Estrenos online: crítica de «Telarañas del alma» («Paper Spiders»), de Inon Shampanier (HBO Max)

Estrenos online: crítica de «Telarañas del alma» («Paper Spiders»), de Inon Shampanier (HBO Max)

Una chica que está a punto de dejar su hogar para irse lejos a la universidad debe lidiar con el hecho de que su madre, viuda, empieza a tener serios problemas psiquiátricos. Con Lili Taylor y Stefania LaVie Owen. Por HBO Max.

Un historia sobre la relación entre una hija adolescente que está a punto de irse a la universidad y una madre que de a poco empieza a mostrar signos de fragilidad psicológica podría tranquilamente dar para un interesante drama acerca de esa complicada situación en la que distintas tensiones se cruzan forzando a los personajes a tomar decisiones difíciles e incómodas. Pero en TELARAÑAS DEL ALMA se lo toma más como una suerte de comedia dramática adolescente llena de equívocos y enredos, una que recién sobre el final parece entender algo de lo que está contando.

El problema de PAPER SPIDERS no es hacer un coming of age con un problema tan denso como el trastorno delirante (también conocido como «psicosis paranoica«) ya que, de hecho, esa sería una búsqueda adecuada e inteligente: entender cómo afecta a una adolescente el hecho de ver que su madre y único familiar (su padre falleció y no parecen tener parientes) va perdiendo la razón y forzándola a tener que replantearse qué hacer con su vida. Y si bien eso, en el fondo, está presente, la directora decide contarlo, al menos durante tres cuartos de su duración, como una suerte de comedia hasta ligera, como un cuento para chicos de edad bastante menor que la de su protagonista.

Lo curioso de Melanie (Stefania LaVie Owen) es que, si bien es la mejor alumna de su escuela y puede aplicar a una beca en la lejana USC de California –ellos viven en la Costa Este–, parece una chica bastante frágil para casi cualquier otra cosa que requiera un mínimo de inteligencia emocional. Al volver con su madre, Dawn (Lili Taylor), de visitar el college, es obvio que la dama empieza a tener algún tipo de brote paranoico. Básicamente, se obsesiona con que su vecino de enfrente la está espiando, se mete en la casa en la que viven, quiere hacerle la vida imposible, hasta llegar a las ondas electromagnéticas y sucedáneos. Melanie, como si tuviera 12 y no 17, lo toma como una ligero fastidio, una peculiaridad de su siempre nerviosa e intensa madre, mientras sigue con su vida en el colegio como si no mucho pasara.

Y es así que PAPER SPIDERS ocupa casi la mitad de su tiempo en los romances de la chica en la escuela, con novios, bailes, amigos, peleas y esas cosas, mientras la madre va perdiendo por completo la cordura. Melanie le comenta el asunto a un consejero psicoterapéutico de la escuela, pero las escenas con él son jugadas hacia la comedia. Y cuando la madre, ya visiblemente desmejorada, contrate a un detective privado para que instale un sistema cámaras, tire la computadora de su hija porque cree que la espían desde ahí y ya haya tapado todas las ventanas de la casa, la película lo seguirá tomando como una extraña curiosidad. Algo así como «mi mamá es medio rara y no hay mucho que pueda hacer».

Sin otros parientes de por medio es llamativo que a Melanie jamás se le ocurra –o que alguien la aconseje–llamar a algún servicio social, gestionar alguna intervención de urgencia, averiguar por medicaciones o utilizar cualquier otro mecanismo que exista, aún cuando ese país –eso es cierto– no cuenta con muchos recursos públicos para tratar estos temas o cualquier otro ligado a la salud. Pero la película tampoco analiza esos u otros impedimentos para explicar porqué nadie hace nada. Simplemente, no lo hacen, así el guión posibilita que las cosas se pongan más y más extravagantes.

Ni aún cuando las cosas llegan a un nivel absolutamente desesperante –para eso ya han pasado meses y más meses de visible desmejoría–, la chica es capaz de hacer algo concreto para ayudar a su madre. Si bien es cierto que la obsesión y la personalidad de la madre son muy dominantes y no es sencillo doblegarla ni convencerla de nada, el guión no justifica dramáticamente jamás el hecho de que nadie actúe al respecto. Sin ir más lejos su jefe, un supuesto «amigo de la familia», la echa del trabajo que tuvo por muchos años, cansado de sus delirios, y contrata a otra persona sin jamás ir a ver cómo está ni hacer algo al respecto.

Es un problema serio para la película que el trato de la enfermedad que tiene Dawn sea tan banal porque es un tema crítico y que puede «saltar» en situaciones como la que la mujer atraviesa: viuda hace poco y a punto de quedarse aún más sola por la partida de su hija a la universidad. La película lo usa más como una excentricidad graciosa –quizás para no volverse demasiado dramática y perder el potencial público adolescente que busca– y eso convierte a todo el proyecto en algo problemático, uno que solo se sostiene por los esfuerzos actorales de Taylor, ya que tampoco hay nada visual o formal de lo que agarrarse.

Ya sobre el final, y solo a partir de una serie de específicos hechos que aparecen en el momento justo e indicado, la película y la protagonista se hacen finalmente cargo del asunto. Pero para la película ya es demasiado tarde. Lo que se intenta ahí es crudo, manipulativo y banal. Es tomarse algo serio casi todo el tiempo en broma y, a último momento, tratar de arrancar algunas lágrimas a fuerza de golpes bajos. Así no funciona.