Festival de Mar del Plata 2023: crítica de «Las almas», de Laura Basombrío

Los documentales de observación de personajes, como subgénero de mucha producción reciente, tienen distintas características y recursos formales. Uno de ellos, poco utilizado pero usualmente efectivo, tiene que ver con enfocar la cámara más en el mundo que rodea a esos personajes que en su presencia física en sí. 

Son películas que encuentran la cotidianeidad en el ambiente, en los escenarios y en los lugares, por lo que los testimonios –en el caso de LAS ALMAS, de manera muy pronunciada– quedan convertidos en literales y poéticas voces en off que se potencian con las imágenes. La cosmovisión es, en definitiva, el eje de la historia.

Así, LAS ALMAS se puede ver como el retrato de Estela Quispe, una mujer con una complicada historia familiar que incluye violencias de todo tipo, pero también como el de la comunidad Tolar Grande, ubicada a 3.500 metros de altura en la provincia Salta, un lugar con sus costumbres, tradiciones, personajes y profunda religiosidad. 

Pero desde la puesta en escena, Laura Basombrío –con la colaboración de su DF Marcos Rostagno y también gracias a la música de Lucas Page– parece apostar a una visión, si se quiere, un tanto más cósmica, etérea. Algo así como un humanismo conectado con la esencia misma de la Tierra y con la memoria de los antepasados.

De una belleza imponente –por momentos, quizás, un tanto excesiva y preciosista, pero aún así fabulosa–, la película se presenta más como un texto poético de 78 minutos en el que se entrecruzan varias líneas temáticas y diversos personajes, aunque siempre con la presencia regidora –y la susurrada voz– de Quispe, una mujer que parece cargar con las amarguras y sufrimientos de su propia historia y de la que la precede, pero que también enfrenta al futuro desde un lugar de entereza y dignidad.