Estrenos: crítica de «El justiciero: Capítulo Final» («The Equalizer 3»), de Antoine Fuqua
Denzel Washington regresa por tercera (¿y última?) vez a este personaje, quien aquí intenta alejarse de todo y quedarse a vivir tranquilo en Italia, pero no puede hacerlo por la llegada de unos mafiosos. Estreno en cines de Argentina, el 12 de octubre.
Aquella frase de EL PADRINO 3 en la que Michael Corleone se quejaba de tener que volver al ruedo («justo cuando pensaba que estaba afuera, me vuelven a meter adentro», decía) bien podría usarla Robert McCall (Denzel Washington) en esta, la tercera y aparentemente final película de la saga EL JUSTICIERO. La referencia pega en dos lados diferentes. De un modo lateral, porque este film –como buena parte de la saga y, más aún, esa específica película de Francis Ford Coppola– transcurre en el sur de Italia. Y en lo concreto, porque eso es lo que debe sentir McCall al estar allí, en lo que aparenta ser un potencial descanso en plan jubilación de lujo, y tener que volverse a involucrar con gente peligrosa que le hace la vida imposible.
Todo empieza de un modo violento y oscuro, en un viñedo en el que McCall está atrapado luego de liquidar a una serie de traficantes de drogas. El tipo consigue escapar de ellos matando a sus captores violentamente pero, cuando menos se lo espera, recibe de un chico un tiro por la espalda que lo deja maltrecho. Y allí sucede algo muy raro en este tipo de sagas de acción: el protagonista intenta suicidarse. Pero, por suerte, cuando se dispara en la sien descubre que se ha quedado sin balas. Es cierto, McCall parece pensarlo más como un reaseguro ante una eventual captura o tortura que por otro tipo de motivos, pero la escena es llamativa.
Sobrevive, sin embargo, gracias a la ayuda de un médico generoso y amable que sabe que no debe hacer demasiadas preguntas y el policía más bueno de todo el país o quizás del mundo. Pronto McCall se está recuperando en un pintoresco pueblo inventado del sur de Italia llamado Altamonte (la película fue en realidad filmada en la Costa Amalfitana, especialmente en el bellísimo pueblo de Atrani y en el cercano y más conocido Ravello), haciéndose amigo de los vecinos con su mínimo pero en apariencia suficiente manejo del idioma y hasta enamorándose –platónicamente, en apariencia– de la moza de un bar local en la que el hombre no tiene mejor idea que tomar té en lugar de café.
Pero –y aquí viene la cita a Corleone– la recuperación física y la calma del pueblo terminarán de golpe cuando aparezcan unos mafiosos de la Camorra con la violencia que los caracteriza y con la intención de hacer que los ciudadanos respondan a su presión, sea como fuere. Acá los tipos están enredados en asuntos ligados a las drogas o al terrorismo (o a las dos cosas conectadas entre sí) y entran a Altamonte haciendo de las suyas y poniéndose especialmente violentos con aquellos que los desoyen. No tienen idea, claro, que McCall está allí para hacer lo que dice el título de la película.
Así que, tras una violenta escena inicial, y más de media hora de idílicos paseos por pescaderías, restaurantes y hasta playas del sur, volverá la brusca acción y la violencia que caracteriza al protagonista en su particular manera de entender la justicia. Acá McCall requiere la colaboración de la CIA –solo para justificar meter a Dakota Fanning en la trama–, pero en el fondo todo sigue siendo un one man show: no importa el desafío que le planteen, una vez metido en el baile McCall baila. O, mejor dicho, hace bailar a los otros.
Con una buena parte de la película hablada en italiano –de un modo que, a mis oídos al menos, parece bastante natural y creíble, gracias al muy buen elenco local–, THE EQUALIZER 3 es más interesante como crónica del retiro de un violento justiciero que cuando las circunstancias lo llevan a seguir ejerciendo su «profesión». Washington ya no es tan joven y las escenas de peleas o acción son más breves que las de otros films. Van directo al punto. Cruentas, como siempre, pero sin detenerse Fuqua tanto en ellas. Son más bien ráfagas.
Es cierto que eso lo que espera la mayoría de la gente que saca una entrada para ver a Denzel Washington en esta saga –brazos quebrados, cuchillos atravesando rostros y esas cosas–, pero en lo personal yo prefería haberlo visto aprendiendo a cocinar las pastas típicas de la zona (unos buenos scialatielli all’amalfitana, por ejemplo), bebiendo un buen vino o un lemoncello, comiendo una Pezzogna all‘Acqua pazza y dándose cuenta de que ir a un café en Italia y pedirse un tecito es algo así como un sacrilegio.