Estrenos online: crítica de «Llaman a la puerta» («Knock at the Cabin»), de M. Night Shyamalan (HBO Max)
Cuatro misteriosas personas llegan a la casa de vacaciones de una familia, en medio del bosque, con una propuesta tan extraña como violenta. Con Dave Bautista, Ben Aldridge, Rupert Grint y Jonathan Groff.
El recurso temático-estilístico más habitual en la obra del realizador de SEXTO SENTIDO es el de lidiar con temas gigantescos en un formato acotado. La mayoría de sus películas trabajan sobre ideas enormes (el fin del mundo es una de sus favoritas, pero no la única) y casi siempre lo hacen focalizándose en la experiencia concreta de un grupo pequeño de personajes. En ese sentido, la novela THE CABIN AT THE END OF THE WORLD, de Paul Tremblay, parece hecha a medida para él. LLAMAN A LA PUERTA, su adaptación de ese libro, comparte con películas suyas como SEÑALES o EL FIN DE LOS TIEMPOS esa característica simbólica: son pequeños cuentos acerca de todo todo todo.
El asunto comienza con una niña llamada Wen (Kristen Cui) que juega en el parque de la casa en la que está de vacaciones con sus padres, un paraje alejado que parece estar en medio de un bosque. Allí aparece Leonard (Dave Bautista), un hombre amable pero de aspecto algo imponente, que se le acerca y comienza a conversar con ella. La situación parece tornarse algo incómoda por los motivos más obvios, pero las intenciones del grandote nada tienen que ver con eso. Lo que él necesita es comunicarse con sus padres, Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge), para hablar con ellos de un tema importante. De hecho, atrás suyo vienen tres personas más para acompañarlo, todos cargando extrañas armas.
De un modo un tanto caprichoso el potencial contacto entre los que «llaman a la puerta» y los padres de Wen se complica. Ellos temen, no quieren que entren y asumen que serán víctimas de algún tipo de robo o algo parecido. Pero apenas Leonard entra junto a sus acompañantes de modo bastante violento queda claro que los planes del cuarteto invasor no son esos sino otros, más extraños y espeluznantes. Los colegas de Leonard se llaman Sabrina (Nikki Amuka-Bird), Adriane (Abby Quinn) y Redmond (la estrella de la saga HARRY POTTER, Rupert Grint); y todos se presentan ante la familia de la manera más amable que pueden. Finalmente, cuando la situación se calma, le cuentan qué es lo que hacen ahí y lo que tienen para proponerle.
Contar más quizás sería entrar en un terreno de spoilers así que solo diremos que la propuesta es un tanto severa, que está ligada a un evento sobrenatural que podría afectar la vida de todos los humanos del planeta y que, según los invasores, solo la familia de Wen puede, a través de ese acto, detenerla. Pero ellos no están dispuestos a hacerlo, tanto por la brutalidad del hecho en sí como por la un poco delirante idea que lo sostiene. Digamos que el planteo de Leonard y los suyos suena salido de las más absurdas teorías conspirativas, de esas en las que creen solo aquellos que viven metidos en bizarras «madrigueras de conejo» de las redes sociales o en foros de lectores aún más extremos. Pero, ¿qué pasa si es cierto? Ante la duda, ¿qué se hace?
LLAMAN A LA PUERTA tiene algunas de las características visuales que son clásicas del cine de Shyamalan (planos muy cerrados, gente que mira a cámara, algunas composiciones formales bastante inusuales) y, a diferencia de otras, tiene muy buenas actuaciones de parte de sus protagonistas, capaces de darle algo de credibilidad a una serie de propuestas que son, convengamos, una más delirante que la otra. La película funciona muy bien mientras crece la inquietud entre los protagonistas y los espectadores vamos viendo que muchas de las aparentemente absurdas predicciones de los invasores se van dando en el mundo real, al que solo accedemos mediante noticieros que se ven en la televisión.
Sin llegar a ser un film de terror en lo concreto (es más tenso que estrictamente violento), LLAMAN A LA PUERTA juega con miedos más generales ligados al fin de la vida sobre la Tierra, a la vez que se plantea cómo se enfrenta un final de ese tipo. Lateralmente Shyamalan toca el tema de la homofobia, ya que Andrew cree todo el tiempo que hay algo de la invasión ligado a eso. Pero la pregunta final tiene más que ver con la idea de ese «otro», a quien los protagonistas empiezan viendo como el enemigo, desde la sospecha. ¿Es posible que no sea realmente así? ¿Existe algo así como la bondad o el sacrificio personal en una situación tan extrema como esa?
El problema –casi siempre hay algún problema en el cine del realizador de GLASS— tiene que ver con el manejo de la información, por un lado, y con ciertos giros del guión que no solo modifican la lógica del cuento original sino que llevan a la película a un territorio complicado en varios sentidos. Contar los motivos de esa incomodidad sería revelar demasiado acerca del desenlace de la película así que no daré detalles. Pero es muy probable que varios se terminen haciendo las mismas preguntas que me hago yo. Allí ya no se trata de un problema de factura –Shyamalan mantiene la tensión hasta el último momento– sino uno temático, ético, ideológico, que bordea con las ideas de ciertas sectas religiosas. A algunos quizás no les moleste, pero a mí me hizo bajarle algún que otro punto a una película que, hasta ahí, venía bastante bien.