Festival de Venecia 2023: crítica de «Sidonie au Japon», de Elise Girard (Giornate degli Autori)
Una escritora francesa viaja a Japón a presentar un libro suyo y allí la acompañan su editor local y el fantasma de su marido muerto. Con Isabelle Huppert.
Isabelle Huppert viaja a Japón bien podría ser el título de esta película. Es que, quizás, no haya demasiadas diferencias entre eso y lo que se ve aquí. Por más de un motivo, es imposible quitarse de la cabeza que uno está viendo a la actriz francesa yendo a un festival de cine en ese país en lugar de a la escritora que interpreta en la pantalla. Pero dejemos los paralelos para la imaginación, la fama o los rumores. Lo que aquí se ve es otra cosa, una historia con mucho de identificable desde el planteo pero con algunos problemas en la realización, problemas que impiden que esas ideas se concreten, se sientan con cierta potencia y emocionen.
Huppers encarna a Sidonie Perceval, una famosa pero bloqueada escritora francesa que es invitada a viajar a Japón a hacer un tour de prensa para presentar la reedición de su primero y más famoso libro. Sidonie no está bien y ni está siquiera segura de querer ir –se arrepiente antes de subir al avión pero finalmente sube a él– ya que su marido (el actor alemán August Diehl, de BASTARDOS SIN GLORIA) ha fallecido hace poco y la mujer todavía no ha superado ese hecho.
Pero de todos modos va. Y de entrada lo que surgen son las incomodidades: con el trato, con los hoteles, con la gente y hasta con su editor, Kenzo Mizoguchi (Tsuyoshi Ihara, de CARTAS DESDE IWO JIMA), que nada tiene que ver con el cineasta («es un apellido muy común acá», le aclara), que funciona como su asistente personal y que se toma el trabajo de llevarla en auto, cargar sus bolsos y acompañarla a todos lados, tanto en sus paseos como en las rutinas laborales, donde se suma una traductora para lidiar con los periodistas.
Es a través de esas entrevistas que Sidonie cuenta un poco su historia. Y, en paralelo, luego de varios paseos con Kenzo –por jardines, museos y bellas locaciones de Kyoto– ambos se empiezan a abrir y contarse algunas historias e intimidades, acercándose sentimentalmente. Pero a ellos hay que sumarle un elemento más, si se quiere fantástico: Sidonie empieza a tener visiones de su marido fallecido, que aparece como un literal y semi-traslúcido (los efectos son pobres, pero casi parece ser esa su búsqueda) fantasma en su cuarto de hotel, en el baño, que se sube al auto cuando ella viaja y con el que puede conversar de aquellas cosas que le quedaron pendiente en su relación.
Todo esto es, al principio al menos, shockeante para Sidonie pero no para Kenzo. Cuando ella le cuenta lo que le pasa, entre sorprendida y asustada, él le dice que en Japón «los fantasmas conviven con nosotros» y que eso es algo normal. Más allá de la simplificación implícita en esa idea, sirve para jugar en el límite entre lo onírico y lo traumático, o entre lo fantástico y lo espiritual, sin dejar del todo de lado lo psiquiátrico. Es a partir de esa suma de íntimas confesiones con ambos que Sidonie empieza a liberarse de ciertos traumas que la habían convertido en la escritora bloqueada que hoy es.
Es una idea simple realizada de una forma igualmente sencilla, con una puesta en escena plana y desprovista de cualquier tipo de intensidad. Es una búsqueda de sequedad casi bressoniana que la película no logra sostener demasiado, por lo que luego de superar la intriga inicial relacionada con esta suerte de sobrenatural triángulo amoroso todo se va volviendo un poco pedestre, casi banal. Ni Huppert, una actriz que habitualmente intensifica cualquier escena en la que aparece, logra hacer algo para sacar a la película de la medianía. De hecho, hasta parece un tanto incómoda durante gran parte del relato. De vuelta, quizás no es el personaje sino la actriz. Cualquier coincidencia entre la ficción y la realidad, se sabe, es pura casualidad.