Estrenos: crítica de «Gran Turismo», de Neill Blomkamp
Esta película, adaptación del videojuego de carreras de autos al cine, se apoya libremente en la historia real de un jugador virtual que pasó a convertirse en profesional. En salas de cine desde el 24 de agosto.
En los últimos años, quizás como un modo de solventar mejor las dificultades económicas de la industria, el cine parece haber regresado a una práctica que parecía un tanto olvidada, una que es más común observar en la radio, la TV, los medios gráficos y hasta las redes sociales. Llamémoslo “contenido patrocinado”, películas armadas como instrumentos de marketing de empresas que utilizan el medio a modo de publicidad (la famosa PNT o publicidad no tradicional), con una “historia humana” como excusa. Tan solo en los últimos meses, películas como Air o Barbie hicieron esa tarea para empresas como Nike o Mattel, y ahora Gran Turismo lo hace para Sony y unas cuantas otras compañías. Los films de Ben Affleck y Greta Gerwig fueron hechos con la suficiente inteligencia y talento como para disimular que, en el fondo, no eran más que efectivos formatos para vender más zapatillas y muñecas. En Gran Turismo se vuelve más difícil esa tarea. No solo porque son muchísimas las marcas que abruman desde la primera a la última escena sino porque, más allá de la intensidad de algunas escenas de carreras de coches, no hay un guión con el que engañar al espectador. Casi de entrada uno sabe que verá una publicidad de más de dos horas.
La historia se basa, muy libremente, en un caso real originado a partir del famoso juego de carreras de PlayStation que da nombre al film. Es la historia de Jann Mardenborough (Archie Madekwe), un chico galés que pasó de ser un corredor virtual –de esos que rompen récords en las consolas y se pasan todo el día frente a sus computadoras– a tener la posibilidad de correr carreras como profesional. Todo empieza cuando Danny Moore (Orlando Bloom), un ejecutivo de marketing de Nissan, crea en sociedad con Sony la llamada GT Academy, una mezcla de concurso, escuela de entrenamiento de pilotos y reality show (eso ni se menciona en la película, curiosamente) con la única intención de vender más autos y consolas. Y Jann, de entonces 19 años, es elegido por sus récords en el juego para ser parte de ella. Y pese a la oposición de su familia de clase trabajadora de Gales (su padre, interpretado por Djimon Hounsou, es un ex futbolista del Cardiff City, y su madre es una amable ama de casa que encarna nada menos que Geri “Ginger Spice” Halliwell), el chico se decide a intentar trasladar sus habilidades como corredor virtual a un mundo donde, como dicen varios, no hay botón de “reset”: un accidente puede tener consecuencias gravísimas.
Y la película seguirá su muy hollywoodense evolución de improvisado piloto a profesional, guiado con mano severa por un tal Jack Salter (David Harbour), un ex piloto con un complicado historial que es quien enseña a los corredores virtuales las claras y evidentes diferencias entre manejar simuladores y autos reales. Cuando Jann empiece a superar etapas en su camino a competencias cada vez más grandes e importantes, Salter se volverá su mentor, entrenador y casi padre sustituto ante el rechazo del verdadero, que no termina por aceptar la vida que su hijo eligió llevar. Todo esto se desarrollará mediante una serie de enfrentamientos, carreras, peleas y oposiciones que parecen sacadas del manual de guión del cine de los años ‘50: todas las carreras terminan definiéndose en el último segundo, hay competidores que parecen villanos de películas infantiles y muchas de las peripecias que atraviesa Jann en su evolución como corredor tienen poco que ver con las del verdadero piloto. Salvo un par, que son claves en la historia y que sí sucedieron en la vida real, solo que no como (ni especialmente cuando) se las muestra acá.
Lo mejor de la película pasa por la habilidad del sudafricano Blomkamp (director de Sector 9 y Chappie, entre otras) para crear intensas escenas de carreras, incorporando las dificultades que atravesó Mardenborough por el hecho de ser, para todos los profesionales, un simple “corredor virtual” que nunca debería haber abandonado la consola. Es que si bien el chico tiene talento y habilidad para manejar, las competencias reales tienen un nivel de violencia interpersonal inusitado, algo con lo que tiene que aprender a lidiar. Hay un ángulo que la película menciona al pasar pero que no está explotado lo suficiente y que podía haberle dado un interés mayor: el hecho de que casi todos los corredores profesionales vienen de familias de mucho dinero o cuentan con muchos recursos, y la Academia, a su modo, trata de democratizar un poco el acceso a las grandes competencias internacionales.
Pero este no es un film sobre Sony como una empresa que se dedica a la justicia social ni mucho menos. La compañía de origen japonés, que estrena esta película en la que viene trabajando hace casi una década (en Gran Turismo los tiempos se disimulan como para parecer actual, pero todo esto sucedió entre 2011 y 2015), también es la dueña de la serie de juegos Gran Turismo, de PlayStation y hasta encuentra un resquicio para hacer publicidad de sus clásicos Walkman. Pero eso no termina acá: la también japonesa Nissan tendrá igual o más exposición publicitaria, lo mismo que una veintena de marcas que aparecen a cada instante en la película. Es cierto que el mundo de las carreras de autos se caracteriza por un branding más que invasivo (las vestimentas de los pilotos, los coches, los escenarios y decenas de etcéteras), pero aquí nada se intenta disimular nunca.
En ese sentido, al menos, la película es honesta consigo misma. Ya en la primera escena, en la que se muestra cómo el japonés Kazunori Yamauchi creó el juego, es evidente que estamos ante una presentación más propia de ser hecha ante una convención empresarial –o en algún formato tipo TED Talk– que en una sala de cine. Y de allí en adelante todo sigue en esa senda. Si uno lo acepta de entrada así, la película por momentos funciona, tiene cierta tensión y las carreras se muestran con una inusitada violencia. Blomkamp logra que se sienta en el cuerpo tanto la velocidad como el esfuerzo físico de correr ese tipo de competencias. Pero no busquen una historia ni personajes a la altura de los de Ford vs. Ferrari: contra lo imposible o Rush: pasión y gloria, por citar solo algunas de las mejores películas hechas en el mundo de la alta competencia automovilística. Gran Turismo es una efectiva operación comercial con una película como excusa. Y no más que eso.
Crítica publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires.