Series: crítica de «Lakers: Tiempo de ganar – Temporada 2», de Max Borenstein y Jim Hecht (HBO Max)

Series: crítica de «Lakers: Tiempo de ganar – Temporada 2», de Max Borenstein y Jim Hecht (HBO Max)

La segunda temporada de esta serie dedicada al equipo de Los Angeles Lakers de los años ’80 se extiende a lo largo de cinco años de partidos, peleas e intrigas detrás de escena. En HBO Max desde el domingo 6.

No hace falta ser un seguidor de la NBA ni mucho menos un fanático de Los Angeles Lakers para darse cuenta de la excelencia de TIEMPO DE GANAR, la serie sobre la época dorada del equipo de básquetbol californiano, liderado por Magic Johnson. Está en cada escena, cada decisión estética, cada elección musical y en todas las parejas actuaciones de un elenco extraordinario. La serie es una inmersión profunda en un mundo específico –el detrás de escena y las luchas de poder de un equipo en pleno recambio y transición generacional y deportiva–, pero sus conflictos son universales, se pueden trasladar casi a cualquier otro ámbito laboral. Solo que acá, bueno, son más divertidos, coloridos y excéntricos.

La primera temporada de la serie se ocupó con lujo de detalles en los inicios del llamado «Showtime», el año que va de la llegada de Magic (Quincy Isaiah) a Los Angeles procedente de Michigan, su incómoda inclusión en un equipo dominado por el veterano y seco Kareem Abdul-Jabbar (Solomon Hughes), los constantes, problemáticos y hasta absurdos cambios de coach, y la personalidad ampulosa y llamativa del Dr. Jerry Buss (John C. Reilly), el entonces nuevo dueño de la franquicia, un hombre que venía del mundo del show business y que hizo mucho para transformar, a su modo, a la alicaída NBA de fines de los ’70 a lo que fue unos años después y sigue siendo ahora: un show internacional con la excusa de un campeonato de básquet por detrás.

La segunda temporada (de la serie, no de la campaña de los Lakers con Magic) no de detiene, como algunos pensábamos, solo en el torneo siguiente sino que recopila, a partir de distintos ejes narrativos específicos, los cinco campeonatos posteriores, hasta terminar en 1985. A modo de preservar el «misterio» para los que no conocen qué pasó y prefieren no googlearlo, mantendremos acá como incógnita los resultados en sí, por lo que se puede decir que la temporada de solo siete episodios se divide en dos grandes bloques.

La primera, que ocupa los dos años siguientes, se centra en la conflictiva relación de Magic con Paul Westhead (Jason Segel), el técnico de esas temporadas, transformada en un choque enorme de egos que se extenderá en el tiempo y que terminó con un obvio ganador. La segunda plantea la continuidad ya bajo la órbita del mítico Pat Riley (Adrien Brody) pero aquí cobra mucho más peso la histórica rivalidad de los Lakers con los Boston Celtics, especialmente la de Johnson con Larry Bird (Sean Patrick Small), su rival blanco –y más premiado que él– que se convirtió en el enemigo a vencer. De hecho, WINNING TIME incluye en esta temporada un episodio que está dedicado casi exclusivamente a contar la historia de Bird. Y dejará para los últimos episodios las finales en las que ambos equipos jugaron en las temporadas 83-84 y 84-85.

Pero más allá de los éxitos y fracasos deportivos –hay partidos y series de play-offs que se muestran en detalle y, a la vez, temporadas enteras que pasan casi sin aviso–, TIEMPO DE GANAR encuentra mucho humor, tensión, conflicto y frenesí cinematográfico al meterse en los camarines, en las reuniones secretas, en la intimidad de sus protagonistas (los problemas de pareja de Magic debido a su gran apetito sexual, las tensiones entre Buss y su hija con la aparición de una nueva mujer en su vida, entre otros) y en el creciente circo que rodeaba a la NBA de la primera mitad de los ’80.

Seguramente el espectador que llega a WINNING TIME desde el fanatismo más puramente basquetbolístico hubiera preferido que cada temporada de la serie sea equivalente a una del equipo, pero de todos modos se entiende –más allá del fastidio que pueda generarles que importantes momentos de las temporadas pasen de largo vía brutales elipsis– que no estamos ante un clásico documental deportivo de esos que analizan campañas año por año. La serie es el retrato de una época a través de un mundo y de sus personajes, dándole tiempo a las salidas nocturnas (la música es excelente), a la relación con los medios, a las celebridades que empezaron a colmar el estadio (como Jack Nicholson) y a la vida caótica y dispendiosa de varios de sus personajes.

Aún así, hay mucho material estrictamente deportivo en su trama. La relación entre Westhead y Magic se tuerce, inicialmente al menos, a partir de desentendimientos tácticos –Westhead proponía posiciones fijas y rutinas que no le servían a la manera de jugar de Johnson–, aunque luego se terminaría corriendo hacia asuntos de ego y control, ya que Westhead creía que podía ganar la batalla y torcer el destino del equipo, enfrentándose públicamente con el jugador estrella. Kareem tendrá también un rol clave en ese caos y luego será Riley, transformado de frustrado asistente a elegante coach, el que lleve a los Lakers a sus máximas glorias.

Por fuera de la cancha hay un personaje clave que es Jerry West (Jason Clarke, visto recientemente en un rol igual de intenso como el interrogador de OPPENHEIMER), cuyo estado de permanente nerviosismo conspira contra la aparente calma y relajación californiana de Buss, con sus coloridas camisas abiertas y su aspecto de decadente bon vivant. Con Larry Bird es un poco más difícil, ya que se trata de un personaje un tanto opaco, de pocos gestos y aún menos palabras, que solo se expresaba a través del juego. Pero la rivalidad entre él y Magic explotará en las dos últimas temporadas (del campeonato) que se ven acá.

A juzgar por los saltos de tiempo, todo parece indicar que quedará solo una temporada más de la serie para cerrar los años ’80 de los Lakers. Es una pena su brevedad ya que hay tanto para disfrutar aquí que uno podría seguirla hasta la época de Shaquille O’Neal y Kobe Bryant (ahí hay, claramente otra serie para hacer) y, con más dificultad, una hasta la actualidad. Pero difícilmente se recupere la frescura de esta época en la que todavía la NBA no estaba tan profesionalizada como ahora. Si uno escucha los términos de los contratos que se mencionan (a Magic le ofrecen uno «de por vida» por cifras que hoy serían irrisorias), es claro que era una época casi inocente… en ese sentido al menos.

Y lo otro, acaso lo más disfrutable de la serie –aún con sus excesos– es la manera en la que está filmada, utilizando distintos formatos, pasando del video más berreta tipo VHS a los 16 y 35mm. y de ahí al digital, usando la cámara como si fuera un documental experimental y con saltos de todo tipo que enorgullecerían al propio Godard. Es cierto que la amarillenta y borrosa estética puede llamar excesivamente la atención sobre sí misma, pero va en conjunción perfecta con el caos que rodea a la acción. Por más que se enojen algunos de los personajes aquí representados –que no quedan en algunos casos muy bien parados–, la serie es fascinante, también, por las libertades que se toma. Es el deporte como circo, como combate de egos, como retrato de una época en la que casi todo lo que es hoy la NBA estaba por inventarse.