Estrenos online: crítica de «Arboles y otras ramificaciones» («Trees and Other Entanglements»), de Irene Taylor (HBO Max)
Este documental se centra en un grupo de personas cuyas vidas en su mayoría están ligadas, de diversas maneras, al cuidado y la protección de los árboles. En HBO Max.
Formalmente bella y ambiciosa desde su búsqueda visual, ARBOLES Y OTRAS RAMIFICACIONES es un documental personal de la directora en la que cuenta y muestra su acercamiento al universo de los árboles y las historias de varias personas cuyas vidas están ligadas a ellos de una forma inseparable. Yendo y viniendo entre varias locaciones y personajes, lo que Taylor intenta contar, en paralelo, está ligado a la importancia y belleza de los árboles como testigos centenarios del paso humano por la Tierra. A la vez busca analizar cómo las personas se conectan a ellos de maneras que van desde lo amoroso a lo cruel, con varios grises en el medio.
Taylor (THE FINAL INCH, MOONLIGHT SONATA) elige media docena de personajes y empieza por ella misma, que se dedica junto a su hijo a separar las hiedras que aprisionan a los árboles que se encuentran alrededor de su casa. La realizadora conectará esa obsesión a un asunto familiar ligado al Alzheimer de su padre, poniendo en primer plano una de las decisiones temáticas más directas que propone la película: que la conexión entre las personas y los árboles se apoyan, más que nada, en algún trauma, obsesión o conflicto psicológico fuerte.
Otro protagonista de la película, quizás el más controvertido y uno al que Taylor mira de forma ambigua, es George Weyerhaeuser Sr., dueño de una de las empresas madereras más grandes del mundo y de una enorme cantidad de tierras en los Estados Unidos. El hombre, hoy muy anciano y víctima de un célebre secuestro en los años ’30, es un terrateniente depredador de bosques al que poco parece causarle conflicto lo que hace, pero a la vez es dueño de un bellísimo museo dedicado al bonsái que es apreciado en todo el mundo. A la directora, se ve, le parecen dos hechos equiparables.
El tema bonsái conduce a un tercer personaje, Ryan Neil, un estadounidense que se dedica a ese complejo arte japonés y que aprendió en ese país, en condiciones brutales, a hacerlos. Hoy se dedica a eso de modo obsesivo y puntilloso, pero en el curso del documental se verá enfrentado a una situación dramática, confusa e inesperada. Además de ellos está Dirk Brinkman, un hombre que dedicó su vida a plantar árboles (va por el millón); Beth Moon, una mujer que se dedica a fotografiar y preservar en imágenes árboles raros en diversos países del mundo; Carolyn Finney, una poeta afroamericana cuya saga familiar está ligada a un histórico árbol, y tres generaciones de una familia japonesa, también dedicada al bonsái, cuya historia se conecta con el duro trato que los inmigrantes de ese país sufrieron en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra.
El documental gira por varios temas y personajes que no siempre conectan entre sí pero que tienen en común una obsesión y casi devoción por los árboles y todo lo que los rodea. Las «ramificaciones» a las que se refiere el título no tienen tanto que ver con lo literal sino con lo psicológico, por un lado, y por lo socioeconómico, político y ambiental, temas que la película incorpora a su relato sin ponerlos necesariamente en primer plano. Además de su belleza visual, una de las mejores cosas que ARBOLES… tiene para ofrecer es que no es, necesariamente, un mazazo educativo y políticamente correcto sobre el tema, sino uno que se abre a la observación de personajes ligados a ese universo desde perspectivas muy diferentes. Y, en algunos casos, directamente problemáticas.
Más allá de que uno conecte o no con las ramificaciones a las que se abre la película, lo que es innegable es su belleza visual y el cuidado con el que la cámara –y la mayoría de los protagonistas– trata a los árboles, mostrando sus detalles, sus curiosas formas y su belleza. Sobre todo, lo que Taylor deja como evidencia es su permanente presencia, rodeándonos, observándonos y siendo testigos de un mundo que los toma como mercancía, como objeto de intercambio y hasta como salida terapéutica a problemas de otro tipo. Ellos están ahí, sin embargo, mirando sin entender muy bien qué es lo que hacemos nosotros a su alrededor.