Festival de Venecia 2023: crítica de «God Is a Woman», de Andrés Peyrot (Settimana della Critica)
Este documental panameño se centra en la historia de otro documental que un realizador francés filmó en una comunidad indígena Kuna en los años ’70 y que jamás se vio.
Un documental sobre otro documental, crónica de un rodaje que tiene como eje otro rodaje, GOD IS A WOMAN se llama igual que la película que funciona como su punto de partida y origen. Todo empieza recordando el pasado. El cineasta francés Pierre Dominique Gaisseau, ganador del Oscar al mejor documental por LE CIEL ET LA BOUE en 1961, anuncia en una entrevista un proyecto posterior: ir a Panamá a filmar un documental en la comunidad Kuna, que define como un matriarcado, y que se llamará GOD IS A WOMAN. El viaje lo hizo en los años ’70, acompañado por su hija Akiko y se quedó un año entero viviendo junto a la comunidad, pero al final no todo salió como estaba planeado.
La película de Peyrot no se ocupa demasiado de esa experiencia de forma directa ya que no hay materiales de ese rodaje. Lo que hay son recuerdos de algunos veteranos que vivían entonces y cuentan historias de aquella época, hablando de lo que implicó para esta comunidad que mantiene hasta la actualidad muchas de sus costumbres y, en buena medida, también su idioma. Los recuerdos se han vuelto mitos –nadie sabe muy bien qué pasó realmente y qué se fue inventando con el paso del tiempo–, pero lo cierto es que nadie vio la película. Entre otras cosas, por un motivo inesperado: la película jamás se estrenó.
No adelantaré qué sucedió con el film original –tampoco es una historia con tantos vericuetos, pero tiene sus particularidades–, pero lo cierto es que el documental de Peyrot pega un salto de dos años y nos muestra el viaje a París de uno de los miembros más reconocidos de la comunidad, ya que se han encontrado copias del film y todo parece indicar que podrá ser restaurado y visto. Y lo que sigue de ahí en adelante tiene que ver con otro viaje, el de los realizadores de esta película volviendo a la aldea en la que vive la comunidad que visitó el francés con la intención de mostrarles a los habitantes de hoy esa película.
Las idas y vueltas entre los dos documentales, los dos retratos y los hilos que los conectan pasan también por ofrecer una mirada crítica al tipo de films que Gaisseau hacía, llenos de conceptos hoy muy criticados, buscando el exotismo, la peculiaridad y hasta exagerando y/o falseando algunas de las verdades con las que se encontraba si no se correspondían a sus suposiciones o a lo que sus espectadores querrían ver: los propios locales ponen en duda muchas de sus ideas, algunos hasta la de que la comunidad funcionaba como un matriarcado. El documental del panameño se pregunta sobre el rol de ese tipo de retratos y trata, con el suyo, de hacer uno más íntegro y comunitario.
Pero este GOD IS A WOMAN no es solo una crítica o una corrección del otro, sino que también queda claro –especialmente en el final– que las imágenes capturadas por el realizador francés podrían basarse en ideas o funcionar con conceptos errados pero que a la vez hay mucho de verdad en lo que captaron. No solo los lugares y las costumbres sino las personas que ya no están y a las que vemos en esas imágenes. Es que, más allá de las diferencias de aproximación y la «corrección» política –en ambos sentidos de la palabra–, la cámara sigue transmitiendo verdades que escapan por los márgenes y viven por sí mismas, más allá de las intenciones de quienes las capturaron.