Series: crítica de «Telemarketers», de Sam Lipman-Stern y Adam Bhala Lough (HBO Max)

Series: crítica de «Telemarketers», de Sam Lipman-Stern y Adam Bhala Lough (HBO Max)

Esta serie documental de tres episodios se centra en dos peculiares amigos, trabajadores de un call center, que dedican 20 años de sus vidas a tratar de probar los delitos que se cometen a partir de los pedidos de donaciones telefónicas. Desde el 2 de octubre, por HBO Max.

Con el paso de las décadas el teléfono fue cambiando su función principal. Es poca la gente hoy que recibe llamados directamente, sin previo aviso o sin saber quién está del otro lado. Y cuando eso sucede hasta las propias compañías te avisan cuando el llamado puede ser algún tipo de fraude. Pese a eso, la industria de la estafa telefónica sigue funcionando y desde muchísimos lados. Lo que TELEMARKETERS investiga, a lo largo de más de dos décadas, es un tipo de estafa que es legal: los pedidos de donaciones para distintos tipos de entidades.

Aquí es más común –o lo era, en una época– que este tipo de «donaciones» se pidieran en persona. Alguien tocaba el timbre de tu casa, especialmente en la época de las fiestas, y pedía dinero para su organización: correos, bomberos o policías solían ser las principales instituciones. Y uno, un poco por solidaridad pero más por miedo a potenciales consecuencias, solía bajar con algún billete y recibir, en el mejor de los casos, algún horrendo calendario que rápidamente iba a la basura o a algún lugar donde nadie lo viera. No digo que aquí no exista este sistema de solicitud telefónica para estas cosas pero habitualmente se ve más de parte de empresas (telefónicas, bancos, etcétera) o directamente de profesionales del delito. Bueno, otro tipo de profesionales del delito.

Es que en los Estados Unidos la industria de la donación es eso: una industria legal. Y en TELEMARKETERS la dupla de investigación más impensada de la historia se carga encima con la tarea de dejarla al desnudo. Es que Sam, codirector de la película, y su amigo y colega Patrick J. Pespas, se conocieron trabajando para CDG, una de las principales agencias de telemarketers, en 2001 y tiempo después decidieron averiguar más sobre cómo se cocinaban allí los negocios y, en lo posible, exponerla. Pero no les es fácil. Por un lado, porque se trata de un mundo cerrado y bastante protegido (ya verán los motivos). Y, por otro, porque no estamos hablando ni de periodistas de investigación clásicos ni de investigadores profesionales.

La «diferencia» de TELEMARKETERS con casi cualquier otro documental de investigación sobre estafas o delitos que pululan por las plataformas de streaming es que este trata tanto de su tema como de las personas que lo investigan, especialmente el tal Pespas. Todo empieza cuando el entonces adolescente Lipman-Stern lleva su camarita de video a CDG y empieza a filmar el día a día de estos call centers que contrataban a todo tipo de personas, sin tener en cuenta antecedentes penales y que, básicamente, los dejaban hacer cualquier cosa mientras cumplieran la cuota de «donantes» para la causa o las causas que promovían en ese momento. Esas escenas, que luego se viralizaron, permiten ver un clima de trabajo caótico, distendido y conocer a una galería de extraños y fascinantes personajes.

Entre ellos, el tal Pespas, un adicto a la heroína y otras drogas duras que, de una manera que parecía milagrosa, podía vender y vender aún cuando estaba en un estado lamentable. Era el Empleado del mes, digamos, pero a la vez era un tipo al borde de la sobredosis permanente. Pero más que eso, se trataba de un tipo simpático, entusiasta y adorable. De a poco, Sam, Patrick y otros compañeros empiezan a acumular dudas sobre qué se hace –donde van a parar, digamos– con los dineros que consiguen llamando a casas particulares, en especial a ancianas más aptas para ser engañadas por tipos como ellos. Movilizados por la culpa quizás, lo cierto es que lo que van descubriendo es un fraude colosal.

No diremos mucho en qué consiste ni sus amplias ramificaciones pero las pueden imaginar: poco o nada del dinero que esas agencias reciben va a parar a las causas o entidades para las que dicen recaudar y, aún cuando va, tampoco es muy seguro que vaya para ayudar a las familias de oficiales heridos o bomberos lastimados. Ya irán viendo cómo funciona esto. Pero lo cierto, a la vez, es que por las conexiones que existen este estas empresas y aquellas instituciones, es muy difícil hacer algo para frenarlas. Si a eso se le suma la necesidad de trabajo –aún investigando ellos cada tanto vuelven a los call centers–, es una tormenta perfecta.

Pero la gracia de TELEMARKETERS no pasa del todo por la estafa sino por la relación entre Sam y Patrick, la historia de ambos que los hace ir y volver a esta investigación a lo largo de 20 años, las caídas en desgracia de Pat y los personajes con los que se cruzan a lo largo de la historia, un catálogo propio para una docena de películas sobre los bajos mundos de los Estados Unidos. En tono de comedia más que cualquier otra cosa, la serie que terminaron produciendo los hermanos Safdie (UNCUT GEMS) y la dupla David Gordon Green-Danny McBride (THE RIGHTEOUS GEMSTONES) tiene mucho del mundo caótico y anárquico de sus «productos». Entren por la trama pero quédense, más que nada, por los personajes. La combinación es irresistible.

Ya en el proceso de investigación, la dupla –en especial Pat– se volverá una suerte de malos imitadores de Michael Moore, investigando cosas y cometiendo decenas de errores. Pat tiene un look curioso y no es un buen entrevistador, por lo que meten mucho más la pata que lo deseado. Pero más allá de sus errores –y de sus dificultades personales– con el paso del tiempo va quedando claro que la billonaria industria del marketing telefónico no solo es una multimillonaria estafa sino que involucra a gente muy pero muy pesada. Al finalizar uno se queda con la impresión de que, quizás, uno de los inventos más importantes de todos estos años haya sido el Identificador de Llamadas. Ya saben, si no conocen el número del que llama, mejor no atiendan.