Estrenos online: crítica de “Skinamarink, el despertar del mal”, de Kyle Edward Ball (MUBI)
Esta experimental película de horror narra las sensaciones de un pequeño niño que se despierta en medio de la noche y tiene la impresión que algo terrible está sucediendo en su casa. Estreno en MUBI: 8 de diciembre.
Despertarse en medio de la noche puede ser una experiencia aterradora para cualquier niño. No hace falta, realmente, que suceda nada raro. Solo estar en la cama, en una oscuridad atravesada por algunas tenues luces, mirando los ángulos en los que las paredes de tu cuarto se cruzan con el techo, los objetos a tu alrededor, escuchando el sonido lejano de alguna televisión encendida o las voces bajas de personas que hablan. Quizás sean tus padres, quizás no. Quizás esté sucediendo algo pero, claro, tenés cuatro años y mejor meterse entre las sábanas.
Digamos que más o menos esa experiencia es la que recrea Ball en SKINAMARINK, acaso la más experimental película de terror que yo haya visto tener un estreno comercial en Argentina. Dicho de otro modo: de no ser por los sutiles e inteligentemente distribuidos elementos de género que contiene, bien podríamos estar hablando de una demandante película festivalera de autor. Y en algún sentido lo es. Lo que sucede es que esa serie de planos que reproducen la experiencia de ser un niño despierto en medio de la noche sintiendo, sospechando, soñando o temiendo que algo horrible está pasando en tu casa, puede generar pánico en los que todavía recuerdan lo que se sentía en situaciones así.
Describir la película es difícil aunque los elementos sueltos que la contienen no lo sean. Hecha con un presupuesto de 15 mil dólares y filmada en lo que parece ser un granuloso 16mm. (o un filtro que lo imita muy bien), SKINAMARINK está narrada desde el aparente punto de vista de un niño que parece despertarse a alguna hora de la madrugada. No hay diálogos, casi, en toda la película. Lo que se ve durante casi todo el tiempo obedece a su mirada: paredes oscuras (por momentos parecen ser fotos fijas), luces lejanas y algunas voces susurradas que hasta vienen subtituladas en la propia película ya que no se entienden bien.
Tampoco se ve casi al niño ni a su hermana. De hecho, conviene leer los resúmenes de prensa para entender que hay dos chicos y dos padres allí (o debería haber) porque Ball apenas muestra unos perfiles, unas piernas, alguien sentado de espaldas en las sombras y nada más. El resto son luces y sonidos. La mayoría provienen de la televisión encendida que pasa dibujos animados de los años ’30, tipo Betty Boop. Y los que no vienen de ahí llegan de… ¿alguien que está en la casa? ¿Quién? ¿Qué?
La película juega con ese misterio. Las ventanas del cuarto parecen desaparecer y no hay exterior posible a la vista. El niño le habla bajito a su hermana –que no le contesta– y la cámara muestra legos en el piso, algún juguete tirado por ahí que cada tanto hace un ruido que sacudirá a los espectadores y techos, paredes y más techos. El borde de la tele y, entre las sombras, cosas que parecen moverse. Y un universo de sonidos que incomodan.
¿Qué es lo que pasa en el film? No mucho. Básicamente, eso. Quizás los padres no estén más ahí y se hayan ido. Quizás hay alguien arriba que hizo algo con ellos y ahora quiere ir por los niños. De golpe hay sangre en el piso. ¿Hay, realmente, sangre en el piso? De golpe esa voz llama a Kevin –así se llama el pequeño, no por casualidad igual al personaje de MI POBRE ANGELITO, el arquetípico «niño solo en una casa»– y el niño contesta, bajito, con voz más angelical que temerosa. ¿Se acabará en algún momento la pesadilla y se volverá a dormir? ¿O realmente está pasando algo terrible?
Es probable que muchos espectadores salgan enojados tras ver el film. Sí, es esa clase de película, más cerca de ERASERHEAD o UNDER THE SKIN que de EL PROYECTO BLAIR WITCH. Algunos la consideraran extraordinaria, arriesgada y original. Otros se aburrirán y sentirán que no tiene ningún sentido. Mi impresión es que, sin ser una obra maestra ni mucho menos (podría ser más bastante más breve, para empezar), SKINAMARINK propone algo diferente y creativo, un cine de horror puramente sensorial, alejado de los requerimientos narrativos clásicos y de las fórmulas efectivas, con todo puesto en traducir sensaciones en imágenes y sonidos. Si el miedo puede tener una forma audiovisual eso se asemeja mucho a la experiencia de ser un niño pequeño, despierto y aterrado, en medio de la noche más oscura de todas las noches.