Estrenos online: crítica de «Gran foto, hermosa vida» («Great Photo, Lovely Life»), de Rachel Beth Anderson y Amanda Mustard (HBO Max)

Estrenos online: crítica de «Gran foto, hermosa vida» («Great Photo, Lovely Life»), de Rachel Beth Anderson y Amanda Mustard (HBO Max)

La codirectora investiga y confronta a su abuelo, un anciano en apariencia amable que ha abusado de menores a lo largo de toda su vida. Estreno de HBO Max.

El documental familiar puede ser un género un tanto sobrecargado de títulos pero hay casos en los que la temática o la experiencia lo justifica. Se trata de situaciones particularmente densas, problemáticas o con algún tipo de relevancia pública, que van más allá de una cuestión de terapia familiar. Y si bien GRAN FOTO, HERMOSA VIDA tiene algo terapéutico, está ligada a un asunto más complejo que los que se pueden resolver puertas adentro.

Aquí, Mustard tiene que confrontar con su abuelo Bill Flickinger, un hombre mayor de apariencia apacible que tiene un historial de abuso de menores. Quizás lo más duro de aceptar del documental es que el hombre, si bien acepta haber cometido actos de ese tipo, pareciera que los tomara como un problema menor, como algo que pasó y por lo que ya le pidió perdón… a Dios.

De a poco se irá revelando la enormidad de los daños y la cantidad de niñas de las que abusó este hombre desde su puesto como quiropráctico, una historia que lo llevó a tener que irse de lugares, cambiar de profesión pero sin poder controlar del todo sus horrendos actos. Con una mujer religiosa que miraba para otro lado y jamás cuestionaba nada –la abuela muere, ya separada, al principio de la película–, Bill fue abusando y molestando niñas en cantidades incomprobables. A tal punto que la nieta, con la ayuda de su más conflictuada madre, tratan de ubicar a todas las víctimas posibles para pedirles perdón.

Es que tampoco saben bien cuáles ni cuántas fueron porque la mayoría de sus delitos fueron cometidos en los ’70 y ’80, época en la que no se denunciaban muchos de estos crímenes. O, si se hacía algún tipo de denuncia, poco pasaba. Y así fue que Bill, salvo en contadas ocasiones, recibía alguna reprimenda pero no más que eso. A este combo hay que sumarle otro dato: la hermana de la directora también fue abusada por su abuelo. Y eso es algo más conflictivo de aceptar para la madre. A ella, de algún modo, la responsabilizan sus hijas, ya que la dejaron muchas veces con él a sabiendas de su aberrante condición. Y eso que la madre lo sufrió también…

Todo esto está tapado por una calma anodina de clase media en la que todos parecen mirar para otro lado y sonreír para las cámaras. Es Amanda y luego su madre las que de a poco van revelando que bajo las fotos familiares perfectas (de ahí el título) hay una oscuridad tan mayúscula que en un momento el tío de la directora dice que lo mejor para el resto del mundo habría sido que toda la familia se hubiera muerto a mediados de los ’70. Hasta cuando la nieta encara al abuelo con acusaciones, el hombre las acepta como si aceptara haber pasado un semáforo en rojo. «Bueno, no supe frenar», es lo que más o menos dice.

Lo que engaña a todos es que Bill es un anciano amable y simpático al que todos parecen querer. Pero solo basta indagar un poco –las cosas que filmaba con una camarita son desagradablemente reveladoras– para darse cuenta de la oscuridad que lo rodeaba. Y pronto aparecen víctimas y testimonios de gente que sabía y mucho no dijo. Además, claro, la religión, que a Bill parece servirle como excusa para todo.

Honesto, íntimo, doloroso, con derivaciones impensadas –pasan años desde que empieza la confrontación y para el final ya han pasado muchas cosas entre todos ellos–, GRAN FOTO, HERMOSA VIDA pone la lupa en el dolor, en la búsqueda de justicia –o de al menos un reconocimiento– y en la casi imposible reparación de rotos lazos familiares. Y es una advertencia respecto a las zonas oscurísimas que se pueden esconder detrás de esas bonitas fotos de familias perfectas.