Estrenos: crítica de «Corsage: la emperatriz rebelde», de Marie Kreutzer
Esa biografía se toma algunas libertadas –narrativas y de época– para contar un momento en la vida de Elisabeth, la Emperatriz de Austria y Reina de Hungría, más conocida como «Sissi».
Versión bastante libre de la vida de Elisabeth, la emperatriz de Austria y reina de Hungría conocida por su apodo «Sissi» (y representada en una serie muy distinta de películas por Romy Schneider en los años ’50), este drama austríaco que pasó por el Festival de Cannes toma como eje un año en la vida de la mujer, el de su cumpleaños número 40, edad en la que –se consideraba entonces– la vida de las mujeres entraba en cierta decadencia. Narrada respetando los códigos de la época pero agregándole un humor un tanto más contemporáneo y canciones pop de esta época solo que versionadas al estilo del fin del siglo XIX, conocemos a «Sissi» (Vicky Krieps, de EL HILO INVISIBLE, entre otras) mientras se baña, bromea con sus ayudantes y disimula un desmayo en un evento social solo para «asustar» a los que se la pasan hablando de lo flaca que se la ve.
Relegada a un rol subalterno ya que su marido, el Emperador Franz Joseph (Florian Teichtmeister), está a cargo del poder real, Elisabeth se ocupa de cuestiones cotidianas con una mezcla de fastidio y depresión. Hace esgrima, natación y algunos otros deportes para controlar su peso, pero no parece ponerle muchas ganas a nada. Tiene por momentos una relación tensa con quienes trabajan para ella y no parece llevarse demasiado bien con su hija menor.
Hay, sin embargo, dos personas con las que sí conecta. Una de ellas es su hijo Rudolf, con el que claramente tiene mejor «onda». Y el otro es su amante, Bay Middleton (Colin Morgan), un elegante joven que la visita de tanto en tanto cada vez que Franz se va de viaje, que es la mayor parte del tiempo. Su relación con su marido no es necesariamente mala sino un poco fría y distante, desconectada pese a sus intentos de vez en cuando de acercarse a él sexualmente.
Su uso de máscaras, sus poco protocolares visitas a hospitales y sus apretados corsets funcionan también como un modo de llamar la atención de los miembros del palacio. Digamos que, por un motivo u otro, su presencia raramente pasa inadvertida. No tan distinta, digamos, a lo que fue Lady Di en su vida. A la vez la película da a entender –especialmente para los que saben cómo todo esto irá derivando en la Primera Guerra Mundial y algunos otros incidentes de esa familia real– cómo se empiezan a plantar las semillas de esas problemáticas historias que sucederán en el futuro.
CORSAGE puede parecer la típica historia de una mujer miembro de la realeza cuya vida es revisitada desde la perspectiva actual y analizada desde un punto de vista feminista. Y si bien algo de eso hay aquí, Kreutzer es más ambigua y perspicaz a la hora de construir este retrato. Su «Sissi» es contradictoria, ambiciosa, víctima de algunas circunstancias y situaciones dolorosas (en algún momento tendrá que recaer en el uso de ciertos medicamentos fuertes) pero tampoco es una inocente receptora de crueldades varias. Esa manera de dosificar la historia, de no armar una simple trama de víctimas y victimarios, es lo mejor que tiene su película, a la par de la actuación de Krieps, quien claramente entiende qué es lo que se busca del personaje.
Un pequeño problema del film es su carácter excesivamente episódico. La película se construye a modo de viñetas de la vida de la emperatriz a lo largo del verano de 1878 y lo que se muestra funciona más como apuntes en torno a la construcción de un retrato que a partir de una narrativa más clara. De a poco los distintos sinsabores, incomodidades y molestias de la monarca terminarán haciendo efecto en su vida, pero Kreutzer prefiere que el espectador las sienta desde la acumulación de detalles.
Es así que, entre versiones curiosas pero encantadoras de temas de los Rolling Stones o Kris Kristofferson –además de un final muy bello y triste que nada tiene que ver con lo que pasó en la realidad–, Kreutzer hace, a su modo, una película que podría hoy estrenarse con el añejo título de «la princesa que quería vivir». Por motivos distintos a los de Audrey Hepburn en la película homónima de William Wyler, pero con un similar objetivo: una mujer que eligió crear un destino para ella misma, aunque ese sea el peor de todos los posibles.