextos políticos que marcaron la vida de Oppenheimer de formas inimaginables. De familia judía y furioso enemigo de Adolf Hitler aún cuando los Estados Unidos no había entrado en la guerra, el científico recibió de parte del entonces Sargento Leslie Groves (un excelente Matt Damon) un cargo para el que probablemente no estaba capacitado, sin que se tomaran entonces en cuenta sus afinidades políticas. Es que en ese momento (el año 1942) la Unión Soviética era un aliado y ese tipo de cuestiones eran secundarias. El problema va a empezar después, cuando los vientos políticos cambian, da comienzo la Guerra Fría, la subsecuente caza de brujas y el pasado de Oppie –como le decían casi todos– es, literalmente, sacado de la basura por las agencias de inteligencia y puesto sobre la mesa de acusaciones. En este atrapante pero excesivamente detallado segmento será también muy fuerte la figura de Lewis Strauss (Robert Downey Jr.), un político aliado que se convertirá en su enemigo cuando Robert, agobiado psicológicamente por las muertes provocadas por sus bombas, se ponga en contra de ir más allá en el desarrollo de otras tecnologías de ese tipo. Es esa combinación la que lo llevará, en 1954, a ser tratado casi como un enemigo público.

El eje narrativo que lidia con la creación de la bomba en sí y con el conflicto entre la teoría y la práctica es, sin dudas, el más fascinante y estremecedor de “Oppenheimer, el que transforma a la película en una viaje épico pero a la vez íntimo por la cabeza de un personaje talentoso y lleno de contradicciones, alguien que pensaba que estaba creando no la primera bomba atómica sino la última y que, hubris mediante, terminó siendo uno de los responsables de uno de los hechos más terribles de la historia de la humanidad. “Tengo sangre en las manos”, le dirá en un momento, arrepentido, al presidente Harry S. Truman (Gary Oldman) cuando el hombre que literalmente dio la orden lo convoca para felicitarlo. “Sáquenme a este llorón de acá”, dirá el mandatario al verlo más culposo que feliz por sus supuestos logros. Su momento de gloria fue, de algún modo, el principio del final.

En comparación a sus anteriores películas, “Oppenheimer” es la más clásica de las narraciones de Nolan. Tiene, sí, varias líneas temporales que se cruzan y que exigen recalibrar lo que se ve varias veces –están, cruzándose todo el tiempo, la cronología tradicional, el interrogatorio de 1954 y, en blanco y negro, la audiencia de confirmación que el Senado le hace a Strauss en 1959– y a eso se le suma algo así como “visualizaciones” del mundo de los átomos y las particulas subatómicas, en las que el realizador puede darle cierta espectacularidad visual al relato, algo que se repetirá luego en la impactante y detallada escena del testeo de la bomba (el llamado Trinity Test) que se hizo cerca de Los Alamos poco antes de los lanzamientos en Japón. Pero lo demás, lo que transforma a esta película que en otras manos bien podría haber sido una clásica biopic para los Oscars en algo diferente, pasa por la consabida potencia que Nolan consigue extraer de sus imágenes, especialmente ayudado por un sonido atronador y una música tan imponente como ampulosa. En todo momento da la impresión que el hombre sabe que está contando mucho más que la biografía de una figura célebre y controvertida. A su modo, Nolan entiende que está contando la historia de la (posible) destrucción del hombre por el hombre. Y su evidente simpatía por Oppenheimer –la decisión de no mostrar escenas de la destrucción en Hiroshima y Nagasaki puede ser vista como pudor, pero también como una forma de no alienar del todo al personaje del espectador– atraviesa todo el relato.

Oppenheimer funciona como una advertencia para los tiempos que corren, tanto en lo que respecta a las Inteligencias Artificiales –y los científicos que las crean y creen que pueden controlarlas– como en relación a los líderes políticos actuales que no parecen tener muy en claro su responsabilidad respecto al futuro del planeta, ni dónde quedaron los pactos de no agresión ni qué límites éticos no se deben cruzar. Pero también es una tragedia personal, un drama cargado de violencia psicológica. La biografía literaria en la que se basa la película se llama “American Prometheus” y Nolan va directo al grano, abriendo el film con un referencia al mito de Prometeo, el titán que le robó el fuego a Zeus para entregárselo a la humanidad y fue condenado a pasar la eternidad encadenado a una roca mientras un águila se comía su hígado, que se regeneraba cada día perpetuando su sufrimiento. Esa brutal forma de la retribución divina está puesta aquí en manos de los políticos de turno pero, más que nada, como un doloroso proceso de autoflagelación, la condena al sufrimiento eterno de parte de un hombre que quiso controlar el fuego pero se incendió por dentro.


Crítica publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires