Estrenos online: crítica de «Los delincuentes», de Rodrigo Moreno (MUBI)
Un empleado se roba una fortuna del banco en el que trabaja e involucra a un colega en un plan un tanto extraño que les permitiría pasar el resto de sus vidas sin trabajar. Con Daniel Elías, Esteban Bigliardi y Margarita Molfino. La representante argentina a los Oscars se estrena en MUBI el 15 de diciembre.
Adónde está la libertad/No dejo nunca de pensar/Quizás la tengan en algún lugar/Que tendremos que alcanzar«, dice el clásico de Pappo’s Blues que aparece en su primer álbum. El álbum como objeto físico y la canción, específicamente, como contrapunto temático, aparecen varias veces a lo largo de las tres horas que dura EL DELINCUENTE, la nueva y ambiciosa película de Rodrigo Moreno (EL CUSTODIO, REIMON) y acaso la mejor de su carrera, una en la que logra combinar sus intereses formales, temáticos y cinematográficos de una manera que engloba al resto de sus títulos previos y arma una síntesis que, en muchos sentidos, es superadora.
Protagonizada por Daniel Elías y Esteban Bigliardi, la idea de la película empezó como una remake del clásico APENAS UN DELINCUENTE, de Hugo Fregonese (1949), uno de los mejores films de la historia del cine argentino. Y quizás para evitar comparaciones o las típicas preguntas acerca del sentido de volver sobre un film impecable, Moreno decidió alejarse de manera sustancial de esa idea. El punto de partida es similar, la idea del robo que comete el protagonista también (de hecho se llama igual, Morán), pero luego casi todo cambia. Lo que permanece es el espíritu que tenía aquel film, la pregunta que muchas personas que trabajan de sol a sombra se hacen: «¿Tiene sentido trabajar todos los días para apenas gozar de una tardía y mala jubilación, unos pocos días de vacaciones y no mucho más?».
Morán (Elías) hace un similar cálculo al del Morán de aquel film. El tipo trabaja de tesorero en un banco porteño (el arranque de la película, con la cámara recorriendo el centro de la ciudad, es extraordinario y toda esa etapa del film trae a la mente el cine argentino de los ’60 y ’70), ve pasar miles y miles de dólares frente a sus ojos, y apenas cobra un sueldo que apenas le permite llegar a fin de mes. Un día se le ocurre robar la exacta cantidad de dinero que cobraría por trabajar hasta jubilarse, ni un peso más (bah, ni un dólar más, ya que toda la trama se caería, inflación mediante, si roba pesos) ni un peso menos, aprovechando un descuido en el banco –y la ausencia de un colega– que le permite entrar solo a la bóveda.
Pero su idea no es escapar sino entregarse. El cálculo es así. Morán dice que, según la ley, ese es un delito que se paga con seis años de cárcel y que, con buena conducta, estará afuera en tres y medio. ¿El plan? Robar la plata, dársela a un colega para que la esconda (allí la película empieza a alejarse de la de Fregonese) y entregarse. El problema es que el colega, Román (Bigliardi), se desayuna (bah, más bien se entera comiendo pizza en Imperio) que no le queda otra que ser su cómplice, ya que Morán lo tiene atado de pies y manos por su sospechosa ausencia ese día. De hecho, lo que le ofrece es jugoso: guardar la plata en un cajón (son unos 650 mil dólares en total), dejarla ahí todo ese tiempo y quedarse con la mitad. Morán insiste: «no tenés que hacer nada, solo guardarla».
Pero, previsiblemente, el asunto no es tan fácil. Y la primera hora de las tres que dura LOS DELINCUENTES se irá en las tensiones que vive Román en el banco cuando empiezan a investigar el robo (Laura Paredes se luce como una agresiva detective improvisada y Mariana Chaud tiene grandes momentos como una empleada molesta por las presiones que atraviesan los empleados), los problemas de pareja (su novia la interpreta Gabriela Saidón) que le genera, y su confusión respecto con qué hacer al respecto. En paralelo, Morán se entrega y trata de sobrevivir en una cárcel en la que, sabiendo el tipo de crimen que cometió, los presos quieren también una parte. Germán de Silva tendrá, curiosamente, dos roles no relacionados entre sí: el gerente del banco y el capanga de los presos de la cárcel.
Ese hecho un tanto surrealista de tener un mismo actor haciendo dos papeles distintos en una misma película va abriendo la puerta a una segunda parte en la que todo se enrarece. De allí en adelante LOS DELINCUENTES abandona de a poco el carácter policial estricto y se va abriendo a otros modos formales y a mostrar las experiencias que viven sus dos protagonistas en sendos viajes a Córdoba, que se harán por motivos que deberán descubrir en el film. Allí, sí, aparece de modo más claro esa idea un tanto poética y en algún sentido bastante inocente de la «libertad»: irse a vivir al campo, con caballos, lagos, montañas, bellos amaneceres y bonitas mujeres a su lado. Pero, como toda ilusión, es una idea difusa, complicada, no tan accesible ni sencilla como parece.
La película irá pasando de Morán a Román –la elección de los nombres no es casual, ya verán que hay una suerte de broma y efecto de doppelgänger en la mayoría de los nombres que se usan–, yendo y viniendo en el tiempo, de Buenos Aires a Córdoba y así. Pero lo fundamental es que de ahí en adelante el dinero en sí pasará a segundo plano y Moreno estará más interesado en la rara deriva emocional de sus personajes, en cómo ese quiebre que hicieron con sus vidas moviliza y altera todos sus planes. A la vez Moreno, siempre interesado en la conexión entre las derivas individuales y las condiciones sociales, incorpora a LOS DELINCUENTES un tema al que, generalizando, podríamos definir como los excesos del capitalismo, esa idea de trabajar toda una vida para vivir apenas unos años de descanso.
Esa misma deriva narrativa –en la que juegan roles importantes dos hermanas interpretadas por Margarita Molfino y Cecilia Rainero, que viven en un pequeño pueblo cordobés– lleva a LOS DELINCUENTES a coquetear con un estilo que uno asocia a la productora El Pampero, con su construcción narrativa oblicua, sus subtramas que van desarmando la historia inicial y llevándola hacia otras zonas, con la manera en la que la propia película se vuelve consciente de sí misma (aquí también hay un realizador que filma) y con la forma en la que los personajes parecen ir fundiéndose con el mundo, con la naturaleza, con el abismo existencial de sus vidas. De hecho, tanto formal como temáticamente, la película tiene varios puntos en común con la reciente TRENQUE LAUQUEN, de Laura Citarella.
Moreno da rienda suelta a su cinefilia no solo en las escenas en las que Román va a ver EL DINERO, de Robert Bresson, al Cine Arte, sino en el tipo de planos que filma, en los modos del montaje y la musicalización, en el ritmo interno de las escenas y hasta en el arte. Todo tiene un aroma a película francesa de los ’60 y ’70. No a un realizador específico sino a una suerte de espíritu de época, en la que esos planteamientos personales y sociales se trabajaban en formatos similares al de LOS DELINCUENTES. Uno podría encontrarle otras conexiones (los policiales rumanos, ciertos films iraníes), pero lo cierto es que, con todas esas influencias, Moreno construye un film que se siente propio y personal, que lidia con los mismos temas que el resto de su obra solo que en un envase un tanto más ambicioso.
«No creo que nunca/Sí, que nunca/No creo que nunca/La hemos pasado tan mal«, dice Pappo en «Adonde está la libertad«, usando sus particulares formas poéticas (no es el único poeta que es leído aquí, hay textos de Juan L. Ortiz y Ricardo Zelarayán que suman lo suyo también), formas que Moreno aplica a lo largo de la película, cuya estructura va virando, si se quiere, de la prosa a la poesía. LOS DELINCUENTES es un policial esquivo acerca de dos ladrones que no saben serlo y que, cuando se encuentran con el hecho consumado, se dan cuenta que la vida les ofrece una serie impensada y no siempre bienvenida de posibilidades. Pero que, pese a todo, quizás valga la pena atravesar la experiencia. De no hacerlo, volviendo a Pappo, «no es posible/es imposible/aguantar«.
Muy buenas, las observaciones de como coquetea la película con el lenguaje cinematografico.⛹️