Festival de Mar del Plata 2023: crítica de «Evil Does Not Exist», de Ryûsuke Hamaguchi

Festival de Mar del Plata 2023: crítica de «Evil Does Not Exist», de Ryûsuke Hamaguchi

por - cine, Críticas, Festivales
11 Nov, 2023 10:26 | Sin comentarios

Una empresa quiere hacer un emprendimiento turístico en una tranquila comunidad rural en las afueras de Tokio generando un conflicto en esta mezcla de drama y thriller del director de «Drive My Car».

Entre la luz y la oscuridad funciona el universo de EVIL DOES NOT EXIST, la nueva película del realizador japonés de DRIVE MY CAR, Ryûsuke Hamaguchi, un relato extraño, que pasa de lo calmo a lo indescifrable y de lo cálido a lo perturbador sin que casi nos demos cuenta de las transiciones. Su primera mitad, de características más observacionales, podría dar a entender que estamos ante un retrato poético de una comunidad rural japonesa que trata de mantenerse alejada de las contaminaciones de la cercana Tokio. En la segunda, ante la potencial llegada del “progreso”, la tranquilidad se empieza a perder, pero no necesariamente de la manera en la que uno lo espera.

Hamaguchi comenzó EVIL… como un proyecto multimedia armado a partir de imágenes suyas y composiciones musicales de Eiko Ishibashi. Y eso queda en evidencia en sus primeros ocho minutos, que toman la forma de una intro orquestal con planos desde abajo mostrando las copas de los árboles moviéndose al viento. De a poco aparecen los escenarios y sus habitantes. El que organiza la primera parte, desde su actividad cotidiana, es Takumi (Hitoshi Omika, asistente de dirección de Hamaguchi haciendo su debut actoral), a quien vemos por un rato hachar leña con una precisión extraordinaria –es un plano secuencia sin un fallo–, recoger agua de un manantial de la zona, ponerla en botellones y llevarla a un restaurante local donde la usan para cocinar –los platos, dirán luego, saben mucho mejor con esa agua– e ir luego a buscar a su hija al colegio, al que suele llegar tarde.

Takumi vive solo con Hana (Ryo Nishikawa), una niña de ocho años que es bastante aventurera y se manda sola de regreso a casa sin esperar a su padre. Todo parece funcionar con la calma perfección de un pueblo chico que adora sus rutinas, pero hay evidencias de que algo está por cambiar. Algunas, más sutiles –tiros lejanos de cazadores furtivos a los ciervos que andan por la zona– y otras, más directas, que aparecen cuando nos enteramos de que una corporación está planeando comprar un gran terreno allí para instalar un complejo de “glamping” –una suerte de camping de lujo, con cuartos que están a mitad de camino entre cabañas y carpas, como es el caso de este lugar, ubicado en las afueras de Villa Gesell– que cambiaría por completo el ecosistema del lugar.

El conflicto se pone en evidencia en una reunión informativa entre dos representantes de la empresa y la gente del lugar, que toma la forma casi de asamblea en tiempo real. Allí, luego de mostrar su poco preparado proyecto –por motivos que se explicarán allí debieron apurarlo–, los vendedores oirán los reclamos de los locales que les dicen que se contaminará el agua por el tanque, que el ecosistema se romperá por la llegada masiva de turistas, que se interrumpirá el camino de los ciervos y toda la polución que un emprendimiento así traería. Ellos tratan de explicar los beneficios económicos de la llegada del glamping, pero nadie parece convencido.

Allí la película cambiará de punto de vista y seguirá a Mayuzumi (Ayaka Shibutani) y Takahashi (Ryuji Kosaka), los dos vendedores, a quienes conocemos más y entendemos en sus contradicciones mientras viajan en auto. Saben que no están preparados y que quizás los locales tengan razón, pero de todos modos, especialmente Takahashi, harán lo posible por seguir presionando. Y es ahí cuando van a visitar a Takumi, con uno de esos regalos que suenan a sutil intento de corrupción. Takumi los invitará a seguirlo en su tarea cotidiana y allí las cosas empezarán a ponerse más raras, tensas y oscuras. No solo entre ellos sino con otros personajes y hasta con el propio ecosistema, que parece rebelarse ante la aparición de estas figuras extrañas. El final confundirá a muchos, fascinará a algunos y fastidiará a varios. Yo me cuento entre los primeros. Me intriga, pero no me convence del todo.

Si todo esto suena a eco-thriller tradicional, no lo es. Lejos está el director de ASAKO I & II de plantear oposiciones simples y sencillas, ya que hay zonas grises y extrañas en todas partes. Takahashi puede parecer el típico empresario urbano que quiere explotar tierras vírgenes, pero en realidad es más complicado que eso. Y lo mismo pasa con Takumi, que quizás no sea solamente ese sacrificado leñador y abnegado padre de una simpática niña. Pero más allá de las complejas caracterizaciones y de ciertas sorpresas narrativas, lo que más separa a EVIL DOES NOT EXIST –título que parece usado de forma irónica pero acaso no sea así– de los modos convencionales de un drama sobre “malvados empresarios urbanos hostigando a una comunidad rural” sea su exquisito planteo formal.

Hamaguchi no tiene apuro ni pone al espectador ante la expectativa de un thriller o de una película de tensión y suspenso. Contemplativo, con usos bruscos de la música y con imágenes –de ciervos, del agua, del recorrido diario de Takumi, incluyendo sus decenas de hachazos– que van más por el lado del retrato que otra cosa, el realizador va de todos modos integrando esos elementos dispersos en un formato un poco más cercano al género. Yendo a Chejov, una influencia en la obra del realizador japonés, como quedó claro en DRIVE MY CAR, acá podemos estar siguiendo un aparentemente inofensivo drama interpersonal, pero cualquier elemento circundante puede terminar siendo ese “arma” que transforme un retrato en un thriller. El conflicto está, los personajes también. Y la naturaleza saca sus propias conclusiones.