Festival de Venecia 2023: crítica de «Tatami», de Zar Amir & Guy Nattiv (Orizzonti)

Festival de Venecia 2023: crítica de «Tatami», de Zar Amir & Guy Nattiv (Orizzonti)

por - cine, Críticas, Festivales
03 Sep, 2023 06:00 | Sin comentarios

Una judoca iraní es forzada por las autoridades de su país a retirarse del Mundial antes de tener que enfrentar a una rival israelí pero ella se rehusa en este drama codirigido por un realizador israelí y una iraní.

Lo que no pudo pasar en la ficción sucede en la realidad. Ese bien podría ser el slogan o el “punto de venta” de esta película codirigida por una realizadora iraní y otra israelí centrada en un evento deportivo en el que se le quiere impedir a una enfrentarse a la otra. Deporte, cine y política pueden ser cosas muy distintas pero en TATAMI funcionan como una misma metáfora. No muy sutil, pero bastante potente y en algún sentido violenta.

Amir Ebrahimi (tal su nombre completo) y Nattiv codirigen este film deportivo —basado libremente en algunos casos similares— que transcurre durante el Mundial de Judo en Tbilisi, Georgia, en el año 2019. Las protagonistas son dos y hay una tercera que funciona como amenaza… fantasma. La propia Amir Ebrahimi (HOLY SPIDER) encarna a Maryam Ghanbari, entrenadora de judo del equipo de Irán y una ex luchadora que tuvo que retirarse por una súbita lesión. Y Arienne Mandi encarna a su judoca estrella, Leila Hosseini, quien parece llegar con chances de pelear por el título y, tras algunos contratiempos con su peso, logra entrar en la competencia y empezar a superar rivales.

Si bien la película jamás explica el sistema de competencia —hay dos relatores que comentan los encuentros pero en ese sentido el film es muy vago— el problema que surge es que se va haciendo bastante evidente que Hosseini puede llegar a tener que definir el título contra una judoca israelí. Y como los países son enemigos y no tienen relación diplomática alguna, las autoridades iraníes fuerzan a Ghanbari a sacar a su deportista del torneo con alguna excusa: bien dejándose perder o bien fingiendo una lesión.

Al principio Ghanbari se niega pero la presión es muy fuerte, más que nada a través de amenazas familiares. Una vez “convencida”, la entrenadora intentará que Hosseini haga lo mismo: que agache la cabeza, pierda o finja una lesión y se acabó el problema. Pero Leila se niega y no quiere saber nada, por más que observe en el estadio a personas que la filman, la persiguen y amenazan en plena competencia. También lo hacen con su familia en Irán, pero su marido la apoya hasta las últimas consecuencias. Y algo similar pasa con la organización. De a poco se dan cuenta qué es lo que está pasando y ofrecen colaborar, aún cuando eso les agrega una tensión extra a las protagonistas.

TATAMI pone sobre ese cuadrado en el que se dirimen las competencias de judo una suerte de ficción geopolítica, enfrentando a una deportista que quiere triunfar contra un gobierno que prefiere que abandone la contienda antes que sufrir el potencial “deshonor” de una derrota con Israel. Construida como un drama deportivo clásico, en blanco y negro, y con los títulos de los combates sobreimpresos, la película va convirtiéndose de a poco en un thriller que se vuelve tenso y angustiante por los miedos y presiones que ambas tienen que soportar y las diferentes actitudes que toman al respecto.

Para el tercer acto la película exagera el costado entre melodramático y épico perdiendo un poco la línea y volviéndose un poco didáctica y discursiva. Se entiende la necesidad de hacerlo ya que la situación amerita algún tipo de toma de posición, pero TATAMI no es particularmente sutil para escenificarla. Hay una pelea que se convierte en una batalla épica (la metáfora del ahogo que Leila atraviesa allí es en exceso lineal) y hay otras situaciones que se resuelven de una manera un tanto efectista. Respecto a las escenas «deportivas» en sí, habrá que preguntarles a los especialistas si son o no creíbles. Por lo pronto la actriz se enfrenta a judocas profesionales y parece más o menos saber que lo que está haciendo.

De todos modos es innegable que la película—filmada en la clandestinidad por ambos realizadores en Georgia— toma iguales o mayores riesgos que la deportista en cuestión y su entrenadora. Y, más allá de sus irregularidades, lo que la atraviesa de principio a fin es la honesta preocupación por tener que vivir en un régimen que limita las libertades de una manera brutal. Por ahora el país al que me refiero es Irán. En cualquier momento, tal como vienen las cosas, quizás sean los dos.