Estrenos online: crítica de «A Tiger in Paradise», de Mikel Cee Karlsson (MUBI)

Estrenos online: crítica de «A Tiger in Paradise», de Mikel Cee Karlsson (MUBI)

El cantautor sueco de familia argentina José González es el protagonista de este documental personal que se mete en sus problemas psiquiátricos y en su intento por superarlos. Estreno de MUBI.

El cantautor sueco de familia argentina José González, que habla perfecto castellano con acento local y varias canciones de su repertorio son en español, es una figura famosa dentro del panorama de la música indie, un músico cuyos temas en su mayoría acústicos –o electroacústicos– tienen un estilo que combina melodías a lo Nick Drake con reminiscencias de bossa nova y hasta del folclore latinoamericano. Todo eso con letras que el mismo define como un poco banales y un poco pretenciosas.

Lo que las canciones no reflejan –o no en la medida que se muestra en este documental– son otros problemas y obsesiones que el hombre tiene. En A TIGER IN PARADISE González dice de entrada que acaba de atravesar un episodio psicótico, que es el tercero que tiene, y pasa a explicar qué siente en esas situaciones y qué hace para evitarlo, mientras la cámara lo muestra en una bella casa campestre ubicada seguramente en algún paraje rural sueco.

La primera mitad de la película tiene poquísima música y se presenta más como un autorretrato de un hombre tratando de evitar situaciones de stress que puedan llevarlo a tener otra situación de ese tipo. Es así que mientras entrena, come bien, mide obsesivamente cada cosa que hace, trata de dormir lo más posible y cumple otros rigurosos hábitos que mantiene, González habla de la «realidad paralela» a la que entra en esos estados, una suerte de paranoia obsesiva que le trastorna por completo la realidad y lo llevan a vivir en un estado alucinatorio, neurótico, de hacer y decir cosas que poco y nada tienen que ver con lo que conocemos como «realidad».

Si bien quiere evitar caer en estos estados, su paso por ellos lo lleva a cuestionar y cuestionarse qué es verdaderamente lo real y qué no es. Todos estos textos, dichos con su cálida e íntima voz, se combinan con lecturas sobre temas políticos, ambientales, tecnológicos, en una obsesión por entender cómo será el futuro de la humanidad. A la vez admite su «caída libre», cuando está atravesando estos brotes, en el mundo de las teorías conspirativas, aunque prefiere no decir cuáles son. Cada tanto, alguna escena ficcional o jugada con efectos especiales comentan con humor los temas –miedos, obsesiones, fantasías– que él mismo atraviesa en esa otra realidad.

«Cuanto menos sabe la gente de algo más convencida está de eso y cuánto más sabe, más duda», analiza, inteligentemente, mientras comenta lo difícil que es hacerle cambiar a alguien su punto de vista, especialmente en estos tiempos. Da la impresión que el documental se filmó poco después de la pandemia y muchas de las ideas y pensamientos del cantautor están teñidas por esa experiencia. Además, dice, son temas que le interesan desde siempre y que no logra poner en las canciones, por las limitaciones que tienen en sus estructuras líricas.

La segunda mitad del documental es un tanto más convencional, con él cantando, componiendo, ensayando (las canciones son de su álbum «Local Valley», de 2021), haciendo comentarios un tanto más genéricos y estando en familia –lo acompañan su esposa, su hija y habrá sorpresas sobre el final– en un lugar que es casi un cliché de la comodidad estilo escandinavo, esa que los demás imitan gracias a marcas como IKEA y similares. Hay algo de «burgués torturado» que surge en esas escenas que alejan un poco al personaje de las experiencias del resto de la gente, pero cuando la cámara no se excede en su regodeo en la paz zen y la belleza natural del lugar, y González habla de religión o tecnología, la película recupera su potencia.

No hay shows en vivo ni nada de lo típico que uno imagina ver en un documental sobre un músico pop –a lo sumo unos planos tipo Instagram de lo que parecen ser giras– y la música que se escucha es la que él escribe, compone, practica y toca en la casa, además de otras que se oyen de modo extradiegético. Es un documental personal pero accesible, por momentos denso y doloroso pero en otros más amable y familiar, intentando reflejar ese viaje que González está haciendo de la oscuridad a la luz, de las perturbaciones internas a algo mucho más vital, cálido y amoroso.