Series: crítica de «El oro» («The Gold»), de Neil Forsyth (Paramount+)
Esta serie británica coproducida por la BBC se centra en la investigación del famoso caso del robo de 26 millones de libras esterlinas en lingotes de oro en 1983. Con Hugh Bonneville, Jack Lowden, Tom Cullen, Dominic Cooper, Charlotte Spencer y Sean Harris. En Paramount+.
Voy a ser claro: EL ORO es la mejor serie que vi en los últimos tiempos. De hecho, de no ser por algunos detalles, podría calificarla como una de las mejores en años. Sus seis episodios, de una hora cada uno, los vi casi de corrido, en dos tandas, fascinado con la historia y, más que nada, con el mundo que existe por detrás. THE GOLD es una trama de robos, pero no en formato clásico de la heist movie. El robo está, pero abre la historia, es lo primero que vemos cuando todo empieza. Pero no habrá flashbacks ni nada que nos muestre cómo se planeó. Es que la serie, basada en un caso que tuvo lugar en Gran Bretaña en 1983, pone el eje en las consecuencias, en todo lo que pasa después del asalto. Y con eso sostiene más que bien sus seis horas de duración.
Con un elenco de actores británicos notable, EL ORO sigue a una larga serie de personajes –pueden ser muchos, es cierto, pero la serie casi nunca es confusa– a lo largo de los varios años en los que se desarrolla, por un lado, la investigación y, por otro, lo que los ladrones y sus asociados hacen con el oro robado. De hecho, los ladrones en sí tampoco son demasiado importantes en la serie. Sí lo son las personas que, una vez recibido el enorme e impensado botín, utilizan sus conocimientos para volverlo a meter en el mercado transformado en dinero utilizable.
Más allá de cada uno de los detalles de su trama, la serie creada por Neil Forsyth (GUILT) es una reflexión sobre el estricto mundo de las clases sociales en Inglaterra, en donde las reglas no son iguales para todos y en donde el dinero no necesariamente alcanza para cruzar esas invisibles barreras que existen entre unos y otros. Están los aristócratas y los nuevos ricos, los mafiosos de barrios marginales y los policías (los corruptos y lo que no), las autoridades, las logias y los que tratan de llegar mediante, bueno, las «malas artes». Pero como en aquello de «ladrón que roba a ladrón», todo es un poco más complicado de lo que parece.
Pero vamos por partes. Todo empieza con un grupo de enmascarados que se mete en el depósito de Brink’s-Mat cerca del aeropuerto inglés de Heathrow, en las afueras de Londres, en noviembre de 1983. Sus intenciones son robar un millón de dólares allí –tienen un contacto adentro–, pero se topan para su sorpresa con una enorme cantidad de lingotes de oro, unos 6.800, por un valor calculado en 26 millones de libras de entonces (Nota: hoy, inflación mediante, serían unos 93 millones de libras o 113 millones de dólares). Si bien la sorpresa es agradable, en el fondo es un problema: un robo de un millón puede pasar desapercibido, pero uno de estas dimensiones no tanto, ya que llamará mucho la atención.
Además, claro, algo habrá que hacer para ingresarlo en el mercado. La serie resuelve el robo muy rápidamente –parece el asalto más simple de la historia– para dar comienzo a la acción a partir de ahí. Dos miembros del llamado Flying Squad, los especialistas de la policía en casos de robo, son los primeros en hacerse cargo de la investigación. Interpretados por Charlotte Spencer y Emun Elliott, Nicki y Tony advierten rápidamente que uno de los que trabajaban en el depósito actuó como informante y logran detener a dos. Pero como el caso es muy grande, pronto le ponen por encima al Detective Brian Boyce (un excelente Hugh Bonneville), quien es el que sabe navegar los distintos y complicados círculos de poder que irán metiendo sus narices durante la investigación.
Es que el universo en el que tanto los ladrones como los investigadores se meten es uno bastante complicado. A tal punto que al final del segundo episodio hace falta que un especialista en este tipo de operaciones de blanqueo de capitales les explique a los propios policías cuáles son los pasos que tienen que seguir, ya que son muchísimos. Simplificando, un tal Kenneth Noye (Jack Lowden) es contactado por los ladrones para ocuparse de transformar esos lingotes en dinero. El hombre, que se dedica al oro, convoca a John Palmer (Tom Cullen), un joyero, para que lo ayude a quitarle a esos lingotes cualquier conexión con el robo, algo que hace, bueno, ya verán cómo…
La operación incluirá vender lo que quedó de esos lingotes en el mercado y luego recoger el dinero y diseminarlo en cuentas bancarias en el exterior, mediante falsas empresas, comprando propiedades y otros «recursos» propios del robo de guante blanco. Para eso se suma Edwyn Cooper (Dominic Cooper, uno de los pocos personajes armados para la ficción), un hombre casado con una mujer del establishment pero de disimulado –desde el acento y la forma de presentarse– origen social más bajo. A él lo ayuda y controla un tal Gordon Parry (ese increíble y aterrador actor que es Sean Harris), miembro de la mafia del «Sur de Londres», que es algo así como la conexión con los ladrones originales, de los cuales solo uno de ellos está en la cárcel.
A lo largo de los primeros tres episodios se desplegará la investigación de una forma más o menos tradicional, siguiendo pistas por el lado de los policías y con los criminales moviendo el dinero de acá para allá de formas a veces inteligentes y en otras, no tanto. Hay una presión mediática fuerte por atraparlos pero, a la vez, algunos miembros del grupo están «protegidos» desde el poder real, uno que no siempre confía en la policía, que tiene fama de corrupta. A la vez, la serie se ocupa de darle a casi todos los personajes una vida personal (madres, padres, esposas, amantes) y los conflictos que esta situación les genera a cada uno.
Al final de ese episodio sucederá algo más violento (real también) que cambiará el curso de las cosas, generando una voracidad mayor por resolver el problema por parte de la policía y un cierto caos alrededor de los estafadores. Pero en cada momento la serie encuentra la manera de manejar una decena de subtramas a la vez, sin que ninguna se sienta superflua, falsa o intrascendente. THE GOLD no tiene un protagonista en un sentido estricto (al principio parece serlo Spencer, luego Lowden y Cullen, más adelante Cooper y finalmente Bonneville), pero todo funciona como una casi perfecta sinfonía de trama, personajes y universos. Una novela en formato audiovisual.
Si digo «casi» es porque hay algún que otro punto flaco. Son demasiados los momentos en los que los personajes tienen la necesidad de expresar los «temas» de la serie (lo estricto del sistema de castas en Gran Bretaña) y en algunos momentos parece haber algún tipo de descuido en lo visual, como si la parte cinematográfica fuera más que nada funcional a la trama. Pero el universo casi scorseseano creado alrededor de este robo –la serie puede ser vista como una mezcla de ese mundo con el de las películas de gángsters y espías británicos– es inagotable. Abre y abre puertas que, en un momento, no sabe si podrá cerrar. Y no lo hace porque el robo en sí no fue totalmente resuelto. Pero para eso vean la serie primero y luego lean todo lo que se escribió o se filmó respecto a este caso célebre en Gran Bretaña.
EL ORO es una delicia, además, como un viaje en el tiempo a un era (1983-1986) que es cercana y lejana a la vez. Las ropas, los peinados, los coches, las máquinas de escribir, la música (ver la banda sonora abajo), la decoración y otros detalles del diseño de producción trasladan al espectador a este mundo que es bastante más gris de lo que podría parecer por los millones en danza. De hecho, para muchos de los criminales el sueño es hacer dinero e irse a vivir a la costa española, cuyas soleadas playas parecen el paraíso comparado con las lluviosas tardes de Kent o del Sur de Londres antes de la gentrificación de los ’90, tema que la serie también toca.
A diferencia de SLOW HORSES –una serie con la que tiene algunos puntos de contacto, además de la actuación de Lowden–, la serie casi no apuesta por el thriller en forma de persecuciones o de actos violentos. Los principales, de hecho, ni se los ven. Este es un drama a lo ZODIACO, uno de persistencia, de obsesión, de atar puntas y encontrar la manera de desarmar un sistema que parece inquebrantable. ¿De quién es el oro? ¿Quién roba a quién? ¿Hasta qué punto el capitalismo no es una codificada serie de operaciones para que siempre los mismos se queden con el dinero? El oro fascina porque no es otra cosa que un mito brillante y enceguecedor que, guardado en las bóvedas de los bancos centrales, es la manifestación más visible de ese poder que todos, de algún modo u otro, ansían.