Series: crítica de «Caballos lentos – Temporada 3» («Slow Horses»), de Will Smith y Saul Metzstein  (Apple TV+)

Series: crítica de «Caballos lentos – Temporada 3» («Slow Horses»), de Will Smith y Saul Metzstein (Apple TV+)

En su tercera temporada, la serie encuentra a su equipo de espías tratando de encontrar a uno de los suyos, que ha sido misteriosamente secuestrado. Con Gary Oldman, Jack Lowden y Kristin Scott-Thomas. Los dos primeros episodios, disponibles desde el 29 de noviembre en Apple TV+.

Pocas series logran mantener el nivel durante tres temporadas sin caer nunca, o casi nunca, en algún pozo creativo. El caso de SLOW HORSES es casi milagroso, ya que pertenece a esa rara categoría de serie de género que cuenta un caso diferente cada temporada y siempre encuentra maneras de sorprender. Y así y todo, su trama no es lo más importante que tiene para ofrecer sino sus personajes y el mundo que los rodea. Dicho de otro modo: si no nos preocupara la suerte de los perdedores espías británicos que son el alma y el corazón de la serie centrada en las novelas de Mick Herron, nada de lo que les sucede sería demasiado trascendente. Pero ya los conocemos –y los queremos así como son–, lo cual permite que cada temporada empiece con media batalla ganada.

La única diferencia de la tercera temporada de CABALLOS LENTOS en relación a las dos previas (ver críticas de las anteriores acá) tiene que ver con que el acento está aquí más puesto en la acción que en el suspenso, que por momentos –especialmente en el último episodio– se deja llevar por una violencia casi bélica, inesperada para los estándares más clásicos de las tramas de espionaje inglesas, que suelen tener más encuentros en despachos o gente escondiéndose en esquinas por la noche que tipos con ametralladoras y bombas. Pero los despachos y las esquinas no desaparecen del todo acá. Y eso hace que las explosiones y el caos, cuando llegan, no sean solo fuegos de artificio.

Todo arranca, como de costumbre, con una escena de alto impacto. Esta vez ocurre en Estambul y allí vemos que una mujer (Katherine Waterston) se escapa, llevándose unos papeles secretos, de un hombre llamado Sean (Ṣọpẹ́ Dìrísù) que la persigue por las calles y las aguas (el estrecho del Bósforo) de esa bella ciudad. Todo parece indicar que son pareja y él ha descubierto que ella quiere entregar información confidencial a un enemigo, por lo que de una escena romántica pasamos a una persecución. Y el asunto termina mal, de un modo shockeante.

Ha pasado un año de ese hecho y estamos de vuelta con los integrantes de la Slough House, los caballos lentos del título, los agentes del MI5 castigados a esa especie de «segunda unidad» del espionaje, ocupada de casos tediosos y, más que nada, de archivar y clasificar cajas de evidencias. Para los que no vieron temporadas previas y piensan hacerlo no spoilearé la situación en la que se encuentran algunos de ellos, pero lo cierto es que siguen siendo igual de simpáticos y patéticos al mismo tiempo. Y el centro, como siempre, es Jackson Lamb (Gary Oldman, otra vez excepcional), el alcohólico, sucio y oloroso jefe que lo sabe todo pese a su aspecto de homeless.

Lo que los despierta de sus fastidios cotidianos es el secuestro de Standish (Saskia Reeves), la siempre responsable y seria organizadora de la Casa Slough, capturada en una reunión de Alcohólicos Anónimos por el mismo Sean que conocimos en Estambul. Pero no se trata de un rapto sencillo sino de todo un operativo que ocupa a varias personas controlando al resto de sus colegas para evitar que intervengan. Ese hecho los llevará, a su manera y con su estilo en apariencia caótico, a organizarse en su búsqueda, que será más complicada de lo que uno imagina.

Nada, sin embargo, es del todo lo que parece en esta serie. Y esta temporada aportará no uno sino dos giros sorpresivos que obligarán al espectador a replantearse todo lo que vio hasta el momento. En lo material todo parece estar ligado a encontrar unos papeles secretos del MI5, pero quizás el objetivo real sea otro. Detrás de ese MacGuffin, lo central pasa por las complicadas relaciones de poder (allí se lucen Kristin Scott-Thomas y Sophie Okonedo, como la jefa y subjefa de los espías) y por la siempre incómoda relación entre los miembros de la MI5 y los losers de la Slough House. A ellos se les agrega una «tercera fuerza» que esta vez no es externa sino interna: la seguridad privada, un modelo de negocios que viene a poner en jaque a los espías «estatales» de toda la vida.

La enredada trama funciona a la perfección y es el escenario perfecto para que Lamb saque a la luz su ingenio en medio del desmadre, para que River (Jack Lowden) pruebe que se puede ser torpe pero inteligente a la vez, para que Louisa (Rosalind Eleazar) se recomponga de sus traumas, mientras el irritante tech guy Ho (Christopher Chung) sigue haciendo de las suyas, y Shirley (Aimee-Ffion Edwards) y Marcus (Kadiff Kirwan) lidian con sus respectivas adicciones. Algunos miembros del MI5 reaparecerán y habrá, como en todas las temporadas, muertes violentas e inesperadas de personajes conocidos, todo en un combo al que no le sobra nada.

Es que, al ser seis episodios de 40 minutos –todos dirigidos por el mismo realizador, Saul Metzstein–, uno puede sentir que SLOW HORSES tiene más el ritmo, la tensión y la vibración de una película larga (son cuatro horas en total) que los típicos baches y desvíos narrativos innecesarios de esas series que se extienden mucho más. Pero, de vuelta, nada de todo esto funcionaría tan bien sin esos personajes, esos diálogos y esos actores que le dan vida a estos queribles y fallados espías en los que nadie confía pero que casi siempre prueban ser más efectivos y honestos que los más prestigiosos del MI5. Lejos de ser ser los nuevos 007 (son, más bien, los menos siete), los sabuesos de la Slough House siempre cumplen porque, en el fondo, no corren ninguna otra carrera que la de tener que ocuparse, a su manera, los unos de los otros.