Series: crítica de «Nada», de Mariano Cohn y Gastón Duprat (Star+)

Series: crítica de «Nada», de Mariano Cohn y Gastón Duprat (Star+)

La serie protagonizada por Luis Brandoni trata sobre un crítico gastronómico que entra en crisis cuando muere su mucama y cocinera de toda la vida. Con la actuación especial de Robert De Niro. Disponible en Star+.

El crítico (perdón por el uso de la palabra) Andrew Sarris, al escribir sobre QUE BELLO ES VIVIR!, la clásica película de Frank Capra, la definió como «uno de los relatos más profundamente pesimistas sobre la existencia humana que jamás haya alcanzado una popularidad duradera». Ese relato, hoy considerado de espíritu navideño, terminó siendo visto como un film esperanzador, básicamente, por sus minutos finales. Pero a lo largo del 80 por ciento de su metraje o más, es en realidad un film oscuro, áspero, centrado en una variada serie de miserias e infortunios que atraviesa el protagonista a lo largo de su vida.

NADA no tiene demasiado que ver con el film de Capra en lo estético o narrativo, pero sí comparten una similar idea engañosa: la de que se trata de una serie amable, humana, tierna y generosa para con su protagonista, un huraño, snob, seco y bastante desagradable crítico gastronómico al que (spoiler alert, aunque es obvio desde el primer episodio) de algún modo redime su relación con Antonia (Majo Cabrera), una mucama paraguaya que contrata para reemplazar a Celsa (María Rosa Fugazot), su ayudante de toda la vida que muere de forma súbita al final del primer episodio.

Manuel Tamayo Prats (Luis Brandoni en una interpretación a lo Luis Brandoni) es, sí, bastante pedante y snob con sus gustos y opiniones sobre la comida en general, sobre la manera de comer de los argentinos, sobre el mundo editorial, sobre el arte, sobre la gente que lo rodea e, inicialmente, sobre la chica paraguaya que no tiene los «conocimientos» para servirlo como él cree que se merece. Es decir: no sabe limpiar los vidrios igual que la anterior mucama, ni lavar la vajilla como corresponde, no tiene registro de conducir y otros impedimentos que no la convierten en una seria candidata a ser su reemplazo. Pero, finalmente, prueba un plato simple que ella cocina y, antes que uno pueda decir «Ratatouille», la termina contratando.

Su placer máximo –bah, nunca parece experimentar placer alguno– es ir a restaurantes caros, comer sin pagar y luego destrozarlos públicamente (no queda claro si lo hace en algún medio, porque dice no estar trabajando, aunque todos leen sus críticas) con términos bastante virulentos. Aprecia el buen comer, sabe mucho del tema, pero no cocina sino que pone esa responsabilidad en las mujeres que trabajan con él y en los restaurantes a los que va… de garrón. Tiene un contrato para escribir un libro, pero no lo hace. Y se está quedando sin dinero por lo que tiene que vender los pocos cuadros familiares que le quedan.

Es dueño, además, de una enorme misantropía que lo lleva a pelearse, tras una discusión política, con su amigo Ignacio Virasoro (Enrique Piñeyro, personaje adecuado para este mundillo si bien acá interpreta a un dealer de arte y no a un dueño de restaurantes, como lo es en la vida real), agredir a un adolescente que tiene un discurso progre medio aprendido de memoria o ser agresivo casi con cualquiera que se le cruce en la vida, de cajeras de supermercado a taxistas y colectiveros.

Es cierto que la presencia de Antonia logra sacarle al menos un poco ese fastidio y desprecio por casi todo, pero como sucede en la mayoría de estas narraciones, lo que la gente recordará y volverá meme son las puteadas y los comentarios más virulentos del personaje, que por un lado es moderno (al menos en sus gustos alimenticios) y por otro, recalcitrante. Mi impresión es que su «cambio», su humanización, quedará como un dato menor, uno que encima se embarra con un comentario que hace sobre el final que pone en discusión no solo el sentido de su profesión sino el de la crítica en general.

Un párrafo aparte merece obviamente la presencia de Robert De Niro interpretando a Vincent Parisi, un periodista famoso que es un viejo amigo de Manuel. Es realmente simpático escucharlo traduciendo al inglés términos muy locales, probando distintas facturas, comiendo un bife de chorizo a caballo en una reconocida parrilla de la zona del Once, tomando mate o hablando de chimichurri. Su presencia excede de hecho el anunciado quinto y último episodio, ya que el mítico actor presenta cada uno de ellos –traduciendo al inglés términos del lunfardo local– y comenta a cámara cosas de su relación con Manuel, con el que se comunica un poco en italiano y un poco en spanglish.

NADA –un título que hace referencia al nombre del libro que Manuel escribirá, que es también una manera en la que él se autodefine y un tiro por elevación a la idea de la crítica como profesión– es una serie menor, una versión ligeramente disneyficada del mundo habitual de la dupla Cohn-Duprat. Pero verlo a De Niro comiendo un cañoncito de dulce de leche o poniendo cara de asquito mientras toma un mate amargo tiene su innegable gracia. Si hay un motivo para verla, es ese. El resto, es lo mismo que, ejem, nada.