Festival de Mar del Plata 2023: críticas breves

Festival de Mar del Plata 2023: críticas breves

por - cine, Críticas, Festivales
04 Nov, 2023 01:49 | Sin comentarios

En este post, que se irá renovando constantemente, iré subiendo críticas breves de las distintas competencias y secciones del Festival de Mar del Plata en tanto vayan teniendo sus respectivos estrenos, en muchos casos mundiales.

En este post, que se irá renovando constantemente, iré subiendo críticas breves de las distintas competencias y secciones del Festival de Mar del Plata en tanto vayan teniendo sus respectivos estrenos, en muchos casos mundiales. En la mayor parte de los casos –no todos– serán películas argentinas que más adelante tendrán estreno comercial en el país. Sin más preámbulos, las críticas.


MIMANG, de Kim Taeyang (Competencia Internacional) Esta opera prima coreana podría describirse como una mezcla entre la trilogía ANTES DEL AMANECER con los juegos temporales o de la memoria de las películas de Hong Sangsoo. Y si bien sería una descripción acertada de esta cálida e inteligente película, a la vez son comparaciones que le quedan un poco grandes, más que nada por cierta fragilidad de la estructura que la vuelve enredada de una manera en que la hace perder un poco de efectividad.

Visualmente bella, la película se organiza en función de distintos encuentros entre los dos protagonistas. No queda claro el tiempo que pasa entre una y otra vez –la película se rodó a lo largo de cuatro años– y por momentos se hace difícil saber, por diversos motivos ligados a sus respectivos pasados, si son las mismas personas u otras, pero lo que cuenta el film es lo que pasa durante esos reencuentros en los que uno se pone al día con la vida del otro, recorren una ciudad que cambia todo el tiempo, discuten su arquitectura, hablan de cine y de su siempre entrecortada relación.

Ella se dedica a dar conferencias de cine, él se convierte en artista plástico; cada uno tiene su propia vida, y los encuentros se dan ante situaciones casuales (la primera vez se encuentran en la calle; ya se conocían de antes) o ante cuestiones específicas como una charla de cine o un funeral. El otro eje que aparece en la película tiene que ver con la memoria, con la dificultad de recordar el pasado y en cómo la ciudad de Seúl va cambiando, montándose sobre su propia historia y haciendo que esa historia se altere o tergiverse, algo que se referencia también en los monumentos urbanos.

Una cierta inconsistencia narrativa impide que uno puede meterse del todo en las experiencias más directamente emocionales de los protagonistas –uno de los encuentros ella lo tiene con otro hombre, lo que resulta confuso–, pero más allá de esas cuestiones que fuerzan al espectador a tratar de entender qué está pasando (la película usa carteles que separan las escenas en el tiempo en relación a distintos significados de la palabra “mimang” en coreano), Kim presenta un mundo y unos personajes que se conectan y desconectan, que aparecen y desaparecen de las vidas de otros, y que fundamentalmente cambian hasta tornarse irreconocibles. Como la ciudad que recorren.


LA GRUTA CONTINUA, de Julián D’Angiolillo (Competencia Argentina)

Con películas como HACERME FERIANTE y CUERPO DE LETRA –además de varias obras audiovisuales e instalaciones–, D’Angiolillo es uno de los nombres más interesantes dentro del panorama del documental argentino, alguien que indaga tanto en las formas como en los lugares en los que pone su cámara, a modo de explorador de submundos específicos como lo hizo con los feriantes de La Salada o los autores de graffiti callejero. Aquí, el realizador sale del país y se convierte en un explorador más de los que investigan y se meten en las grutas. Esa exploración lo llevan a dos escenarios que son los que se muestran acá: Italia y Cuba.

En los distintos lugares de Italia que se ven a lo largo de la película, LA GRUTA CONTINUA –casi que se la puede leer como “continua”  y como “continúa” a  la vez– mete la cámara y presta atención a los comentarios de los espeleólogos que buscan, encuentran, analizan y estudian en detalle diversos tipos de grutas. El carácter exploratorio es geológico pero también ecológico y humanista, plantado también en trabajar sobre un futuro en el que la escasez de agua es una realidad más que posible. 

Si bien la película abraza ese lado más realista e histórico –por el lado cubano la cámara se meterá en grutas en las que se ocultaba el Che Guevara y otros combatientes de la Revolución Cubana–, en otros momentos lo que D’Angiolillo hace es husmear con su cámara como si fuera un explorador más, metiéndose en profundidades en las que el aire, los sonidos y el calor parecen tener algo así como vida propia, algo que lleva a que todo sea estudiado en detalle por los expertos.

La película retrata las exploraciones, habla de su importancia, y muestra, con imágenes digitales, las formas de las grutas, pero más que nada se la siente como un retrato de una comunidad, una especie de familia de varias generaciones que han dedicado sus vidas a explorar las profundidades de la Tierra. Allí abajo, dicen, la vida es más lenta, más tranquila y no existen las contaminaciones (sonoras, visuales) que tornan más y más difícil la vida sobre la superficie. Las grutas funcionan como un refugio para un presente violento y también como resguardo para un futuro que se adivina muy complicado.


KINRA, de Marco Panatonic (Competencia Internacional) Entre la rareza y el hallazgo, esta opera prima peruana es una sorpresa dentro del panorama latinoamericano y del festival en sí. Se trata de un retrato de tipo observacional, de poco más de dos horas y media de duración, centrado más que nada en las experiencias de Atoqcha, un joven que vive en la ciudad de Cusco y va y viene entre las hostiles zonas urbanas y las igualmente arduas experiencias laborales en la zona en la que vive su madre, una mujer intensa y con sus problemas, que trabaja en el campo, en su tierra natal.

En la ciudad, Atoqcha busca un lugar donde vivir, hace cursos, trabaja, estudia, se encuentra con su amigo Richar, se van de fiesta y se emborrachan. Pero la película no se construye casi nunca siguiendo una trama lineal. Es, más que nada, un retrato de experiencias, de similar manera a la que Pedro Costa, Lav Díaz o, más cerca, el boliviano Kiro Russo podrían hacerlo. De planos cuidados pero no necesariamente ostentosos, hablada casi siempre en quechua –o en otros idiomas de los pueblos originarios de la zona–, KINRA es una experiencia que no llega a situarse del todo dentro de eso que se conoce como “cine contemplativo” pero que toma algunos de sus recursos y modos.

Sin ser del todo documental, la película de Panatonic captura ese espíritu, dando la impresión de que la cámara observa cuidadosamente situaciones que existen, en muchos casos, en la vida real. Quizás no sea del todo así, pero el efecto es muy logrado, especialmente por la manera casual y lateral en la que se desarrollan los diálogos. Más allá de una extensión que, entendiblemente, puede resultar un tanto ardua para algunos espectadores, KINRA ofrece una inmersión vital, cultural y cinematográfica en la vida de un joven, su familia y las experiencias de su pueblo, originario de esa tierra y muchas veces marginado.


DUETO, de Edgardo Cozarinsky y Rafael Ferro (Autores y Autoras) En este documental con algo de diario personal y ensayo cinematográfico, el veterano realizador y escritor argentino tiene varios encuentros y conversaciones con el actor, con el que empezó a trabajar en RONDA NOCTURNA, a principios de los 2000 y luego dirigió en una obra de teatro, SQUASH, que se basaba en la aventurera vida juvenil de Ferro. Más allá de una pelea –que da para la mejor y más emotiva escena de la película–, son amigos desde entonces, compinches, compañeros de aventuras, viajes a festivales y amantes de la milonga.

A lo largo de este breve film dividido en viñetas y capítulos, algunos más centrados en conversaciones directas y otros un tanto más lúdicos o visualmente experimentales (estos son los que menos funcionan), DUETO va mostrando la relación entre estos dos personajes que se reconocen a sí mismos como muy distintos –el deportista y aventurero Ferro frente a alguien intelectual y más tímido, que es como Cozarinsky se define a si mismo–, pero que comparten gustos, la pasión por la lectura, la escritura y el cine, y tratan de poner en palabras e imágenes una historia de amistad y «platónico enamoramiento» que los identifica. En su modesta pero muy sincera búsqueda, la película entre ambos no es otra cosa que una celebración de esa amorosa relación, que ahora se extiende a la dirección cinematográfica.


EL POLVO, de Nicolás Torchinsky (Competencia Estados Alterados) Documental de observación, de registro de momentos y captura de sensaciones, EL POLVO pone en el centro el trabajo de los familiares y amigos de July Romero, una mujer trans que falleció en 2016 a los 62 años, en «vaciar» lo que parece ser la casa en la que vivió, tomando objetos, comentándolos, viendo videos suyos, charlando entre ellos o por teléfono con personas que la conocieron, en la vida real o… en sueños. Torchinsky prácticamente no muestra los rostros de los que recogen las cosas, miran cuadernos, leen revistas y conversan: es un film de manos, objetos y planos cortos que pone todo el peso en el detalle, que es lo que va develando más y más la historia de la invisible protagonista del film.

July –a quien se puede ver en esta entrevista que le dio a Franco Torchia hecha poco tiempo antes de morir– tuvo una historia de vida complicada, con sus vaivenes y vueltas, sus mínimos sucesos en el espectáculo, su viaje a Brasil, su amor por la música de ese país, su paso por la cárcel (donde conoció a Lula, según se cuenta), sus romances y sus problemas con el tema del cambio de sexo. A tal punto que algunos de los que hablan en la película se refieren a ella como Julio.

A través de esos retazos de vida, el director de LA NOSTALGIA DEL CENTAURO logra componer, un tanto forzadamente, un retrato del personaje casi a modo de fantasma, escapándole a cualquier tipo de biografía típica con testimonios de gente que la conoció. Una simpática escena, que poco tiene que ver con la trama general, seguramente despertará risas en el público. Como dato: tiene que ver con una cámara que filma la lluvia y con la discusión que se escucha por detrás.


LAGUNAS, de Federico Cardone (Competencia Argentina) Tres películas en una parecen coexistir en este documental mendocino. Uno de ellos se centra en la investigación en un pueblo del desierto de Lavalle acerca de los orígenes de la lengua huarpe. Otro, que conecta con ese pero queda trunco por circunstancias dramáticas de la realidad, tiene que ver con el viaje de la escritora Liliana Bodoc a la zona, donde se la ve por lo general hablando con alumnos de una escuela. Y la tercera pata del film tiene algo de carácter autobiográfico del realizador, que conecta el mundo que observa con su propia vida y su infancia ligada al cine.

Se trata de una película interesante en su búsqueda temática pero que me resultó muy confusa y desordenada en su forma, ya que no parece tener nunca claro su eje ni hacia dónde va. La muerte de Bodoc, en medio del rodaje, seguramente obligó a reformular la propuesta, pero mi sensación es que lo que LAGUNAS termina presentando no cierra del todo, tiene algo de patchwork que toca sin profundizar demasiado en ninguno de sus ejes. Una lástima porque el mundo sobre el que trabaja requería, quizás, más tiempo para ser trabajado en lo formal y organizado en lo narrativo.


SEAGRASS, de Meredith Hama-Brown (Competencia Internacional) Este drama canadiense se centra en las experiencias de una familia racialmente mixta –la mujer es de origen japonés, él es anglosajón— que, en la década del ‘90, viaja a una suerte de retiro para matrimonios en problemas con el objetivo de trabajar allí, a modo de terapia grupal, sus conflictos. Es un retiro en el que también están los hijos de las diversas parejas que están allí, lo cual es un dato un tanto curioso pero que permite otro ángulo para observar los acontecimientos que se irán dando.

El problema de Judith (Ally Maki, protagonista de SHORTCOMINGS, también en el festival) y su marido Steve (Luke Roberts), especialmente desde la muerte de la madre de ella, es que no parecen entenderse en nada, ni en la relación con las niñas ni en la vida cotidiana ni el la sexual. Esa amplia distancia –que con el correr de los minutos se amplía, básicamente, porque Steve es bastante impresentable– se vuelve aún más grande durante los días que pasan allí.

Mientras las chicas lidian con otras de su edad –que resultan ser bastante racistas– y pasan al acto de un modo un tanto intenso al ser testigos de las peleas de sus padres, Judith y Steve se llevan cada vez peor. Tampoco ayuda mucho que la pareja con la que más hablan allí los dos sea también racialmente mixta pero de un modo inverso (él es de origen japonés y ella, no) y Judith se sienta mucho más cómoda y a gusto con él que con su marido.

Hay un drama matrimonial potencialmente interesante en una película que dura mucho más de lo que debería (se acerca a las dos horas) y que intenta retratar momentos en la vida de esta familia en disolución sin llegar del todo a transmitir cómo es que esa pareja llegó a estar junta para empezar. La directora observa a cada uno de los cuatro, en especial el devenir de las niñas, pero no logra ir demasiado lejos en su recorrido.

Todo lleva a lugares previsibles y, salvo algunos momentos tocantes y dolorosos ligados a la tensión familiar o a momentos de indisimulado racismo, el drama se va dispersando y la fuerza del film decrece en cuanto más conocemos a los personajes. Es claro que Judith –una mujer sensible e inteligente– no tiene nada que hacer con Steve, que solo ve deportes por la tele y está en su propio planeta. Y eso lo adivinamos a los 10 minutos de los 120 que dura la película.