Estrenos: crítica de «Pecados ocultos» («The Innocents»), de Eskil Vogt
Un chico con poderes paranormales pone en peligro la vida de otros niños –y de algunos adultos– en el complejo habitacional noruego en el que vive. Estreno en cines: 31 de agosto.
Las viviendas sociales escandinavas tienen ese qué se yo, viste?, diría la letra de un famoso tango. Quince años después de CRIATURA DE LA NOCHE (o DEJAME ENTRAR, dependiendo la traducción), un film de horror sueco que transcurría entre niños viviendo en este tipo de locaciones, llega PECADOS OCULTOS, una historia fantástica, más cerca de la ciencia ficción que del terror, que también tiene como protagonistas a un raro y potencialmente peligroso grupo de chicos que vive en un complejo habitacional social de similar aspecto. Vampiros no hay, pero hay cosas bastante más perturbadoras.
Estrenada internacionalmente en 2022 bajo el título de THE INNOCENTS –un año antes había pasado por el Festival de Cannes–, la película, que llega aquí con bastante retraso, es la segunda de Vogt como director. El hombre, más conocido como guionista de Joachim Trier, llegó a estar nominado al Oscar por LA PEOR PERSONA DEL MUNDO. Pero de las películas que hizo con su colega y amigo noruego la que más se le acerca es THELMA, otra historia de personas con algún tipo de poder piscoquinético. Solo que allí era adulta. Esto, indirectamente, hasta podría funcionar como precuela.
La protagonista es Ida (Rakel Lenora Fløttum), una niña que tiene una hermana mayor llamada Anna (Alva Brynsmo Ramstad) que sufre una forma extrema y no verbal de autismo. Ella se ocupa de cuidarla en la casa o cuando están con otros chicos, pero también está un tanto cansada de hacerlo y no puede evitar, por momentos, ser casualmente cruel con ella. En el verano escolar Ida se hace amiga de Ben (Sam Ashraf), otro chico del barrio, y de Aisha (Mina Yasmin Bremseth Asheim), una chica con una enfermedad en la piel (tipo vitiligo) y entre los tres, más Anna, pasan algo de tiempo juntos.
Ben le mostrará a Ida su capacidad para la telequinesis: el chico puede mover algunos objetos con su mente. Pero también le dejará ver un lado sádico: a veces usa su poder de un modo un tanto cruel, o sino pregúntenle a un gatito que andaba por ahí cuando Ben andaba demostrando sus talentos (Nota: la película no es del todo apta para los que se impresionan con la crueldad animal, por más que sea fingida).
Luego nos daremos cuenta que Aisha tiene también algo así como poderes: los suyos son telepáticos ya que consigue meterse en la mente de otras personas, escuchar lo que piensan o hacerles decir lo que ella quiere. Ida no lo sabe o no se da cuenta pero Aisha así ha logrado que Anna pueda volver a hablar, algo que fascina a la pequeña y más todavía a sus padres. Pero la chica autista solo puede hacerlo cuando Aisha la «controla».
Todo parece quedar en juegos de niños, pero en algún momento las cosas se irán de las manos. Tanto Aisha como Ben tienen difíciles situaciones familiares y sufren de bullying escolar (los dos, además, son hijos de inmigrantes), por lo que especialmente el segundo empieza a pensar porqué no usar sus «poderes» para ajustar cuentas y ejercer algún tipo de venganza contra los que lo maltratan o maltrataron. Y esto es el inicio de algo que solo puede terminar mal, muy mal.
Vogt investiga en ese universo de indefinición si se quiere moral en el que se mueven estos chicos, no del todo conscientes de los peligros que corren o hacen correr a los demás, y sin tener muy claras las diferencias entre el bien y el mal, lo que se debe hacer y lo que no. Para Ben, poder vengarse de sus bullies sin que nadie se entere que fue él –lo hace con la mente, ya verán cómo– es en extremo tentador, lo mismo que para Aisha ayudar a Anna o utilizar su capacidad para lidiar con su madre. Para Ida es todo más confuso. La chica ya ha demostrado tener cierta curiosidad por el, digamos, «lado oscuro», pero por suerte no tiene poderes para ponerlo en práctica de una manera tan bestial. O no parece tenerlos.
PODERES OCULTOS es una exploración acerca de la niñez, de las crueldades, incomodidades y extrañas decisiones que los chicos toman cuando están librados a su suerte y los adultos viven ocupados en otras cosas. Es un «vale todo» en el que esa falta de protección da para empujar más y más los límites de lo que se puede hacer y lo que no. Si uno le saca la «metáfora» de los poderes, se topará con que el film de Vogt no es otra cosa que un drama sobre cuatro chicos que tienen una vida difícil y que encuentran una manera de sacar para afuera esa frustración. Caiga quien caiga.
Cruel más que cruenta, despiadada por momentos, ubicada en ese incómodo universo de películas centradas en niños «malvados», la película puede ser leída como una indirecta pero potente mirada al futuro inmediato, a una generación que crece entre la agresión de pares, la agresividad o el desinterés paterno y que se integra a la sociedad desde la furia, el resentimiento y la necesidad de «devolver» esa cadena de agresiones. Pocos años después de lo que sucede aquí, esos mismos chicos votan.