Estrenos: crítica de «El Kaiser de la Atlántida», de Sebastián Alfie
Este documental argentino se centra en la extraña recuperación de una opera compuesta por un autor judío que murió en un campo de concentración y en su puesta en escena en Madrid. En cines.
La historia de «Der Kaiser von Atlantis«, una opera compuesta por Viktor Ullman mientras estaba en el campo de concentración de Theresienstadt, de la entonces Checoslovaquia, es fascinante y recibe un cuidado e inteligente tratamiento, en su mayor parte, en este documental que se llama como la obra en cuestión. El film de Alfie cuenta, por un lado, la historia de Ullman y de la composición, en esas circunstancias extremas, de una obra en tono satírico que ironizaba sutilmente sobre el nazismo en general –y Hitler en particular–; lo que pasó luego con el personaje y el posterior derrotero de la obra en sí hasta la actualidad.
En el tiempo presente de la película –hace ya unos años–, lo que el documental muestra es cómo se la ensaya para una puesta en escena que tendrá lugar en el Teatro Real de Madrid, España. Entre los entrevistados involucrados en esta recuperación está el músico Kerry Woodward –que fue el que se dedicó a investigar el derrotero de la obra–y el régisseur argentino Gustavo Tambascio, fallecido en 2018, encargado de la puesta española, entre otros. De esa puesta se mostrarán tanto los ensayos como las discusiones de tipo ético que tienen lugar entre muchos de los participantes en torno al hecho de poner esta obra en escena, por las circunstancias que la rodean, el tono que tiene y algunas de sus decisiones narrativas.
Se trata, después de todo, de la reconstrucción de una obra de un autor que murió como parte del Holocausto y es, claramente, un tema delicado de tratar. Donde el proyecto entra en una zona un tanto más gris –en la puesta y en la película, al no ponerlo en discusión– es en la aparición de un personaje como Rosemary Brown, una mujer, pianista y compositora británica, que se hizo famosa en los años ’70 por presentarse como medium de célebres compositores. Según ella, reconocidos autores se le aparecían, le contaban cosas de su vida y le dictaban piezas musicales, que ella luego interpretaba en el piano de una manera que, para muchos especialistas, era sorprendentemente fiel a la obra de los compositores con los que, decía, se lograba conectar.
Es Woodward el que cree en las capacidades de Brown, el que se pone en contacto con ella y a través de la cual logra completar algunas partes de la obra que no sobrevivieron. Llama la atención aquí que un documental que, con inteligencia, se plantea los límites éticos de la representación del Holocausto –citando, de hecho, frases de Primo Levi al respecto y hasta usando dibujos para «mostrar» ciertos momentos de la historia– pueda asumir de manera en apariencia acrítica la existencia de un personaje que dice hablar con una persona fallecida en un campo de concentración quien le «dicta» los faltantes de la obra y hasta le cuenta los detalles de su muerte. Ese tipo de fantasía, de hecho, debería estar primera en las listas de las cosas «prohibidas» respecto a la representación del Holocausto y sus víctimas.
Si bien es cierto que es Woodward el encargado de esa conexión –los demás no participan de ella– y que es suya la investigación al respecto, no da la impresión que la película ni el resto de los artistas que participan en esta puesta tomen distancia alguna de esa relación, lo cual debilita en un punto la propuesta. Si uno acepta la idea de una médium que se conecta con un compositor muerto en un campo de concentración y cree en las cosas que ella dice al respecto –y lo que compone a través de esa conexión–, esa parte de la película le resultará más tolerable.
Es una pena que en la película no se tome cierta distancia de esa aberración, ya que le quita potencia –y, diría yo, seriedad– a una propuesta interesantísima por todos sus otros ángulos, tanto por la historia que cuenta como por las repercusiones que tiene, tanto artísticas –se debaten los estilos musicales bastardos con los que Ullmann trabajó en su obra, además de su tono, así como la coherencia o no de cambiar la cantidad de músicos u otros detalles que el autor tenía pensados– como políticas y culturales. Es una historia digna de ser contada en un documental. Los médiums que se comunican con los muertos, sin embargo, pertenecen a otro tipo de películas de terror: las de ficción.