Series: crítica de «DAVE – Temporada 3», de Dave Burd y Jeff Schaffer (Star+)

Series: crítica de «DAVE – Temporada 3», de Dave Burd y Jeff Schaffer (Star+)

El ahora famoso rapero Lil Dicky se mete en extravagantes asuntos mientras va de gira por los Estados Unidos con su show de hip-hop. En Star+.

Poco vista por estos lados –o, al menos, poco comentada en las redes sociales y sin casi textos escritos sobre ella–, la serie DAVE comenzó siendo uno de los éxitos más grandes de la cadena FX a partir de contar la historia de un peculiar joven blanco y judío llamado Dave que trata de hacerse famoso como rapper con el nombre de Lil Dicky y letras plagadas de contenidos principalmente sexuales. A lo largo de sus dos primeras temporadas la serie fue abandonando su inicial humor un tanto adolescente para ir adentrándose más y más en las complejidades del personaje y de quienes lo rodean, un grupo de amigos quienes, tras una serie de bizarras idas y vueltas, han llegado al éxito.

De a poco, ese show simpático pero liviano se fue convirtiendo en algo más complejo y denso, quizás sin la surreal brillantez de ATLANTA –una serie con la que se la suele comparar más que nada por tener como protagonistas a un rapero y su grupo íntimo de amigos y colaboradores–, pero con algunas cosas para decir acerca de la fama, de la salud mental, de temas raciales y hasta de género. Casi sin que nos demos cuenta DAVE se convirtió en un show capaz de criticar y celebrar a la vez al mundillo del hip-hop y uno que lidia, como su protagonista, con entender cómo manejarse con los cambios culturales de la época.

Eso permanece en la tercera temporada, en la que el ahora famoso Lil Dicky sale de gira en un bus con su equipo (su sideman GaTa, su DJ Elz, su manager Mike y su amiga Emma que graba todo para un documental) recorriendo Estados Unidos y teniendo bizarros encuentros a su paso. Lo que vuelve a ponerse en el centro de la acción, esta vez, es el conflicto de Dave entre la posibilidad de aprovechar su fama de la manera más old school posible –digamos, drogas, chicas, fiestas, fama, etcétera– o intentar encontrar algo más complicado que eso. Por un lado, algo así como el amor de su vida. Y por otro, lidiar con sus propios miedos, su problemática personalidad y su incapacidad para saber si lo más importante para él es crecer como persona o hacerse famoso como sea.

DAVE es una comedia y por momentos bastante absurda, pero a la vez trata de ir más allá del chiste grueso –que le sale bien, fácil, pero que con el paso del tiempo se vuelve reiterativo– para ponerse emotiva y, si se quiere, hasta sensible. Están los problemas de salud mental y familiares de GaTa, los que tiene su manager con su padre, las complicaciones en la vida de su ex, Ally (Taylor Misiak), y los de otras personas que aparecerán promediando la temporada, pero en lo central la serie es un retrato de un joven que se convierte en eso que tanto buscó y se da cuenta que, si bien no es la panacea que imaginaba, le cuesta separarse de todo eso.

A lo largo de los episodios y de su gira, Dave y su gente pasarán por distintas ciudades y se cruzarán con curiosos personajes, como una familia religiosa con la que quedan atrapados durante una tormenta, una chica que dice no conocerlo pero termina siendo una fan un tanto peligrosa, la aparición de su ex en la gira, la de un nuevo interés romántico (una fotógrafa llamada Robyn, interpretada por Chloe Bennet, de AGENTS OF S.H.I.E.L.D.) y un violento accidente con el ómnibus que da pie a una confusión que dividirá en dos la temporada, ya que es un evento que lo lleva a tomar una serie de decisiones (equivocadas en su mayoría) que lo afectan en lo privado y, potencialmente, en lo público también.

Es un show, como siempre, con muchos invitados, principalmente del mundo del hip-hop. En esta temporada no solo esos cameos y participaciones especiales regresan (y son de figuras muy importantes) sino que también aparecen celebridades de Hollywood que poco y nada tienen que ver con el rap (salvo la que está en la foto, no spoilearé quienes son los demás, pero se trata también de personas muy conocidas), que fueron convocados por Dave Burd para participar y, siendo fans de la serie, aceptaron gustosos. Dos de ellos, en los últimos episodios especialmente, tendrán roles clave en la vida de Dave.

Por momentos las obsesiones y fetiches sexuales de los protagonistas, a esta altura del recorrido, terminan siendo un tanto agotadoras, como si le fuera imposible a la serie abandonar el humor más adolescente de muñecas inflables y posiciones en la cama. Pero a la vez es eso mismo lo que impide que DAVE se tome a sí misma demasiado en serio, que es otro de los problemas potenciales que tiene por las temáticas a las que se abre. Por momentos la unión entre esos temas fuertes que trata y el humor más banal resulta un tanto forzado, pero es el recorrido que Burd eligió y en el que por lo general se maneja bastante bien.

Lo que le da un plus de interés a DAVE es la manera ambigua e irónica en la que se mete en ciertos territorios que hoy son casi tabú o que están alejados de la corrección política. Por momentos el propio personaje puede ser muy consciente de su complicado rol dentro del mundo en el que vive –es un hombre blanco convertido en estrella del rap, nada menos– y en otros momentos puede comportarse como la más pedante y caprichosa de las celebridades a la que nada de eso le importa. Y ese es el espacio que ocupa la serie. Esas son, como ellos mismos dicen, sus capas de lectura. Como les sucede a los fans de Lil Dicky, algunos que ven la serie se reirán de los chistes más gruesos y ramplones mientras que otros reflexionarán sobre esas «capas» de significado que la trama y los personajes habilitan. Y ambas opciones son válidas.