Estrenos online: crítica de «Baby Ruby», de Bess Wohl (Paramount+, Star+)
Una famosa influencer con una vida en apariencia perfecta tiene un bebé y su realidad cambia por completo, tornándose pesadillesca, en este drama con elementos de terror psicológico acerca de la maternidad. Con Noémie Merlant y Kit Harrington. Anunciada en Paramount+ para el 3 de diciembre y en Star+ para el 8 del mismo mes.
Aquella frase de que la maternidad puede ser una pesadilla cobra un sentido casi literal en BABY RUBY, la opera prima de Bess Wohl que se centra en las complicaciones psicológicas –una versión intensa de la depresión posparto– de una mujer al tener a su primer hijo. Bordeando el relato de terror, metiéndose en las visiones no necesariamente reales o realistas de la protagonista ante lo que le está sucediendo, la película se enfrenta, además, a dos importantes problemas o contradicciones. Una, ligada a las diferencias entre la vida pública y la privada. Y, otra, a la necesidad de una salud pública.
La protagonista es Jo (interpretada por la actriz Noémie Merlant, de RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS), una mujer francesa que vive en los Estados Unidos –en la parte rural del estado de Nueva York– y es una famosa influencer que tiene un popular columna en un sitio web propio sobre estilos de vida, en los que escribe sobre ropa, comida y varios etcéteras. Tiene un equipo de trabajo, es querida y su vida parece perfecta. Casada con Spencer (Kit Harrington, de GAME OF THRONES), un estadounidense cuya tarea ella define como «carnicero ético» –un tipo cool y ecologista, que ofrece al mercado productos de animales cuidados libremente y sin agrotóxicos–, Jo está además embarazada y a punto de parir. Hasta ahí, todo perfecto. Demasiado perfecto.
Hasta que Jo es madre y, tras un parto algo intenso –allí la película empieza a mezclar lo que es real y lo que no, lo que uno ve y lo que ella ve, que no es necesariamente lo mismo–, se lleva a la esperadísima Ruby a casa y pronto se da cuenta de que la bebé no para de llorar. Literalmente, en lo que parecen ser 24 horas al día, la niña no se detiene jamás. Otra vez, Wohl no aclara cuánto de esto realmente sucede y cuánto pasa por la cabeza de Jo, pero lo cierto es que de allí en adelante prepárense para escuchar el llanto de un bebé durante casi toda la película. Habría que aclararlo en los créditos de inicio, ahora que avisan de tantos triggers para espectadores sensibles.
En esta casa en la que jamás se menciona la palabra «chupete» ni medicación, Jo debe arreglárselas sola. Su marido se ocupa poco y nada, su suegra llega cada tanto pero –al menos desde la visión de la protagonista– lo mejor es tenerla lejos. Y ella, sin familia propia allí, siente que tiene que hacerse cargo del peso de todo. A tal punto es así que finalmente tampoco quiere que la ayuden. Cuando se le presentan situaciones de potenciales descansos –con amigas, con otras madres que conoce en el parque, hasta con su marido– está tan pendiente de Ruby y lo que pueda pasarle que termina cancelando o volviendo temerosa a su casa.
Pero Ruby llora y llora, y la muerde y hasta parece enojada con ella cada vez que la mira. El médico le dice que la bebé está bien de salud y, para empeorarlo todo, cuando está con su marido o su suegra la niña parece calmarse. Hay obreros trabajando en la casa y eso le suena a potencial amenaza. Sin ayuda pública o terapéutica de ningún tipo –Jo es francesa y eso le resulta incomprensible–, le queda como opción lo que lee en libros, lo que le dicen amigas, empleadas y la suegra. En ese caso específico, aún cuando le comparte sus difíciles experiencias, a ella más que calmarla la enervan. Todos esos aportes, considerando el nivel de ansiedad, miedo y nervios con los que vive la mujer, no le sirven de nada. Más bien, todo lo contrario.
BABY RUBY va a ir acelerando este proceso, tornando a Jo en una mujer más desequilibrada mentalmente y sin aclarar nunca cuáles de las cosas que le van pasando son reales y cuáles no, en una versión posparto de EL BEBE DE ROSEMARY, a la cual el título parece hacer referencia. Algunas son bastante obvias (hay escenas en las que imagina preparar a Ruby en una cacerola, por ejemplo, como cena para su marido) pero otras (como la relación que tiene con una vecina, también madre) están en una zona más gris, propia de algún tipo de brote en el que realidad y fantasía se confunden, para ella, de un modo muy natural.
Y esa zona intermedia torna a la película en algo que se mueve entre lo realista y lo psiquiátrico, lo posible y lo fantástico, lo racional e irracional. BABY RUBY es una película incómoda, difícil, que afectará sin dudas a cualquier espectadora que haya tenido un bebé y atravesado tan solo algunas de las frustraciones y mezcla de sensaciones (inutilidad, culpa, violencia, instinto maternal y asesino a la vez, agresividad y, sobre todo, paranoia) que puede sentir una mujer que ha sido madre recientemente y no sabe cómo lidiar con la novedad y los cambios. Una versión extrema, confusa y quizás pasada de rosca, pero que se siente en el cuerpo. Y, especialmente, en los oídos.