Estrenos online: crítica de «Enferma de mí» («Sick of Myself»), de Kristoffer Borgli (MUBI)

Estrenos online: crítica de «Enferma de mí» («Sick of Myself»), de Kristoffer Borgli (MUBI)

En esta comedia satírica, una mujer se autogenera una enfermedad en la piel para llamar la atención de su novio exitoso, primero, y de todo el mundo después. Estreno de MUBI.

Ironizar sobre comportamientos extremos ligados a la presión social, a la búsqueda de fama, prestigio o algo externo que “ponga en valor” la vida una persona puede parecer una humorada simpática, que se presta a la sátira. Pero eso, que puede funcionar más o menos bien en un sketch televisivo de breve duración, se vuelve más complicado de plasmar en una película, en la que el espectador se ve obligado a convivir por un largo tiempo con personajes narcisistas, desagradables, crueles y, convengamos, bastante idiotas. Ese humor –el “reírse de”– tiene un límite y, si no hay algún tipo de comprensión o mínima empatía con lo que a esa persona le pasa, hay un momento en el que ya no importa mucho nada.

Eso le pasa al noruego Borgli en su segunda película, SICK OF MYSELF, de un modo parecido a lo que sucede en el cine de colegas escandinavos como Ruben Östlund o la escuela de la crueldad danesa iniciada por Lars Von Trier y continuada por muchos otros. Sin hablar casi nada de las redes sociales, curiosamente, ENFERMA DE MI es de todos modos una crítica de la cultura contemporánea que pone todo en la exposición pública, en la necesidad de ser reconocidos por la mayor cantidad de gente posible (y, si las familias, parejas y amigos los aguantan, también) y en el narcisismo en un grado, literalmente, enfermizo y enfermante.

Cuando conocemos a Signe (Kristine Kujath Thorp) ella está muy celosa de su novio Thomas (Eirik Sæther), un artista bastante “chanta” que roba muebles, los rompe, los pone patas para arriba y los llama “arte”. El tipo se va volviendo famoso, sale en las tapas de las revistas de moda y ella –que no tiene relación con su padre, tiene pocas amigas y trabaja de camarera en un bar– queda opacada, a un costado. Nadie le presta atención. Ni Thomas, que es un idiota importante pendiente de sí mismo todo el tiempo.

Un día Signe descubre de casualidad una manera de ser el centro de la escena. En su café un perro muerde en el cuello a una mujer, ella la ayuda y evita que siga perdiendo sangre. Se vuelve un héroe local y regresa a su casa orgullosa, bañada en sangre, esperando que su novio se fije en ella. Pero no. El tipo sigue en la suya. A la chica no le queda otra que empezar a subir la apuesta. En una cena en la que nadie le presta atención miente una alergia y luego empieza a fingir ataques adelante de los comensales. Todos se ocupan de ella, menos Thomas. Es que a un farsante es difícil que la engañe otro.

Lo que realmente cambia su vida es una decisión drástica y a todas luces absurda. Signe lee en una revista sobre los problemas en la piel que causó un medicamento ruso, compra ilegalmente decenas de cajas y empieza a tomarlas. Primero una, luego varias y, al ver que nada pasa, vaciar frascos enteros. La pastilla la dopa pero un día se levanta feliz porque la piel de su cara y de parte de su cuerpo ha explotado de un modo horrible. La internan, se ocupan de ella y cree ser feliz. Deforme y dolorida, ahora todos –hasta Thomas– le prestan atención. Pero ese camino tiene solo una salida: para adelante, levantando la apuesta más y más. 

Ni Signe ni Thomas son personajes muy amables ni simpáticos apenas uno los conoce y solo van acrecentando esa imagen con el paso de los minutos, volviéndose casi intolerable “convivir” con ellos cinematográficamente. Es que Signe se vuelve una figura exitosa y es Thomas quien no lo tolera. Y así, sucesivamente. Borgli incluye muchas escenas oníricas en las que la chica sueña que se convierte en una celebridad –lo será, pero no tanto como lo imagina– para pronto devolverla a la realidad, mucho más cruda y difícil. Es que la enfermedad no solo afecta la piel sino que bastante más que eso. Y la chica no se fijó en esas consecuencias.

En el fondo de todo hay una sátira sobre los fans del arte, sobre los que consumen vidas de personajes extraños y, quizás la más ácida de todas las críticas, sea una ligada a la cultura de la victimización. Signe, en cierto momento, logra convertirse en una  fugaz estrella mediática por su deformidad física. Y es así que termina comprando un discurso de persona doliente para programas de TV y marcas que se “apiadan” de su situación para explotarla comercialmente. Ninguno de ellos sabe que, en realidad, su dolencia fue autogenerada con esos fines. 

De todas las crueles ironías que maneja Borgli a lo largo del descenso a los infiernos de sus protagonistas, quizás esa sea la única que da en el blanco, ya que hay algo en la cultura contemporánea que se juega por ahí. Pero no alcanza con eso para transformar a SICK OF MYSELF en una buena película. Sigue siendo una experiencia bastante desagradable en la que no asoma ni por un segundo algo parecido a la empatía. Peor. Cuando da la impresión que algo parecido a eso llegará, será aplastada por otra cruel broma del destino. Bah, del guión.