Series: crítica de «Compañeros de viaje» («Fellow Travelers»), de Ron Nyswaner (Paramount+)

Series: crítica de «Compañeros de viaje» («Fellow Travelers»), de Ron Nyswaner (Paramount+)

Matt Bomer y Jonathan Bailey son los protagonistas de esta historia de amor gay en el contexto represivo de la política estadounidense de los años ’50. La miniserie de ocho episodios se puede ver en Paramount+.

La gran mayoría de las películas y series centradas en las políticas represivas que tuvieron lugar en los Estados Unidos en los años ’50 se centran en las persecuciones a personas que eran, habían sido o se sospechaba comunistas o con algún tipo de afiliación política de izquierda. Pero a la vez y quizás sin tanta repercusión existió otra persecución, a la que se denominó The Lavender Scare, para diferenciarla de la otra, conocida como Red Scare. Ese «terror lila«, como lo traduce Wikipedia, estuvo centrado en homosexuales y lesbianas, de quienes también se ocupó el macartismo en esos años. Se trató, por diversos motivos, de un tipo de persecución más sutil y compleja, ya que una buena parte de los políticos de Washington también lo eran, solo que secretamente, lo que derivó en una serie de siniestras delaciones internas.

Basada en la novela homónima de Thomas Mallon, FELLOW TRAVELERS es una historia de amor y deseo que se expande a lo largo de varias décadas y que toma el Lavender Scare como uno de sus ejes centrales –el disparador de buena parte de los conflictos– y luego viaja a los años ’80, década en la que el VIH/sida se convirtió en otro dispositivo político de persecuciones y marginación. En plan robusto y opulento melodrama, de un modo que podría admirar el mismísimo Douglas Sirk, la serie creada por el guionista de FILADELFIA retoma algunas ideas desarrolladas en aquella clásica película. Más que nada las ligadas a los secretos, ocultamientos y dobles vidas de sus protagonistas. En este caso es bien complicado porque la pareja central está integrada por dos miembros del Partido Republicano, el más conservador y tradicionalista de los Estados Unidos.

Matt Bomer (MAGIC MIKE, THE NORMAL HEART) encarna a Hawkins «Hawk» Fuller y FELLOW TRAVELERS lo presenta en la década del ’80 como un tipo de mediana edad, casado y con hijos, que celebra con su mujer, Lucy (Allison Williams, de GIRLS y HUYE!), en una típica casa de los suburbios, un inminente viaje a Italia a ocupar allá un puesto diplomático. Allí se aparece por sorpresa Marcus (Jelani Alladin), un viejo amigo afroamericano de «Hawk», y le pide hablar en privado. Ahí le contará que Tim (Jonathan Bailey, de BRIDGERTON) tiene sida y está muy grave. Es claro que Hawk y Tim no se ven hace mucho tiempo, pero el hombre toma la decisión de ir a visitarlo a San Francisco, donde vive.

Pero la serie, fundamentalmente, viajará al pasado, a contar la historia de ambos. Hawk es un operador político en el Congreso estadounidense, gay, con una vida sexual muy activa (y muy secreta) en un clima muy opresivo como el que se vivía en 1952. Tim es un chico más joven, católico y muy religioso, al que conoce cuando ambos están en la celebración del triunfo en las elecciones de Dwight Eisenhower. De a poco empezará con él a tener una relación complicada, llena de culpas, secretos, ocultamientos y miedos. Es que dos pesos pesado del partido no son otros que Joseph McCarthy y Roy Cohn, quienes conducían la persecución contra los sospechados de ser comunistas. No solo eso sino que, en segundo plano, todo aquel al que se considerara un «desviado sexual» (término horrendo de la época) corría el riesgo de también entrar en las listas negras y ser despedido.

De eso tenían que cuidarse Hawk y Tim, pero también los propios líderes de esta persecución, cuyas vidas privadas también estaban plagadas de secretos. Hawk tiene una pareja oficial (Lucy), hija de Wesley Smith (Linus Roache), el senador para el que trabaja, y es lo suficientemente veterano –y cínico– para saber cómo moverse y escapar de las vigilancias. Si bien la relación con Tim pasa a ser más que algo casual, el hombre tiene muy incorporada la doble vida y puede ser muy cruel para marcar límites. El más joven, inocente y enamoradizo Tim, no tanto. Y mientras crece la pasión entre ambos, crecen también los problemas.

Habrá más personajes y subtramas en los años ’50 –algunas ligadas al racismo y a las personas trans, en un intento quizás un tanto subrayado de cubrir varios tipos de marginaciones y persecuciones de minorías que tenían lugar en la época– y, de fondo, la alta política se irá cruzando con el melodrama íntimo de esta relación prohibida entre Hawk y Tim. Y la serie volverá, asiduamente, a los ’80, mostrando el incómodo reencuentro entre ambos y el peso que cobra el VIH/sida en las vidas no solo de ellos dos sino de los amigos y familiares de ambos.

Melodrama clásico, puro y duro, con una bellísima banda sonora de Paul Leonard-Morgan –con clara influencia de Philip Glass–, elegantes vestuarios de época, una emotividad a flor de piel y un contenido sexual bastante alto para la media televisiva estadounidense, COMPAÑEROS DE VIAJE no pretende revolucionar el género ni mucho menos sino humanizar y emocionar con una historia de amor marcada por décadas de represión y forzada a vivirse con culpa, en secreto y con inevitables traiciones.

Quizás lo más interesante de los primeros episodios –algo que va desapareciendo después, ya que el arco narrativo de Hawk pasa por su «humanización»– sea su frialdad y hasta crueldad. Hawk es capaz de «mandar al frente» a algún colega para salvarse él, para proteger alguien cercano u obtener alguna ganancia. Tim, en tanto, se ve tironeado entre el amor que siente por Hawk y las constantes decepciones que sufre ante algunas de sus actitudes. Pero ni uno ni otro pueden actuar como lo desean. El represivo y reprimido mundo que los rodea –con algunos de los personajes más siniestros de la historia estadounidense recorriendo los mismos pasillos por los que ellos se mueven– los lleva a vivir una «historia de amor prohibida», historia que esta serie recupera con una mezcla de fascinación estética, desgarro sentimental y el más elegante de los sufrimientos posibles, como corresponde a un buen melodrama.