Estrenos: crítica de «Mato seco en chamas», de Adirley Queirós y Joana Pimenta
Este ambicioso relato codirigido por el realizador de «Branco sai, preto fica» se centra en un grupo de mujeres que extrae y distribuye petróleo en una favela de Brasilia.
Las afueras de Brasilia, en ese lado B de la capital brasileña que es Ceilândia, más precisamente la enorme favela de Sol Nascente. Allí, alejados de lo que está pasando en los pasillos de poder en donde todo parece indicar que un tal Bolsonaro podría llegar a la presidencia, Chitara (Joana Darc) hace su negocio. Ha encontrado, en medio de la favela, unos pozos de petróleo y ha organizado un equipo para extraerlo y luego, gracias a decenas de motoqueros, venderlo en la zona a precios sensiblemente inferiores a los de, digamos, Petrobras. Es un negocio que tienen que cuidar como si fuera un pequeño cartel de narcos ya que las autoridades circulan alrededor tratando de destruirlo no por ilegal sino porque son las empresas las que controlan el negocio e imponen las condiciones y ya se sabe a quienes le deben fidelidad.
Esta trama gangsteril es apenas un aspecto de la mirada panorámica social, cultural y económica que Adirley Queirós (aquí acompañado por la realizadora portuguesa Joana Pimenta) presenta en su film más abarcador, uno que sigue la línea política de los anteriores pero de una manera menos metafórica y más directa. Hay varias historias más, una de ellas la de Léa (Léa Alves), hermanastra por parte de padre de Chitara, que acaba de salir de la cárcel después de estar ahí muchos años y se suma al «grupo empresarial». Frontal y directa, se le suma como potente brazo armado. Y está también Andreia (Andreia Vieira), que quiere que los beneficios a su favela –y a las cárceles, llenas de gente del lugar– lleguen por la gestión, por el lado político. Y para eso crea un partido, el PPP (Partido del Pueblo de la Prisión), con el que milita en las calles de Sol Nascente.
MATO SECO EN CHAMAS podría estructurarse como un thriller, pero los realizadores prefieren no ir del todo por ahí. Juegan con los tiempos (vemos escenas del futuro que nos dejan en evidencia que la cosa no terminó del todo bien), con la realidad política del país (hay una marcha de «bolsonaristas» filmada en Brasilia en el que todos piden por la figura del «capitán», del hombre fuerte que ponga mano dura), pero más que nada lo que hace es sentarse a escuchar a las protagonistas. Chitara y Léa compartirán historias de su padre –un tipo muy particular–, en otros momentos una hablará de la otra y viceversa, y la película dedicará una buena cantidad de tiempo a la camaradería de este pelotón femenino que pasa de la acción a las fiestas, de los negocios al sexo (muchas de ellas trabajan o trabajaron como prostitutas) y de los templos evangelistas a las politizadas calles.
En algún punto, acaso el mejor momento de la película, Queirós y Pimenta romperán la llamada cuarta pared y ahí nos enteraremos de algunas cosas que se relacionan más directamente con la vida real de las protagonistas –que son actrices no profesionales y que interpretan versiones ligeramente ficcionalizadas de sí mismas– y las difíciles circunstancias que les toca vivir. En medio de enfrentamientos policiales, de negociaciones sobre el precio del combustible y una batalla política que se vive en las calles de la capital, MATO SECO EN CHAMAS va haciendo una pintura de estos sectores marginados, expulsados y perseguidos a los que no se le permite tampoco sobrevivir por sus propios y legales medios.
Visualmente, la película observa el mundo en el que se mueven los personajes de una manera relativamente similar a la de las anteriores de Queiros como BRANCO SAI, PRETO FICA (2014) y ERA UMA VEZ BRASILIA (2017), dándole a sus escenarios un leve aspecto de película de ciencia ficción distópica, entre el realismo sucio y una versión latinoamericana de MAD MAX. La musicalidad y la vitalidad de las protagonistas (que aprovechan cualquier situación para cantar y bailar) se ve constantemente enfrentada a helicópteros que recorren la favela, camiones policiales blindados llenos de hombres armados que circulan y un partido político dominante que, es más que evidente, no tendrá ninguna piedad a la hora de meter bala en la favela.
Pero así como buena parte del relato está ocupado en describir las amenazas que soportan estas mujeres, MATO SECO EN CHAMAS es también una celebración de su resiliencia pese a las enormes dificultades. El film ocupa buena parte de su tiempo en fiestas, cantos, bailes, besos, abrazos, conversaciones risueñas y la camaradería popular que surge en este tipo de agrupaciones o emprendimientos. En el futuro, se sabe, las cosas se complicarán ya que los esbirros del «capitán» observan y en algún momento atacarán. Pero, como dice la frase, «a luta continua». Y esta ambiciosa, íntima y polémica película se suma como un registro, directo pero también poético, de una batalla que fue, es y seguirá siendo la misma.
Del jueves 24 al miércoles 30 de agosto, a las 20 en en CineArte Cacodelphia (Diagonal Norte 1150, CABA).