Estrenos: crítica de «Wonka», de Paul King
Este encantador musical funciona como precuela e historia del origen del personaje de la novela de 1964 de Roald Dahl que ya fue llevado al cine anteriormente. Con Timothée Chalamet, Olivia Colman, Rowan Atkinson y Hugh Grant.
Para muchos, el gancho para entrar a ver WONKA, especie de «origin story» del personaje de CHARLIE Y LA FABRICA DE CHOCOLATE, la novela de Roald Dahl, puede haber sido la presencia de Timothée Chalamet, en una versión más juvenil del rol antes interpretado por Gene Wilder y Johnny Depp. Para otros, un elenco británico de grandes nombres, entre los que se cuentan Olivia Colman, Hugh Grant, Rowan Atkinson o Sally Hawkins. Estarán los que pensaron en que es el mismo director de las dos encantadoras películas de PADDINGTON. A mí, llámenme snob, el atractivo pasaba por un nombre seguramente desconocido para muchos lectores: Neil Hannon. El músico, miembro esencial de la banda británica The Divine Comedy, compuso aquí casi todas las canciones que se cantan y bailan a lo largo de la trama. Y eso, para un fan de la banda, era como tener un placer asegurado.
Pero no es lo único. Sí, las canciones de Hannon, cuyo gusto por melodías que dan bien con el tipo de musical clásico al que apunta WONKA, funcionan por lo general muy bien. Pero es solo parte de un todo más que placentero que es la película en sí, una que imagina los inicios, a modo de precuela, del personaje que luego se convertiría en un extravagante chocolatinero. Se trata de un musical que no intenta ser moderno (ni posmoderno) sino que funciona desde una estructura tradicional, equiparable a musicales de los ’60 como MARY POPPINS, especialmente por intentar alcanzar a niños y adultos por igual, sin torturar a los últimos. Aquí, de hecho, es más probable –por la falta de acostumbramiento de los niños a un musical hecho y derecho– que suceda lo contrario. Y sería una pena, ya que el film es un deleite de principio a fin.
No es usual, en estos tiempos, ver un film para toda la familia que tenga, como temática central el monopolio comercial de grandes empresas para impedir el crecimiento de algo así como una pyme del chocolate, que es lo que representan las creativas y absurdas invenciones del tal William Wonka, un joven con fama de gran hacedor de chocolates que se llega hasta una ciudad que no es la Londres del siglo XIX pero bien podría serlo (una atmósfera dickensiana la recorre en partes), con el sueño de alquilar un local en las famosas Galerías Gourmet y, desde allí, lanzar sus excéntricas líneas de chocolates que parecen pensados para los hipsters de la época.
Lo que no se imagina el entonces inocente Wonka es que se topará con un mundo duro, durísimo, en el que todos querrán o quedarse con su dinero o impedir su sueño, especialmente si complica el poder de los demás. De entrada es su propia generosidad la que lo traiciona, haciéndole perder casi todo lo que trae, por lo que termina como víctima de dos estafadores, Mrs. Scrubbit (Olivia Colman) y Bleacher (Tom Davis), que le regalan una noche de hotel pero le hacen firmar un contrato bestial (el confiado Wonka además no sabe leer y firma lo que le ponen adelante) que lo obliga luego a pagar por esa noche, prácticamente, trabajando gratis de por vida.
Es en esa especie de cárcel laboral compartida (ellos son los primeros en explotarlo, pero no serán los únicos), Wonka conoce a otros en circunstancias similares y necesitará de su ayuda para poder salir y volver a entrar de ahí sin que los dueños se den cuenta. Durante el día, supone, podrá regalar sus chocolates convenciendo a todos de que son el mejor producto hecho en base a cacao jamás probado por el hombre. Pero no toma en cuenta el poder de sus enemigos: los dueños de las tres grandes marcas de chocolates (interpretados por Paterson Joseph, Matt Lucas y Mathew Baynton) que le harán la vida imposible con el apoyo de un jefe de policía corrupto (Keegan-Michael Key, a quien corrompen con kilos de chocolate, todo muy familiar acá), quien lo perseguirá en defensa de su gusto por los dulces y por las corporaciones que se lo proveen gratis.
WONKA es un musical que uno puede imaginar llevado a Broadway en cualquier momento. La lógica del personaje, con su colorido universo y sus ideas estrambóticas, se unen a una parte de mago que también tiene y que permite que los sabores de sus chocolates hagan volar a las personas o los transformen, accidentalmente, en otros muy distintos. En el medio de sus desventuras y en su mayoría fallidos intentos por conseguir imponer su producto artesanal entre los mafiosos empresarios, Wonka conocerá a «un hombrecito verde y naranja» que lo persigue. Interpretado por Hugh Grant, no es otro que uno de los Oompa-Loompas que serán parte de la posterior historia, la que ya conocemos, incluyendo su famoso leit-motiv musical.
Una película cálida, honesta y humanista que esconde una crítica dura al capitalismo –y, más disimuladamente, al rol de la iglesia, lugar donde verán aparecer a Rowan «Mr. Bean» Atkinson–, WONKA va un poco a contramano de lo que pasa en el mundo con su mensaje de solidaridad, amor y generosidad, al punto de que el protagonista debe ser el único al que no le importa para nada el dinero. O, si le importa en algo, es para ayudar a solucionar los problemas de los demás en lugar de los suyos. Una especie de artista/poeta del chocolate, alguien que cree que lo más importante es compartir ese tipo de dulce satisfacción con los demás, Wonka no tiene un verdadero lugar en ese (ni en este mundo) y eso es lo que lo llevará, uno imagina, a convertirse en la persona un tanto más «espesa» que conoceremos en la historia original.
Quizás la voz de Chalamet no esté a la altura de los grandes musicales pero va bien con las canciones de Hannon, que tienen un aroma a Broadway pero poseen un pie firme en una estructura de música pop un tanto menos elaborada desde la acrobacia vocal. Y lo que no se impone desde la presencia encantadora pero un tanto «chiquita» del simpático pero algo ligero protagonista –se ve que Timothée no come demasiado de su propio producto– lo cubre el resto del elenco, cantantes y bailarines, empezando por Colman, Atkinson (no tanto Grant, en un tono más cínico, acorde a su personaje) y los empresarios rivales que no dejan una mueca sin hacer, en el más tradicional de los ampulosos modos de actuación del género.
La película se reitera un poco en la cadena de ascensos y caídas, de posibles salidas y nuevas trampas en las que cae Wonka, tornando la estructura de guión un tanto previsible, pero más allá de esas limitaciones –propias también de un género que necesita generar tensiones de la forma más dramática y excesiva posible– WONKA es un deleite, quizás no tan dulce como los curiosos chocolates que el joven fabrica, pero uno que se ve con similar placer. Un chocolate que en el fondo tiene un regusto amargo, pero solo para aquellos que sepan y quieran sentirlo así.