Series: crítica de «Loki – Temporada 2», de Michael Waldron (Disney+)

Series: crítica de «Loki – Temporada 2», de Michael Waldron (Disney+)

La segunda temporada de la serie protagonizada por Tom Hiddleston y Owen Wilson continúa con nuestro antihéroe lidiando con el caos temporal producido al final de la primera. Desde el 6 de octubre por Disney+.

Vi ocho episodios seguidos de LOKI –cuatro de la temporada anterior para ponerme al día y los cuatro que me fueron adelantados para ver de la segunda– y no logro sacarme de encima la sensación de que a esta altura me es imposible saber, la mitad del tiempo, de qué cuernos están hablando. Lo voy a escribir de otra manera: no es que no lo entienda, es que no logro que me produzca ningún tipo de sensación, ni de tensión, ni nervios, ni ansiedad, ni nada. Es como lo que uno aprendió de memoria para un examen (acá sería de física cuántica) y lo que te permite aprobar la materia con lo justo. Como suele pasar con esos exámenes que uno aprende así, todo se olvida al día siguiente.

No es que no sea entretenida LOKI ni que la segunda temporada sea necesariamente mala. El problema es que no me produce absolutamente nada. Insisto: esta es una opinión subjetiva de alguien que nunca fue devoto del Universo Marvel pero que al menos, hasta cierto punto, tenía cierta comprensión de lo que sucedía. Desde que el llamado «multiverso» se habilitó mi sensación es que eso fue como abrir uno de esos cuartos en los que una familia guarda miles de objetos durante años. Uno mira el caos, ve que hay algunas cosas valiosas en el medio, pero es tanto el desmadre que prefiere cerrar la puerta y que otro se ocupe.

Si el mundo de los cómics y de sus adaptaciones al cine se caracterizaban por su falta de «gravedad» –en el sentido de que nadie realmente muere, nada realmente duele y todos puede volver a aparecer como si nada hubiese sucedido–, con la llegada de las líneas de tiempo en paralelo –en las que un mismo personaje puede vivir varias vidas con distintas formas en función de determinados hechos y circunstancias– todo se torna aún más inasible, inabordable. La falta de «gravedad» ahí se duplica: no hay arriba ni abajo ni antes ni después ni ninguna otra forma espacio-temporal conocida. Y eso, que puede ser fascinante como objeto de estudio, cinematográficamente transforma todo en algo sin ningún tipo de sustancia. Sin causas y consecuencias es muy difícil que exista algún tipo de drama.

Más allá de esos reparos, si se quiere, filosóficos (o metafísicos), en su segunda temporada LOKI tiene que lidiar con el cataclismo causado al final de la primera (los que saben de que hablo, bien; los que no, prefiero no spoilear nada), por lo que gran parte de la acción tiene lugar en la llamada TVA (Time Variance Authority, o ATV en su versión castellana), la misteriosa organización que regula y controla las distintas líneas de tiempo, purgando las que se complican y protegiendo la que llaman «Sagrada» o principal. Tras la destrucción de ese orden de prioridades, al regresar el hombre se encuentra con que el lugar no es como antes era, que sus conocidos (el Mobius de Owen Wilson, entre otros) no lo conocen siquiera y que pasaron cosas al alterar el manejo de los timelines que lo cambiaron todo. Creo.

Digamos, simplificando, que para restaurar todo o, al menos, reorganizarlo, hay que volver a viajar en el tiempo para reencontrarse con personajes conocidos pero en otras circunstancias. Como el clásico problema de «el huevo y la gallina» que complica el tema de los viajes temporales, acá nos topamos con que el futuro puede crear el pasado. O algo así, porque en realidad todo parece indicar que el tiempo tal como lo conocemos es un concepto demasiado lineal. Habrá nuevos personajes –como el ganador del Oscar Ke Huy Quan que interpreta a un célebre y oscuro empleado de la TVA, algo así como el autor de los manuales que la hacen funcionar– y volverán casi todos los de la primera temporada. Sí, incluyendo uno que en una línea temporal supuestamente murió y que en la vida real está, digamos, metido en algunos problemas personales.

Si hay un tema que organiza LOKI es la discusión que nuestro «Dios del Engaño» (Tom Hiddleston, que cada vez se parece menos al Loki que conocimos y más a un actor que no sabe bien en qué puerta queda el baño) tiene con su «variante», Sylvie (Sophia Di Martino), entre algo así como la libertad y el control. Las diferencias quedan claras al final de la primera temporada y se sostienen aquí: ella aboga por la libertad de las distintas líneas de tiempo (al controlarlas, la TVA elimina variantes a lo bestia, que es algo así como matar gente o eso supongo) mientras que Loki, habiendo visto lo caótico que eso puede ser (resumiendo: Kang), ha pasado a entender la necesidad de que exista la TVA con sus controles. Quizás no del modo que los aplican, pero sí de algún tipo de orden y organización.

Así que la segunda temporada los encontrará a todos tratando de resolver problemas temporales, metafísicos y prácticos con el objetivo de que la TVA no sea destruida por algo así como el caos que todas esas líneas temporales paralelas generan vaya a saber uno cómo, dónde y por qué. Lo cierto es que, si no hacen nada, todo empeorará. Y encima hay un par de personas allí que les juegan en contra, complicándolo más todo.

Relativamente entretenida pese a lo incomprensible (o intrascendentes) que me resultan cada uno de los problemas que tienen que resolver o los diálogos en los que los explican, LOKI es como la serie funcional y amigable de Marvel que intenta explicar también a los espectadores en qué consiste el mundo en el que están parados. No en la propia serie sino en todo el MCU. Algo así como la guía, el folleto o el prospecto de este medicamento alucinógeno que ya no es cinematográfico sino algo así como una convención científica –o una religión muy elaborada, tipo Cientología– que requiere de mucho estudio para poder, quizás, disfrutarla.